sábado, 2 de octubre de 2010

Aspirante

También está en la segunda edición de Las muertes del Padre Metri. No la vi en otra parte, pero…, alguien con más memoria que un servidor podrá seguirle la traza.

Si digo que este verso no me gusta y que aquella rima es forzada, no digo nada.

Por eso.

Digo que el poema me gusta por lo que tiene de dinámico y vivo. Un viejo tópico, como la Danza con la Muerte, me parece que viene aquí nervioso, punzante y casi jocoso, sin perder gravedad.

Y para que no sea un discursito piadosón, viene bien también que haya puesto aspirante en el título. Hay que leerlo con cuidado, me parece, para que se entienda lo que supone de pulseada espiritual con el apetito desordenado de martirio, grave mal siempre.

Canción del Aspirante
al martirio


En la mitad de la vida
tan-tan, una campanada:
–¿Quién es? –Soy tu prometida
la Muerte... –¡Oh, pálida Amada!...

¿Tan pronto? ¡No tengo nada!
¡No me gusta de ese modo!
–Ajuar, arras y arracada,
la novia corre con todo.

–Soñé un dios de pedrería,
y salí estatua de lodo…
–¡Entrégate! La hora es mía,
y es el último acomodo.

–Con el Placer, la Alegría
ganar quise negociante.
¡Perdí!... y con la sangre mía
merco el Gozo fulgurante.

–Dios Padre quiera los huamos
de tu limo hacer diamante.
–Madre del Valle, los ramos
mirra y azahar fragante.–

La luna por los retamos
vierte su livor cruel.
Yo y la Muerte nos besamos.
Y la luna era de miel.
Será por algo de lo que decía que esta Canción me sugiere, o por el tono, pero se me vino a la mollera aquella otra Oración de San Bernardo por la castidad, que puso en el Libro de las Oraciones, que como pasa a menudo con Castellani, encara para soneto y termina… como quiere. O como puede.

O jocunda virginitas, quanta
mihi dedisti quando me occidisti.


Primavera de fresas y cerezos
y azul mirado en arboral trasluz,
humus vital que cambio por los tiesos
sílex del monte en que murió Jesús.

Los cálidos jugosos embelesos
humanos, cambio por granito y luz
del sol, los duros devorantes besos
dame, y antojos de morir en cruz.

Señor, de tus dulzuras
no sé; si existen, dalas a las puras
monjitas y leprosos, dame a mí…

en cumbres rudas de nevado campo
del acero el honor, del arma el lampo,
la gloria antigua de morir en campo
y de morir, si puede ser, por Ti.