sábado, 18 de junio de 2011

ens





Pasaba la tarde, nublada y todavía un poco húmeda, después de la tormenta de unos días atrás.

Había terminado por armar un fuego a la intemperie, allí mismo, en vez de irme junto a la salamandra; era el fin de la faena: después de ordenar las cosas de labor y dejar limpias las herramientas y acomodados los aparejos. Puse la pava en un costado, sobre las primeras brasas, y lentamente me dediqué a ensillar el mate. Un tocón de quebracho blanco, que pronto iría a dar en gajos y astillas a la leñera, me hacía de asiento, cerca del calor y la luz que empezaban a crecer. Había casi viento y un aire ligero y fresco, un poco ácido, como es el aire de junio cuando trae ensalmos de hojas y ramas de fines del otoño y la tierra mojada de las primeras lluvias que avisan del invierno.

Miré la ventanuca que fuera, y que ahora parecía una boca sellada, las cavidades muertas de un ciego, un hombre sin manos. Tenía en las mías todavía ese aroma áspero y feliz de la argamasa. La piel cuarteada me dejaba acomodar la madera caliente en el fuego o correr la pava que ya estaba por estar en sazón.


* * *



Iba en mis asuntos de mate, fuego y cigarro y no lo oí llegar, venía del lado del camino, bordeando el montecito.

- ¡Eh...! ¿Y eso? ¿Qué pasó ahí? ¿Qué hizo ahora?
- Y, lo que ve...
- Claro que veo... Pero, digo, ¿otra vez? ¿Cuándo fue la última vez? ¿Este verano o el otro?
- El otro...
- Ja..., ¡qué tipo! Cada tanto... Verano, invierno... Se le da por los solsticios, ¿qué le pasa? ¿Es algún rito? Y ahora viene el invierno, ¿qué significa? ¿Se prepara para la noche más larga?
- ...
- No..., digo, ahora en serio, ¿qué hizo? ¿La cerró? ¿La tapió?
- Y...
- Por eso, la última vez la tapió también o algo parecido. Pero después retomó.
- Esa vez, así decía el aviso que sería...
- Está bien, es verdad... ¿Y ahora?
- Queda así. Y nada más.
- Ah..., mire usted... ¿Así que nada? ¿Nada de nada? Oiga, ¿ese mate anda?
- Claro que sí, perdóneme...
- ¿Y por qué la cierra? ¿Ustedes hacen siempre así las cosas? ¿Porque sí?
- ...
- No quiero meterme, no es mi asunto, pero...
- Así está bien.

Miró la ventanuca un tiempo, en silencio. Ya empezaba a querer orear. Le había puesto más cal que cemento, porque me decía mi padre que la cal era más fuerte. Tenía el aspecto de una hornacina. Pero era una ventana tapiada.

- Es medio tonto lo que se me ocurre pero..., ¿sabe que viéndola ahora me parece como sí siempre hubiera estado así? ¿Me entiende?
- Y, tal vez...
- Quiero decir...
- Entendí, sí...
- No queda mal, después de todo. Tiene aspecto de hornacina.
- Mal no queda, es verdad y cierto que parece una hornacina...
- ¿Y qué va a hacer ahora?
- ...
- No le creo si me dice que no va a hacer nada..., seguro otra cosa, algo...
- ...

Le convidé un mate y enseguida un cigarro. Estaba haciendo muchas preguntas. Prendió el cigarro y jugó con el humo mientras miraba pensativo e intrigado otra vez la ventanuca, con el mate en la mano. Empezaba a oscurecer y el fuego hacía bailar nuestras sombras sobre la pared como si fuéramos muñecos desarticulados. Por momentos, nuestras figuras quedaban encajadas en la ventanuca; impresionaba ver esas siluetas fantasmales como asomándose por el recuadro y evanescer inmediatamente después. La pared y la ventanuca se habían animado de pronto con la luz y esos juegos de sombras. Pero eran sombras. Allí, ahora, lo que no era piedra y argamasa, era una ventana tapiada. Con el tiempo, cuando el fuego desapareciera, ni sombras habría.

