jueves, 20 de enero de 2011

Soledad

La frase estaba perdida y flotando apretada en una maraña de otras frases y conceptos telegramáticos.
¿Por qué no hay un término preciso opuesto a "soledad"?
Son cosas que pasan en enero, probablemente porque es el enero de los espacios vacíos acá en el sur, el enero de la nada de nada.

Y tal vez por eso mismo leí, un poco al descuido, pero entero, ese mensaje en el que los organizadores de un café filosófico (psicológico, diría más bien) anunciaban que en su próxima reunión tratarían (ay, los títulos...) La experiencia de estar solo (de acuerdo a la experiencia científica).

Algunos asuntos tenían algún interés, pero creo que nada de lo dicho allí valía lo que esa pregunta. Y más que la pregunta, que ya parece desafiante, lo que está detrás de la pregunta.

El diccionario, por lo pronto, dice:

soledad.
(Del lat. solĭtas, -ātis).
1. f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.
2. f. Lugar desierto, o tierra no habitada.
3. f. Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.
4. f. Tonada andaluza de carácter melancólico, en compás de tres por ocho.
5. f. Copla que se canta con esta música.
6. f. Danza que se baila con ella.

Ahora bien.

Busco antónimos para soledad, ya que la pregunta es acerca del término preciso opuesto.

Pero lo primero que me retrasa es ese término preciso opuesto. ¿Preciso opuesto? ¿Es así? ¿En qué sentido? ¿Siempre se puede encontrar un preciso opuesto? ¿Tiene sentido semejante simetría? ¿De veras toda cosa tiene su opuesto, en el sentido que quiere esa frase?

Por otra parte, ¿estamos hablando de palabras, de palabras en relación con cosas, de solo cosas? Porque podría pasar que una palabra tuviera su antónimo, pero no que necesariamente una cosa tuviera su opuesto, en el sentido en el que se lo menciona allí, que no es simplemente un opuesto contrario, sino un opuesto contradictorio, de tal modo que un término excluya al otro y habiendo una cosa su opuesto no coeexista junto con ella.

Una cosa son las cosas en la realidad, otra son en el pensamiento y otra son en las palabras.


A ver los antónimos, para empezar.

La mayoría coincide en que los antónimos de soledad son dos: compañía y alegría.

Con lo cual, me parece, la cuestión se vuelve más honda y de implicancias más graves.

Y, entonces, así, como quien no quiere la cosa, de entre medio de la nada de nada del enero meridional, por vías insólitas, se encuentra uno frente a frente con semejante asunto.


Ahora, un pajarito pequeño –de los que en la pampa llamamos mistitos- entra de pronto a la cueva con su pareja.

Revolotean inocentes, miran, saltan dos o tres pasos. No encuentran comida, ni agua. Son breves y discretos. Y lo más gracioso es que parecen catar sorprendidos el terrible y extremo orden que he puesto entre mis libros y papeles. No es la primera vez que llegan hasta aquí. Nunca, sin embargo, tan adentro. Es natural: hay un espacio ahora como no hubo nunca antes.

Y es curioso: el espacio ha aumentado casi en la misma medida en que el tiempo ha disminuido. Durante años, y hasta casi eliminarlo, se acumularon en el espacio de la cueva años y años de mi vida.

Parvas de papeles alimentaron piras en estos días. Cientos de libros se fueron a un retiro merecido, creo yo. Decenas de objetos de todos los orígenes, consistencias y tamaños forman parte ya de la materia de que está hecho este mundo y se confunden con ella, irreversiblemente lejos de mis manos y mis ojos.

Y todavía, me parece, no hice sino la mitad.

Los mistitos, ahora, se van como llegaron, en un alboroto como de chicos en el recreo, correteando, persiguiéndose. Miro con sus ojos la cueva despoblada, y sin embargo todavía la noto llamada a mejores esfuerzos y mayores vacíos.

Ya solo otra vez, vuelvo a la soledad y a su término preciso opuesto. Y a sus antónimos.

Y no: no es un asunto que pueda despacharse así nomás. Necesita tiempo.