lunes, 30 de agosto de 2010

Tormentas y tormentos (VI)

Es claro que la versión de Tormenta que canta Floreal Ruiz no tiene esta estrofa:
No quiero abandonarte yo,
demuestra una vez sola
que el traidor no vive impune, ¡Dios!
para besarte...
Enséñame una flor
que haya nacido
del esfuerzo de seguirte, ¡Dios!
para no odiar
al mundo que me desprecia,
porque no aprendo a robar...
Y entonces de rodillas,
hecho sangre en lo guijarros
moriré con vos, feliz, ¡Señor!

Voy a pasar por alto el asunto de la moral tanguera y aun ciertos tópicos que se entienden morales o inmorales en ese registro: robar-ser honesto, traicionar-ser leal y cosas así.

Creo que más allá de todo, Discépolo acierta. Sí, muy filosa tendrá que ser la faca para cortar esto. Pero acierta, al fin de cuentas.

Por una rendija mínima, en esos versos se cuelan unos pedidos casi-casi al estilo de Job. No levanta el puño. No grita. Suplica más bien. Pero parece que negocia, también: en su dolor parece que negocia. Muy humano, diría yo. Se entiende.

Y no está del todo mal, según se entienda.

Yo no quiero abandonarte, quiero seguir haciendo este esfuerzo insoportable de seguirte, estoy dispuesto a ponerme de rodillas, hecho sangre, y así y todo, feliz, estoy dispuesto a morir con vos.

De acuerdo: suena melodramático. Y está plagado de cosas a las que se le podrían hacer miríadas de notas al pie.

Pero suena creíble, también. Para el que sufre y se duele, el mal todavía sigue siendo un escándalo, por honesto que fuere. Y las irritantes desproporciones e inadecuaciones entre el dolor del justo y la complacencia del infame no son una novedad. Sobre todo cuando el sufrimiento es prolongado y el sufriente rengo.

Y por cierto que también está esa especie de extorsión tan humana, tan vieja, tentando casi a Dios, acorralándolo.

¡Castiga al malo impune, Señor!; ¡una flor siquiera de muestra, Señor! Y entonces, sí: ahí sí que hasta la vida doy y no por vos: ¡con vos, Señor!

Está bien: no sea tan implacable con el bueno de Mordisquito. No es un teólogo, después de todo. Y no es el primero ni será el último que mira al cielo mientras se arrastra y en un planto, y exangüe, hace las preguntas del que quiere portarse bien y siente en medio de sus infortunios y laceraciones que le va mal. Y, lo que es más, que su mismo portarse bien le da ventaja al mal…

Y eso lo dice aun sin darse cuenta del todo de que, en su oscuridad, en su desasimiento, arrastrándose y llorando, llagado y escarnecido, apaleado y solo, despreciado y olvidado de los hombres, ahogado de decepción y de tristeza, todavía así y todo, busca un Nombre y una Luz para seguir, e insiste en querer portarse bien.

Pero no es eso lo que quiero decir ahora.

Es aquello de que le saque usted la segunda estrofa al asunto y deje la primera y el estribillo, sin más.

Diga lo que quiera de lo otro.

Pero sacarle la segunda estrofa, no.

Después de todo, y como el estribillo se repite, la canción terminará lo mismo con eso de que
El seguirte es dar ventaja
y el amarte sucumbir al mal.
Pero no es lo mismo repetir el estribillo después de haber dicho la segunda estrofa.

Ni suena igual, ni es lo mismo.

Los versos de Discépolo tal vez muestran que vienen de una ascética, de una purgación que no se ha completado todavía. Y que debería completarse hasta ser conducido a la noche oscura de los sentidos y a la del alma. Y tal vez se nota demasiado que, por más que nombre a Dios en su apóstrofe, su dolor es casi diría más ético que religioso; y entonces su oración no ha dado todavía el salto. Y el hombre tampoco.

Muy bien.

Pero, aun con su negociación y todo, tan imperfecto como suena y todo, si usted le quita la segunda estrofa, creo está muy cerca de dejar a nuestro buen doliente en las manos ácidas de la desesperación.

Porque, al fin de cuentas, me parece que en esa segunda estrofa asoma la cara más lejana, más andrajosa y deslucida, menos gloriosa y menos bonita de la esperanza.