lunes, 7 de junio de 2010

La tarde, el desierto y el pan (II)

Despejemos mientras tanto una cuestión hasta cierto punto menor, como es la de los 200 denarios.

Hablemos, entonces, de plata.

En el mismo episodio en el que Jesús menciona la cuestión de la levadura de los fariseos, concluye que no debemos temer a los que matan el cuerpo. Allí mismo enseña que ni uno solo de nuestros cabellos es indiferente para nuestro Padre, y pone el ejemplo de los pajarillos de las ofrendas para el templo.

Así lo dice san Mateo (10, 29):
¿No se venden dos pajarillos por un as?
Y así san Lucas (12, 6), con una tabla de correspondencias que expresa mejor lo que Jesús quiere decir:
¿No se venden cinco pajarillos por dos ases?
Porque dos pajarillos por un as, hacen cuatro por dos ases. Tan poco valen, que uno va de regalo. Sin embargo, ni siquiera ese pajarillo de yapa, irrelevante entonces, deja de estar ante la mirada de Dios que vela por él, como por los lirios del campo. Cuánto más velará entonces por nosotros, mucho más preciosos en Su corazón que estos pajarillos de a un as el par.

Otro caso de los varios que hay para hablar de denarios y dineros, es el que trae san Juan (12, 5-6) cuando relata el episodio en el que María (Magdalena, dicen) derrama una libra de carísimo perfume de nardo en los pies de Jesús durante una comida en lo de Simón el leproso, en Betania, a la que fue con los apóstoles. Estaban allí Lázaro, recientemente revivido, además de su hermana Marta, que, como siempre, servía.
Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?”

Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella.
Chaval, que trescientos denarios es un pasote de pelas...

Volvamos ahora a la cuestión del pan en el desierto, a la tarde, y se verá que no es poca cosa.

El relato de la primera multiplicación está en los cuatro evangelios y, de distinto modo, los cuatro dicen que no hay con qué darles de comer. Ya porque sólo aparecerán cinco panes y dos peces insuficientes, ya porque en la bolsa, dijera san Juan, no había para comprar lo necesario.

Ni san Mateo ni san Lucas mencionan la cifra. Pero sí lo hace san Marcos (6, 37):
Él les contestó: “Dadles vosotros de comer." Ellos le dicen: “¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?”
Y también san Juan, especificando que fue Felipe el que hizo el cálculo (6, 7):
Felipe le contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.”

Muy bien.

No porque sea muy importante, repito, pero veamos de qué cantidades estamos hablando.

La moneda romana que circulaba (junto con la griega y la propia moneda hebrea), tenía como unidad el as, moneda de escaso valor, cuya equivalencia actual parece difusa, aunque tal vez, y por lo que vi, al valor de aquellos tiempos podría cotizársela hoy a unos dos pesos argentinos, algo más que medio dólar o un poco más que medio euro.

Con entre 10 y 16 ases se obtenían 4 ó 5 sestercios y con eso, un denario que, a su vez, era más o menos equivalente a una dracma griega. Así: un denario es igual a 4 ó 5 sestercios y a entre 10 ó 16 ases, según los cálculos.

Para la época de Pompeya, y por lo que se ve en las paredes de las tabernas, en las que se anotaban los precios, es probable que una familia de 3 personas, una familia del común, pudiera sobrevivir con unos 6 sestercios al día.

A su vez, para esa misma época, parece que el jornal diario era de un denario, en casi todo el Imperio. Es precisamente la paga que en la parábola de los trabajadores de la viña (por ejemplo, en san Mateo 20, 1-16), ofrece el patrón al que llega primero... y al que llega último, con lo que enfrenta un reclamo gremial...

Según cuenta Tácito en sus Anales, por su parte, Augusto elevó durante su mandato a unos 220 denarios al año la paga de un legionario corriente, que hasta entonces cobraba unos 125. Se ve que paritarias e inflaciones hubo desde antiguo, para lo cual bastaría comparar lo que dicen las paredes de Pompeya (sepultada en el 79 d. C.) con los edictos de control de precios de Diocleciano, un par de siglos después.

Al fin y por último, es útil saber que una pieza de pan costaba, para la época del relato, alrededor de unos dos ases, es decir, lo mismo que los pajarillos aquellos de las ofrendas que menta Jesús.

Así las cosas, para darle una pieza de pan a cada uno de los 5.000 hombres (sin contar mujeres y niños, porque no se contaban...), habría que haber pagado 10.000 ases o, lo que es lo mismo, 625 denarios (a 16 ases por denario) o 1.000 denarios (a diez ases cada uno).

Tenía razón Felipe: con doscientos denarios no hacemos mucho.

Y eso supuesto que hubiéramos conseguido 5.000 hogazas de pan por los alrededores del desierto, ya anocheciendo y con las tabernas que hubiera ya cerrando, en los pueblitos de aquella Galilea.

Está claro que Jesús sabía todo esto cuando les dijo: “No tienen por qué marcharse (todos estas gentes a ver qué consiguen por allí, aunque ya sea tarde); dadles vosotros de comer...”