- ¿No le da un poco de pena? Yo me había acostumbrado, ¿usted no? Seguro que va a extrañar, no me diga que no. Pone cara de que no pasa nada... Tantos años... Usted se la pasó mirando por ahí ¿cuántos años van ya...? La verdad es que la vista es buena desde ahí...; bueno... era, quiero decir...
- ...
- ¿Por eso la abrió? ¿Por la vista?
- ...
- Porque es raro abrir una ventana ahí. Parece más bien que esa pared tendría que ser lisa, ¿me explico? Todo mira para otro lado... Es verdad que la vista es buena y, además, el camino no está ni muy cerca ni muy lejos, así que desde la ventana se ve todo y desde el camino se ve la ventana; pero eso no molesta, porque no se ve adentro... ¿Sabe que había gente que a veces preguntaba por esa ventana? No sé por qué, pero preguntaban. No era fea, no quedaba mal; pero seguro que es eso que le digo: allí no tenía que haber una ventana...
- ...

Yo miraba el fuego mientras él razonaba sus tanteos. Agregué las últimas astillas que tenía a mano para que hubiera un poco más de llama, algo de calor y luz. El efecto era curioso y un poco inquietante, como pasa a veces con esas horas en que no hay ni luz ni oscuridad. La pared se volvía de colores raros, por momentos dorada o rojiza y al rato gris. Mientras, de a poco y a medida que llegaba la noche, la ventanuca se confundía con las piedras, el dintel se disimulaba con las sombras, el pequeño alfeizar se aplanaba y parecía no haber habido nunca una ventana allí.

- De veras, no sé qué decirle...
- ¿Decir?
- Y claro, si es inútil... Usted no me va a decir nada. Le digo que hay que ver si queda así..., no vaya a ser cosa que como otras veces...
- ...
- Dígame, sinceramente, ustedes, los que escriben, ¡qué tipos raros son, qué cosa…! ¿Un día me va a decir, me va a contar? ¿Por qué la abrió? ¿Por qué la cierra?
- ...
- Tiene razón, qué estoy diciendo...
- ...
- ¿Qué es ese cigarro que me convidó?
- Uruguayos son, acá no hay y allá casi no se consiguen... Me los regalaron.
- Ricos, fuerte el tabaco, no los conocía, pastoso el humo, ricos...
- ...
- Qué se le va hacer..., en fin... Me tomo un último mate y me voy rumbeando para la casa...


Y eso hizo.


* * *



Nos quedamos solos la ventanuca que fuera y yo.

El fuego se iba yendo también. Esperé a que se consumiera entero. Tardó un rato, no mucho; las brasas se fueron vistiendo de cenizas blancas y volátiles hasta hacerse nada. El frío de la noche, ya a las puertas del invierno, llegó en algún momento sin que me diera cuenta y parecía venir del lugar en donde hasta hacía unos minutos todavía quedaba algo de humo y tibieza.

La noche había ocupado todo alrededor, un cielo de nubes bajas vagaba por encima con un halo también gris rojizo. Se levantaba un viento acompasado que hacía murmurar el montecito.

Frente a la ventanuca ya no quedaban rastros de calor ni de luz, nada más que cenizas y el resto del mundo.

Recogí las cosas y me fui también yo.

ens

martes, 14 de junio de 2011

Linhas tortas (V)

Está pronto el invierno. Y no se nota, es verdad. Como no se ha notado mucho el otoño, tampoco, salvo destellos hirientes.

Entre abril y ahora -desde que anoté aquí por última vez algo al respecto de mi asunto con Castellani- la salamandra fue una incorporación feliz. Tan feliz como perturbadora, si me permite que le diga. Y hasta diría que, hoy por hoy, es en buena medida como el emblema de esta cuestión que vengo masticando, con suma lentitud y cuidado: indigestiones, empachos, intoxicaciones, son de cuidado.

Por ejemplo.

Pasa uno feliz de la vida horas enteras dedicado a la madera (que la etimología lleve a materia, no es de mucha importancia...) Ya es algo, claro. A poco que se ocupe, aparece toda suerte de ramas, troncos, tablas. Todo sirve, todo va. Me gusta la obra del leñador, no lo niego. Casi lo haría porque sí. Entiendo que la asociación de la madera con el fuego es más nítida y sabrosa y juiciosa que la de otros combustibles, que no son tantos. El papel, por caso (o el cartón), es complementario, servil, de un vasallaje digno, sí, pero subsidiario.

