Pero la música no suena, maestro Salinas.
Hablemos de intimidades, entonces (se entiende que de las tecnológicas, obviously...)
En efecto, damas y caballeros: la música no suena.
La bitácora -tan musical que se nos viene poniendo- dizque ha enmudecido; y en 9 de 10 casos, aunque estiremos la mano, no alcanzamos el aire sonoro.
Digan unos que es impericia de un humilde servidor. Digan otros que es un servidor humilde e imperito (que no es este humilde servidor...)
¿En qué cambia?
La música no suena.
Y esos inevitablemente deslucidos rectángulos que me obligo a poner para que el aire se serene -y cuya gloria única es nada más que dejar pasar la música que suena- gritan desde hace días una rebelión muda: de puente que fueron se han vuelto ahora barricada y piquete de silencio.
Y la música no suena.
Pero sonará, mire: ya sonará.
Y entonces, un día cualquiera de estos días, verá que esta ascesis y lejanía de aire sereno pasará.
Y ya que estamos en tren íntimo tecnológico, permítame una confidencia, aunque sea una confidencia tecno.
En algunas de mis horas de faenas, miró al oriente.
Y entonces oigo bajar los sones graves de otra música que suena.
Y le diré que por momentos vuelvo a ver el aire vestirse de hermosura y luz no usada.
Cosa mía, seguro.
O será que sin aire sereno, sin hermosura y luz no usada, no se puede vivir.