sábado, 26 de diciembre de 2009

Panaderías

En 1932, Jean Giono, escritor provenzal hijo de un zapatero italiano, publicó Jean le Bleu, una novela dicen que autobiográfica, que no he leído. Tuvo su cuarto de hora, dicen. Una de las historias que allí aparecen es precisamente la que le dio pie a Marcel Pagnol para componer el guión y los diálogos de una película que estrenó en 1938 y que por supuesto dirigió: La femme du boulanger, es decir, La mujer del panadero.

La película fue tan exitosa como escandalosa en su momento y todavía años después. Casualmente, y a propósito de no me acuerdo qué asunto, me contaba mi madre ayer que un sacerdote muy conocido en el Buenos Aires de su juventud, allá por la década de 1950, solía quejarse de que los cristianos tenían poco criterio y preguntaban pavadas respecto del arte o de la literatura, como también acerca de cuestiones de moral. Puso ese ejemplo, precisamente: “No vengan a preguntarme todo –se quejaba el cura-: ¡no me digan que no saben lo que tienen que hacer! Viene una señora el otro día a decirme: ‘Padre, ¿puedo ver La mujer del panadero? Y, le dije, si el panadero se la deja ver… ¡Háganme el favor!”

A mí, si usted me perdona, me gustó película. La recuerdo con gusto, la vi hace muchos años, cuando en el canal estatal había un ciclo de cine en blanco y negro… a la 1 de la madrugada, que seguía con cierta disciplina de cinéfilo amateur.

Como pasa con esos filmes, era bastante teatral. Pero creo que me gusta eso precisamente. Es la forma en que el cine no se malogra en documental o en cosas peores y muestra su cara más artística, más asociada a la actuación y a los climas, que a los paisaje o las espectacularidades y tecnologías; eso a mi gusto, al menos, que no es mucho decir. Me dicen que hay una versión de esta película de hace unos 10 años, que no he visto.

El asunto es sencillo y casi minimalista, y tiene la porción casi canónica de esa materia ácida que pretende escandalizar con trazos gruesos: El panadero Aimable Castanier –que no en vano se llama Aimable y es la mar de bonachón- se instala en Sainte Cécile, pueblito provenzal. Pueblo chico, infierno grande… con los líos y broncas, que duran generaciones, y con personajes arquetípicos, en varios sentidos, incluso como caricaturas de modelos. Entre tantas reyertas y recelos provincianos, en algo están todos de acuerdo, sin embargo, desde la primera hogaza que cuece Aimable: el suyo es el mejor pan que hayan comido jamás. Aurélie, su bastante más joven mujer, modesta y siempre discreta, lleva la caja. Pero, no todo es tan terso. El caso es que una noche, Aurélie (que se revela más sensual que lo que uno diría viendo su carácter) se fuga con un seductor Dominique, pastor del señor local, el marqués Castan de Venelles. Aimable, desolado, no hace otra cosa sino emborracharse fastuosamente cada día desde entonces, hasta llegar cerca de la desesperación y un intento de ahorcarse. Aurélie, la infiel, no sospecha hasta dónde han llegado sus pasos, porque, gracias a su faux pas, no hay modo de que los comarcanos puedan sacar a su marido de su estado de tristeza y desengaño y convencerlo de que vuelva a hornear el pan exquisito, que ahora les falta a todos como si les faltara el aire. Y el pueblo, en este caso, no es tanto que quiera saber de qué se trata, sino que quiere que vuelva el pan de Aimable, tal como salía de sus manos, cuando su corazón era feliz. Y el final no lo cuento.

¿Y entonces?

Pues, por lo pronto, eso: la panadería, las panaderías.

ver

Es uno de mis berretines y gustos. Creo que hay pocos signos de humanidad tan nítidos como el aroma de madrugada en los lugares donde se hornea pan, a leña. Y las panaderías mañaneras del invierno, con su aire de refugio, caliente y sabroso. Mis recorridas por las panaderías del pueblo no tienen descanso. Ando siempre probando si decaen o mejoran, o conociéndolas, nada más, y catando a ver si tiene miga lo que hacen.

