martes, 5 de abril de 2011

French potatoes (II)

Me parece que no hay remedio para eso: entonces, ¿a qué afligirse?

A veces, todo el asunto aparece con una cuota módica de heroicidad cínica, como ésa de las películas al uso en las que, el antihéroe necesario para la trama, le escupe entre dientes al que le pide ayuda: “No es mi guerra…”

Pasa algo así, por ejemplo, cuando se acumulan asuntos, temas, cuestiones disputadas.

Y guerras.

Y uno tiene que ver (¿sí? ¿tiene? ¿qué quiere decir exactamente que uno tiene…?) si habrá de ocuparse o no.

Parece que se dice en este caso que uno tiene que ocuparse, pero más que nada creo que se dice que hay que mostrar que uno se ocupa, claro. Porque si uno se ocupa y no se nota, no hay nada que discutir; o en todo caso, hay otra cosa que discutir que no es eso.

Y allí aparece entonces la cuestión aquella de si es mi guerra o no es mi guerra.

Hay algunas cosas ciertas a estos respectos.

Por ejemplo.

Soy humano (argentino, católico y un etcétera a su placer…), entonces nada de lo humano (argentino, católico y un etcétera a su placer…) me es ajeno.

Es verdad: estar en este mundo sublunar obliga a mirar de tanto en tanto en 360°, si acaso no obliga de algún modo a mirar así todo el tiempo; pero eso es lo que más o menos de un modo u otro uno hace, sin que se lo digan y hasta donde alcanzo a ver, como dicen los franceses, ce n'est pas la mer à boire, esto es: no mata a nadie.

Otra cosa cierta es que los modos son los modos. Y no da igual un modo que otro modo.

Porque tengo por cierto que quien dijo (también en francés) que c'est le ton qui fait la musique, dijo bien. A veces, la cuestión es ocuparse o no de algo. Pero siempre –y como es el tono el que hace la música…- la cuestión es la forma en que uno se ocupa –o no se ocupa- de algo.

Es claro que con los mismos temas y las mismas palabras –o silencios- se puede hacer el cielo o el infierno. Y no es tanto que pueda hacerse uno para uno mismo el cielo o el infierno, sino que puede hacérselo a los demás, que no es lo mismo y es peor.

De allí que hace tiempo pienso si uno tiene que ocuparse de todo o de tantas cosas, y escribir sobre todo y tantas cosas, nada más que porque soy humano (argentino, católico y un etcétera a su placer…), y entonces nada de lo humano (argentino, católico y un etcétera a su placer…) debe resultarme ajeno.

Aunque es verdad, como ya se dijo pero conviene repetir, que una cosa es que me resulte ajeno y muy otra es que escriba sobre ello, porque bien puede pasar, y pasa, que no de todo lo que ocupa y preocupa anda uno escribiendo cosas. Y más todavía: ocuparse o no, y decir algo o no, pero sobre todo de qué modo, con qué maneras, que a estas altura ya deviene asunto central y raigal. Y tan central como el por qué y el para qué de una cosa u otra, que la final es la primera de las causas.

Y así es que a veces me pregunto, con don Odón de Rigaud, si en esta cuestión podría aplicarse su apotegma de que entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem (*), siendo que, si hay tantos que se ocupan de tanto, poniendo tanto ente en existencia, ¿a qué multiplicar los entes? En este caso, se entiende, los entes son las palabras que se agregan a las palabras que tantos dicen sobre tantas cosas, claro.

Claro.

Si no fuera que.

Si no fuera que hay que ser cuidadoso asaz y atender a eso de praeter necessitatem, pequeña cláusula modal, y en realidad causal, que es precisamente el tono de esta música.

Entonces la cuestión no termina tan rápido ni tan fácil.



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(*) Los entes no han de multiplicarse, salvo necesidad (o más allá de lo necesario).