domingo, 3 de octubre de 2010

Domingo

Más de la mitad de mi vida la he pasado sin mi padre.

Hoy, por ejemplo, debería recordar que hace una punta de años soy huérfano.

Pero.

Creo que, si me dejaran pedir cosas difíciles, le pediría a Dios que mis hijos pudieran sentir, con el tiempo, la silenciosa y nítida mano de su padre en su vida, como siento la mano del mío en tantas cosas, y en casi todas las cosas de mi vida.

Al cabo, es para mí una alegría humana –tan humana como la nostalgia– haber tenido un padre sin estridencias, un padre como una garúa tenue y caladora; como minimalista en su paternidad, como si hubiera pasado de intento sin querer dejar rastros y huellas estridentes.

Pero, y a lo largo del ya largo camino del tiempo, también me es feliz saber de cierto que no quiere uno ir por otra vereda que la que él pareciera casi no haber querido trazar.

Porque su yugo fue suave.

Y, si me dejaran pedir, aunque esto ya es muy mucho más difícil, pediría para mí siquiera algo de lo que puedo decir de él: fue un hombre bueno y sabio.

Dios me lo guarde.