lunes, 7 de junio de 2010

Tormentas y tormentos (II)

Sobre una historia todavía anónima y compuesta en la baja Edad Media en Francia, Le Roman de Ponthus et Sidoine, el gaitero Carlos Nuñez interpreta aquí un brano (dicen los italianos…) en el que, a mi gusto, toma una melodía también medieval que, en otros tiempos, traje aquí en varias versiones (una de ellas, la de mi estimada Savina). El tema se llama, claro, Ponthus et Sidoine. El roman es la historia de Ponthus, un heredero al trono gallego, y su amada princesa de la Bretaña, Sidoine. Cuestión de aventuras y peripecias, guerras con moros, bretones, ingleses e irlandeses, traiciones y romances y más cosas, con final feliz. En esta interpretación, Núñez aparece acompañado por Jordi Savall a la viola celta.



Como digo, he visto que se trata de una melodía que se ha usado antiguamente tanto para un canto profano de Cuaresma de despedida del carnaval en el Levante y sur de Francia, como para un himno libanés, Wa Habibi, dedicado a Jesús ensangrentado el Viernes Santo, de finísimos versos; lo dejo aquí en una versión instrumental.



Al mismo Jordi Savall, con la misma viola celta, lo tenemos por su parte haciendo aquí un aire escocés que se intitula Chapel Keithack.



Muy bien: ¿Y con esto qué hacemos?, sigue preguntándose (y -me) usted.

Y digo otra vez: nada. Y otra vez más: la belleza es gratis.

Pero esta vez sí le diré algo más: no tomemos a la belleza de rehén de nada. Ni de lo bueno ni de lo malo. Ni de la alegría y la fiesta, ni de la pena y el dolor, ni de la verdad (interesada o libre), ni del malintencionado error.

No la hagamos apologética ni servil.

No la hagamos sierva, porque es señora.

Y si usted no es capaz de vérselas con la belleza mano a mano, de dolerse con su alegría y hondura, como de alegrarse con su intensidad y nostalgia, me da que llegará a ser un traficante, un bucanero, un estraperlista de la creación divina y humana. En el peor de los casos, Dios no lo permita, tal vez si sigue por ese camino llegue a ser un esteticista, que es una especie de cafisho (o madama…) o dandy de la belleza que hay en el cosmos, en las cosas o en las obras de los hombres.

En el mejor de los supuestos, no se dará cuenta de nada y no tendrá idea de qué trata el asunto.

Usted verá.

Y no sé bien por qué será, pero, hasta donde sé, le garanto que hay pocas cosas que nos ponen más a prueba en la calidad de nuestro declamado amor a lo que es, como estar frente a lo bello.

Creo, incluso y ya que me apura, que hoy por hoy hasta debemos pedir más Fe (sí: fe sobrenatural...) para alcanzar a distinguir siquiera lo bello natural y tener de ese modo los frutos del consuelo y aun de la esperanza y la alegría que eso da, en medio de tormentas y tormentos.