martes, 12 de abril de 2011

Ex libris

Aparecieron de pronto, cuando buscaba unos papeles de familia.

El día ya había sido bastante bueno. Un almuerzo temprano con mi madre. Un almuerzo de trabajo, diría.

Hablamos de su muerte, esta vez, y de los aprestos de las cosas de su muerte. Solos los dos, en su comedor luminoso y minimalista, signado de recuerdos sutiles pero impregnantes, con un excelente vino como invitado de honor.

Una escena difícil de entender, tal vez; una conversación para otros quizá algo incómoda, si no se tiene la llave que abre esas puertas. Cosas de familia, claro. Todas tienen su tono y sus guiños. Y su estilo, por cierto. En la de mi madre, por ejemplo, esos asuntos de la muerte tienen la naturalidad de los asuntos de la vida; de modo que, cuando se habla de los asuntos de la muerte -de la muerte propia, se entiende-, no se espera, ni se da, ningún gesto que le permita adivinar a un foráneo de qué se está hablando con esa tan animada, cordial y simpática concentración.

El tramo impagable fue cuando, con el poco aire que la risa le dejaba, leyó durante cinco minutos los detalles de los servicios del sepelio que sus seguros de vida le ofrecían. Si ya no hubiese escrito Los seres queridos, Evelyn Waugh habría querido incorporar la escena.

* * *

Cuando llegué a casa, tuve que ponerle ganas a los papeles que -secuela del almuerzo de trabajo- había que recolectar y ordenar, cosa que -no importa el motivo o asunto que obligue...- siempre es tarea aburrida.

Hasta que aparecieron.

Entre los varios carpetones, dos. Ambos con escritos de hace muchas décadas. Creo que llevan allí, sin que vuelva a ellos, el mismo tiempo.

Tienen un sabor extraño. No sabía que todavía existían. Muchos de ellos tienen la gracia inmóvil y expectante de haber quedado escritos en trozos de papel de ocasión: media hoja de un cuaderno de apuntes, el dorso de un formulario, la servilleta de un bar, márgenes de un programa de concierto, trazas de una agenda.

Ahora me parece, a lo que veo, que les llegó la hora de hacerse notar en esta bitácora. Porque, por antiguos que hayan sido hasta hoy, de pronto han desempolvado la ciudadanía que tuvieron hace tantos años. Casi todos los que la mirada vio, y quiso volver a ver ahora, tienen el aire de un tiempo que es tan mío como el presente. Pero que ya no es presente, y se les nota -a algunos más que a otros- en sus gestos, en su dicción, en el registro fresco de la voz. En fin, en los años que tienen y que son muchos menos que los que tengo.

De esta guisa, y como el que avisa no traiciona, si en tiempos venideros ven el signo que ilustra la presente, sabrán a qué atenerse.

Y para no dejar baldía la mención, y la amenaza, aquí va lo primero de una serie que ya veremos si es posible hacerla yugo leve y carga ligera, cosa que dudo.

Memorandum

Presento una moción: postulo al aire
porque puede ser viento y ser tormenta
y azotar la flamante arboladura
y ser brisa además entre los pétalos.

Y vengo a proponer, como transcurso,
la pausa del barbecho, o bien la siembra,
la eternidad del beso del amante,
o el tiempo del madero hasta la Cruz.

Y, si nadie se opone, yo sugiero
establecer la piedra, el fundamento,
en un puesto elevado y coronado,
restaurando los sitios inmortales.

Si acaso no incomoda, pediría
que agregaran lugar para el guerrero
de rodillas velando un estandarte,
bajo un cielo de estrellas complacido.

Si hay un espacio aún, que la mañana
reverbere de azul, que se alce el bosque
y se inicie al auspicio vespertino
un coro de color entre las flores.

Al fin, por no abusar de quien me atienda,
considero de veras necesario
conceder a los hombres moribundos
la ocasión de elevar un "De Profundis".

No habiendo otras urgencias de momento,
sino las postuladas precedentes,
saludo atentamente.