Y, después de la recolección, viene el uso y el gozo. El fuego mismo.

El proceso mismo, el camino del frío a las llamas y a las brasas, es de suyo gratificante, cómo que no. Y el cuidado del fuego, por cierto. Una astilla, otro leño, remover las brasas, abrir o cerrar el tiraje. Regular, modular, cultivar, ver crecer. Son horas, claro que sí, drenando cierto gozo en breves espacios de labor constante, como surcos de agua que van a la contemplación feliz del fuego, esa cosa hipnótica, esa puerta ardiente a ideas y pensamientos que parecerían solamente aparecer cuando se miran las llamas, cuando se adormece uno viendo titilar las brasas, como si las tales cosas vistas pertenecieran a un mundo clausurado a la vez que visible. Un mundo de formas que pueden contemplarse pero que no pueden de hecho penetrarse, ni llevarse uno consigo del todo, y prácticamente nada.

Opuestas se me hace que me son las llamas y las brasas, me son ambas yuxtapuestas a mí.

Nos une lo mismo que nos separa.

Como la belleza, diría. Y como las cosas bellas, más precisamente. Las unas y las otras, las de por mano de hombre y las que no.

Difícil es darle fin a las cosas de ese mundo de lo bello, de la Belleza, de las bellezas, del arte. Muy.

Creo que Castellani sabía bien eso. Creo que era impaciente, también. Y tal vez por ambas cosas, optó al fin por la como si le dijera docencia pastoral acerca del asunto. Por la vía más segura y benéfica, por la vía de la amonestación edificante. Fue del principio al fin, pero no pasó del todo por el medio. Y en el medio quedaron cosas que hay que ver, ordenar y catar en silencio y con tiempo.

El mundo de la belleza y de las cosas bellas es de lo más riesgoso que hay. Él sabía eso. Lo dijo muchas veces. Creo que supo además en la propia carne que era peligroso. No era poeta en un sentido pero lo era en otro. No solamente podía entender lo que Baudelaire advertía y decía respecto del arte, del esteticismo, del amaneramiento brutal de quien se fabrica idolillos y los sirve como si fueran eternos y divinos. Más peligroso y grave que el dinero y casi que el poder, diría, y fíjese si no.

Pero si eso es así, es precisamente porque el asunto parodiado por los esteticismos y las substituciones es enorme: como que es Dios mismo y Él y todas las cosas. Y nada más fácil que hacer de la belleza -y del arte anejo- una divinidad. Pero eso es muy peligroso. Peligroso porque es muy delicado y poderoso, pero también porque es casi inmediato. La belleza tiene algo de Dios mismo de un modo que casi no admite la mera intermediación de las cosas en las que se manifiesta. Peligroso pensarlo, también. Peligroso decirlo.

Pero debe hacerse, con tiempo, con paciencia. Buscando luz en la luz y, a la vez, no dejando que cierta luz opaque cierta sombra de los misterios y arcanos, diría el padre que decían los Padres. Misterios y arcanos que son muchos en esta cuestión porque es alta y grave. Pero no todo lo oscuro es misterio y cosa alta. Hay oscuridades -ya es sabido- que son bestias antiguas y perversas. Y tanto más oscuras y perversas son con su halo de belleza. No puede ser de otro modo si lo bello -lo realmente bello- es Dios mismo y de Dios mismo: el anticristo se parecerá a Cristo.

De veras pienso que Castellani vio todo eso. Como de veras creo que finalmente se impacientó y optó por enseñar la vía que no puede hacer mal. Aunque todos estos asuntos sufrieran las mermas de algunas distinciones necesarias. Aunque la esperanza que es capaz de dar la belleza y la contemplación de la belleza hubiera que mejor buscarla en otra parte. Aunque haya que embolsar arte, belleza y Belleza, en una misma o parecida bolsa y guardarla como él diría hasta la Patria, donde Dios será todo Belleza.

