domingo, 20 de febrero de 2011

Presente

No ejercer todo el poder de que se dispone es soportar el vacío. Esto es contrario a todas las leyes de la naturaleza. Únicamente la gracia lo puede.

La gracia colma, pero no puede entrar donde no hay vacío para recibirla, y es ella la que hace el vacío.

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El hombre no escapa a las leyes de este mundo sino por la duración de un relámpago. Instantes de tregua, de contemplación, de intuición pura, de vacío mental, de aceptación del vacío moral. Por esos instantes es capaz de lo sobrenatural.

Quien soporta un momento el vacío recibe el pan sobrenatural o cae. Riesgo terrible, pero hay que correrlo, y aun un momento sin esperanza. Pero no hay que arrojarse en él.

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Descartar las creencias que colman el vacío, suavizadoras de amarguras. La de la inmortalidad. La de la utilidad de los pecados: etiam peccata. La del orden providencial de los acontecimientos; en suma: los “consuelos” que se busca ordinariamente en la religión.

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Tan pronto como sabemos que algo es real, ya no podemos apegarnos a ello.

El apego no es otra cosa que la insuficiencia en el sentido de la realidad.

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Nos apegamos a la posesión de una cosa porque creemos que si dejamos de poseerla dejará de existir. Muchos no sienten con toda su alma que hay una diferencia total entre la aniquilación de una ciudad y su exilio irremediable fuera de ella.

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No hay que buscar el vacío, pues sería tentar a Dios contando con el pan sobrenatural para colmarlo.

Tampoco hay que huir de él.

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Un ser amado que decepciona. Le he escrito. Imposible que no me responda lo me dije a mí misma en su nombre.

Los hombres nos deben lo que nos imaginamos que nos darían. Perdonarles esa deuda.

Aceptar que sean distintos a las criaturas de nuestra imaginación es imitar el renunciamiento de Dios.

Yo también soy distinta de lo que imagino ser. Saberlo, es el perdón.

Estos fragmentos los escribió Simone Weil y están tomados de distintos capítulos de La gravedad y la gracia. Hay que verlos en sus contextos, por cierto, pero están extractados viendo que no desmientan lo que tienen alrededor o de dónde proceden.

Y ella es así. Siempre tan tensa, tan al límite de la repugnancia de la razón, incluso.

Es su forma mentis, es su escuela y lo que lleva de sus lecturas también, y de sus meditaciones. Quizá sirvan para que se pueda pensar con la razón, pero no sólo con ella. Para que se encuentre uno en la situación de tener que contemplar si quiere entender. Contemplar, dije; no levitar en éxtasis. No agudeza ni ingenio, no ajedrez, no una especie de ars combinatoria, no mirada entrecerrada o de soslayo, no crítica, no historia de los asuntos. Contemplación. Cosa difícil, si acaso uno supiera qué es y acertara con ella.

Creo que fragmentos así (y no son los más tensos, para nada…) no se entienden sino contemplándolos. Y eso es difícil. Una vez contemplados y ‘vistos’, si se quiere y se ve algo que lo amerite, se puede distinguir o confrontar, discutir y hasta objetar y aun negar.

Pero primero hay que entenderlos.

Y, por imitar su propio fraseo, diría que la única forma de hacerlo es teniéndolos presentes. Pero más que eso: teniéndolos en el presente. Como frases del pasado (Simone Weil dijo…), se aplanan, pierden densidad, se ajan o se vuelven un monumento sin vida; o peor, un acertijo. Catapultándolos al futuro (tengo que pensar esto que dice…), se desvanecen y toman la forma de un abalorio suspendido en el aire, incluso capaz de tomar proteicamente, y a mi sola voluntad, las formas más disparatadas o irreales y siempre a condición de mantenerlos como una ocupación futura.

No. Ni cita rancia ni ingenioso programa de estudios.

Es en el presente donde son más incómodos y donde creo que pueden dar todo su fruto.