lunes, 30 de agosto de 2010

Fadeudas (o regalo)

Dicen que el fado y el tango algo tienen de parientes.

Tanto no sé. No sé si el aire de familia les viene realmente de la sangre. Pero algo tienen, sí.

Y como estaba con Discépolo y sus lamentos, me vinieron a la mollera unos dolores de fado que había copiado en estas páginas años atrás. Los fui a buscar.

Y, fíjese lo que son las cosas, es la segunda vez que me pasa: creí que había puesto allí las músicas. Y, no…, ¡malhaya con la edad!

Pero.

¡Qué buen viento hay desde anoche aquí y para terminar agosto! ¡Y qué bien suenan esos acordes portugueses con un viento a secas y más si es de tormenta en ciernes!

Curioso es, además, que aquellas músicas que no puse entonces, aunque dejé allí asentados los versos, las omití precisamente en agosto, mire usted.

Dos canciones eran de Dulce Pontes y sus nuevos aires de hacer fado. Como esta
Garça perdida.



O esta Porto de mágoas, que si la puse alguna vez, se perdió. Vale, entonces, la repetición.



La otra pieza es de Mísia, una portuguesa con raíces catalanas también, a la que, además, le gusta cantar tangos. Se llama Da vida quero os sinais.



Si me fijo bien, hay buenas hebras allí en las tres para tejer con el tango de Discepolín, cómo que no.

Pero no será por ahora, si usted me disculpa.

Ya tengo saldada en este de ahora, la deuda de fados de aquel otro. Así que, como va terminando mi querido agosto (esa víspera tormentosa de septiembre), y como parece nítido que ya se ha decidido a finir, bien me puedo hacer el regalo de nada más oír.

Y el de callar.