Debo confesar que, con una delectación infantil, también me gustan los almanaques que se reparten a fines del año. No sé qué les veo. Hay muchos horribles, adocenados, previsibles. Otros son sofisticados hasta el asco, tratando de pasarse de listos, y apenas dan un alarde insolvente de originalidad. La muestra de ingenuidad de algunos es enternecedora, la apuesta por las escenas camperas de moda de otros, es agobiante. Los números apelmazados o sueltos; santorales sí o no; semanas que comienzan el lunes; los feriados en azul o verde; las infaltables revoluciones de la luna y tantos otros detalles que me pongo a ver con ojo de arqueólogo o botánico.

Esta mañana, finalmente, en “la panadería de arriba” (por una calle, arriba) dieron almanaques, claro.

El cartón, de unos 15 por 20 centímetros, tiene sobre la izquierda –jamás había visto algo así- una frase, a cuyo pie había una Biblia abierta, todo montado sobre un atardecer en tono insólitamente verde con nubes verdes, pasto negro y una silueta oscura de un árbol solo sobre una loma suave, que ilustra el texto, precisamente.

Es el versículo 3 del Salmo 1: Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará.

No me hace muy feliz, dicho así, y me gusta más la versión que dice:
¡Feliz el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche!
Él es como un árbol
plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.

No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Por eso, no triunfarán los malvados en el juicio,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.

Fuertes palabras, claro. La panadera –porque se trata de una vieja y amable panadera- eligió algún deseo de prosperidad, se entiende, y, o descartó o no vio el resto del salmo. O sí lo vio y eso sería más interesante aún. No le pregunté.

Ese mismo asunto de estar plantado al borde de las aguas, dicho sea de paso, veo que aparece en el capítulo 17 de Jeremías, el profeta, con un paisaje similar:
Así habla el Señor:
¡Maldito el hombre que confía en el hombre
y busca su apoyo en la carne,
mientras su corazón se aparta del Señor!
Él es como un matorral en la estepa
que no ve llegar la felicidad;
habita en la aridez del desierto,
en una tierra salobre e inhóspita.
¡Bendito el hombre que confía en el Señor
y en él tiene puesta su confianza!
Él es como un árbol plantado al borde de las aguas,
que extiende sus raíces hacia la corriente;
no teme cuando llega el calor
y su follaje se mantiene frondoso;
no se inquieta en un año de sequía
y nunca deja de dar fruto.
Poderoso texto y hasta perturbador para muchos, al igual que el del salmo en cuestión. Y bastante más que la película sobre Aimable Castanier. Tal vez haya quien entienda de un modo lineal -o interesado- que al que se portare bien, le lloverán bienes y será rico y próspero y tendrá buena salud, lo querrán los amigos y lo pondrán todos por los cuernos de la luna, si se entiende la expresión en este caso. O tal vez se entienda al revés y se crea –no es un invento del calvinismo, al fin de cuentas…- que las fortunas de cualquier tipo son el dedo divino señalando a uno determinado, en pago por la predestinación o la elección…

Sé positivamente que hay lectores más inteligentes que eso y de mejor talante en su corazón como para creer tan mecánico el bien, y tanto que contradiga con flagrancia brutal los dolores de los buenos, las pobrezas de los buenos, las heridas de los buenos. No faltará quien se porte bien porque quiere algo a cambio, se entiende. Pero, ¿qué habría uno de querer? ¿Qué debe uno esperar portándose bien? Existe siempre la tentación de que el 100 por uno se vaya desgranando ya mismo, en este valle, mientras vamos de camino al otro; tanto como creo que hace bien quien aparta la tentación de ese feo toma y daca espiritual (y material), no por aspereza y estoicismo, no por desprendimiento y ablación ascética, sino para purificar los amores, en todo caso. Pero todo otro asunto es ése, y tal vez no para ahora.

Mire, usted.

¿Y Aimable Castanier? ¿Y la femme du boulanger?

Ah, es verdad... El panadero y su magnífico pan y Aurélie y su pastor y el pueblo triste sin pan.

Claro que sí.

Pues, en realidad, cuando vi el almanaque y su augurio me acordé de él, vaya uno a saber por qué.

Cosas de diciembre, tal vez.