Pensar y decir que si peligra el bien entonces la belleza/arte/Belleza debe postergarse y suspenderse o evitarse, es una frase peligrosa, al fin de cuentas. Pero es benéfica también en cierto sentido: hace bien, según y conforme.

Pero seguirá siendo un problema tener esa frase a mano. Hay que buscar una más ajustada a las cosas, me parece. Cosa riesgosa es.

Dice Castellani que Arte y Escolástica de Maritain fue de lo mejor que leyó respecto de todos esos asuntos. No digo que no. Digo que es -a mi mucho menos certero criterio- un buen libro. Y útil y claro. A mí me ha servido mucho, especialmente para dar clases.

Después y antes que ese libro se ha escrito mucho por todas partes y desde muchos puntos de vista. En lugares hasta cierto punto insospechados hay madera para este fuego.

No ya sólo Kierkegaard o Von Balthasar, sino Duquesne y Weil. Y tantas cosas más que llegan hasta hoy y hasta al propio Benedicto XVI, que no le saca el ojo de encima al asunto desde hace años.

Pero, y hasta donde puedo decir (que es como decir nada), la cuestión sigue abierta, muy abierta y más en estos tiempos. Como todas o muchas de las demás, me dirá usted. Y sí. Salvo por el hecho de que ésta no es una cuestión cualquiera ni de catálogo.

Casi me tienta decir que en esta cuestión hay que mirar y ver todo de nuevo: de Platón a Dionisio y san Agustín, de Plotino a santo Tomás. Y de Aristóteles a Castellani.

No creo que vaya a ser un servidor quien encare semejante cosa. No, seguro.

Pero mientras sigo dándole vueltas al asunto le diré una cosa que creo que ya sé.

La belleza y la esperanza tienen un fortísimo lazo invisible y recóndito.

Y tanto así que, creo, quien no pueda conmoverse genuina y hondamente ante lo bello, distinguirlo de entre el mar de calamidades y estragos de este valle y darle el peso que tiene; quien no pueda verlo y gozarlo serena y despaciosamente, como si algo ardiente y sólido le entibiara el hondo corazón y no sólo la piel de los ojos, como si viera con certeza -hasta casi digo con certeza de Fe-en la belleza de todas las cosas las huellas del Amado, ese alguien, me parece, ha desesperado o está por.

No sólo eso. Quien tenga esa desgracia, creo también, es hermano de leche de quien se refugia en los masajes de la belleza como substituto mismo de una divinidad que se le ha hecho lejana e inhallable. Su nostalgia y su dolor de intemperie han puesto un ídolo en el lugar reservado para que el hombre ansíe al Amado. Lo mismo pero distinto, después de todo.

Porque en lo bello está Dios de un modo que acaso sabremos en la Patria no sólo cómo -que es importante, pero no capital- sino por qué, y eso si Dios mismo no se lo revela a alguien antes.

domingo, 12 de junio de 2011

Fandango




Fandango

Para Rodrigo


Misterio del fandango que se crece
como una voz antigua y horadada.
Que nace cuando por vez de inicio
un muchacho lo toca.
Es una riada vieja,
una como alba que crece en los ojos.
Una queja,
como una luz que sube por el agua,
como una desolada voz sin cielo.
Los pájaros escondidos en las yemas,
los huesos duros en la cara de piedra
y los caminos de la música alerta
como galgos, corriendo entre los árboles.
El fandango se sube a la mañana
como una estrella de humo.
Para llorar lo espero
entre mis cosas.
Casi de frío yerto, oscura mortandad.
Sin azucenas. De negro y de morado.


Fue el 17 de octubre del año pasado y no sé si entonces me di cuenta de la fecha, pero sí que le iba bien. Lo traje a esta bitácora a propósito de Lugones.

Junto con aquellos versos, en aquel mismo número de la revista entusiasta, había estos otros que recordé ayer y que Manolo le dedicaba a su hijo. Aquí quedan ahora.

En un tablao abigarrado -calé con algo de payo-, lo acompañan en sus dichos, y como testigos de su casta, Rafael Farina, Paco Toronjo, Camarón con Paco de Lucía, y Juanito Valderrama con Adelfa Soto.

