lunes, 20 de septiembre de 2010

Una de dos (II)

Muy alabada en sus días del siglo XVII, y con vida que se pierde en el misterio, sin embargo, allí está María de Zayas Sotomayor, que navega sola en el tomazo de los imperiales y con un solo soneto, que ni título le han puesto, supongo que por errata.

A la muerte de Lope de Vega, en 1635, esta mujer tan talentosa como llena de un fuego avasallador y agridulce (como su homenajeado Lope, digámoslo…), le escribió este Epigrama:
Si mi llanto a mi pluma no estorbara
¡oh, Fénix de la Patria!, ¡oh, nuevo Apolo!,
de mi lira te hiciera un mausoleo,
que tu inmortalidad aposentara.
Mejor que yo ninguno te alabara,
que como tú del uno al otro polo
el único naciste, el sol y el sólo,
sólo mi amor por solo te igualara.
¿Mas, cómo cantaré cuando te lloro
sin esperanza de ningún consuelo
o ya ternura sea, o ya decoro?:
pues pierden hoy, porque te gane el cielo,
Mantua su prenda, España su tesoro,
su Dios las Musas y su vega el suelo.
Diga lo que quiera. Pero no diga que no es una mujer la que escribió este soneto. Y esa mujer.

Un segundo asunto fueron los versos de Gabriel Bocángel y Unzueta, quien aporta a los imperiales al menos dos sonetos sobre un mismo tema, de los cuales tomo uno que se me hace de mejor factura, en lo que coinciden otros mejores que yo o de veras peritos.

El asunto es raro y bien curioso, como se le ve la traza en el título.

Y está además el ademán imperdible, tan hispánico, de saludar el gesto, claro que sí:
A un soldado de quien se refiere que,
matándole en un hecho de armas,
se quedó un rato de pie después de muerto


Tu obstinado cadáver nos advierte
que hay vida muerta, pero no vencida,
pues sólo tu valor, sólo en tu vida,
algo miró después de sí la muerte.
Fuerte es la Parca, pero tú más fuerte;
no se debió a su golpe tu caída;
tú contra ti la ayudas ya rendida,
que ¿quién pudiera sino tú, vencerte?
tú dividiste el trance indivisible
de morir y postrarte tan altivo,
que en el daño común no hallas ejemplo.
¿Cuánto más que inmortal y que invencible
contemplaré que fuiste cuando vivo,
si el cadáver intrépido contemplo?
Pues, estamos de acuerdo: bien por él.

Pero.

No me iré del tomazo si no me acompaña hasta la puerta Francisco de Quevedo. Y que sea con esta...
Advertencia a España de que así como se ha hecho
señora de muchos, así será de tantos enemigos
envidiada y perseguida, y necesita de continua
prevención por esta causa


Un godo, que una cueva en la montaña
guardó, pudo cobrar las dos Castillas:
del Betis y Genil las dos orillas,
los herederos de tan grande hazaña.
A Navarra te dio justicia y maña,
y un casamiento, en Aragón, las sillas
con que a Sicilia y Nápoles humillas,
a quien Milán espléndida acompaña.
Muerte infeliz en Portugal arbola
tus castillos. Colón pasó los godos
al ignorado cerco de esta bola,
y es más fácil, ¡oh, España!, en muchos modos,
que lo que a todos les quitaste sola,
te puedan a ti sola quitar todos.