Allí van todos ellos juntos, cada uno con su arte y todos con el mismo.

viernes, 10 de junio de 2011

González

A Manolo, con afecto sincero



Hijo de España, hermano de Castilla;
Galicia en todo; ardor de Extremadura;
en la sentencia, Asturias; y en la pura
y honda nostalgia del amor, Sevilla.
Recibe este saludo, esta tristura
de la voz que se apaga y que se astilla
(por una vez la voz se hace sencilla…)
celebrando tu hispánica estatura.
El recuerdo feliz de tu coraje,
gajos de patria, pueblo y criollaje,
un haz de cinco rosas levantado,
un hondo cante jondo bien cantado,
un vino oscuro, denso y añejado:
son las prendas que dejo en tu homenaje.


Zarzas (III)

El día es propicio.

Agrisado y frío, húmedo y ceniciento.

Prendí la salamandra muy temprano, al alba. Y, ahora, un calor seco y suave -con aromas mezclados de maderas varias- hace amable el tránsito por la casa.

Leer los diarios no sirve. ¿Y cuándo sí? Se adivina incluso lo que no se sabe (como el arzobispado de Tucumán a Mons. Zecca...) y se aburre finalmente uno de la previsibilidad de este mundo sublunar.

En un tiempo, jugaba a adivinar las tapas de los diarios del día siguiente. El porcentaje de éxito era alto y el engaño muy posible y fácil: no se trataba ni de perspicacia ni de mancias: no era mi talento, era la pobreza del ingenio del mundo. Somos previsibles los hombres: muy.

Así las cosas, pensaba esta mañana (es cierto que siendo tan temprano es más disculpable…), y mientras le daba qué flambear, que la salamandra es, quodammodo, como la inteligencia, que puede contener en sí todas las cosas sin perder su propia forma.

Pero.

¡Ay si la inteligencia pudiera siempre hacer lo que siempre hace la salamandra, que vuelve lo que la alimenta en calor y luz y alegría…!

* * *

El día es propicio.

Mate y cigarro a mano, mirando el cielo y el aire de la mañana, dejé que la música hiciera su trabajo, que es como el de la salamandra también, claro, en cierto modo.

* * *

Se dice que, a fines de la década de 1820, Vincenzo Bellini compuso Sei ariette, unas obras de cámara, arias breves, que son como pequeños aguijones entre amorosos y melancólicos.

En la poesía de las canciones, se nota que sobrevive todavía algo de una lírica más antigua, hasta con dejos de contrapuntos afectivos, al modo de las canciones provenzales, y, más cerca (y más probable), de cierto conceptismo barroco.

Luciano Pavarotti grabó en Bolonia, su tierra natal, cuatro de estas composiciones. Y son, a saber, Ma rendi pur contento; Malinconia, ninfa gentile; Bella Nice, che d'amore y Vanne, o rosa fortunata.

Son casi perfectas en sus manos, aunque está claro que mi autoridad en esta materia tiende a cero…

Por alguna razón que se me escapa, dejó fuera de programa a dos de las seis. De modo que hubo que completar el asunto y no sin dificultad, pues -tal vez, claro, porque no tengo nada de eso a mi alcance- parece que o la obra del cisne de la Catania entusiasmó a pocos, o pocos se atrevieron con ella.

Un tenor catalán, Jaume Aragall, y una mezzosoprano húngara, Lucia Megyesi Schwartz, a su modo, tuvieron que hacer lo suyo en Per pietà, bell'idol mio (ya querría yo tener la versión que hizo la Bartoli...) y en Almen se non poss'io, y esto nada más que para que la serie no quedara renga. Se los agradezco, digamos, cortésmente.

ver
Ma rendi pur contento

Ma rendi pur contento
della mia bella il core,
e ti perdono, amore,
se lieto il mio non è.

Gli affanni suoi pavento
più degli affanni miei,
perché più vivo in lei
di quel ch'io vivo in me.


Malinconia ninfa gentile

Malinconia ninfa gentile
la vita mia consacro a te.
I tuoi piaceri chi tiene a vile
ai piacer veri nato non è.

Fonti e colline, chiesi agli dei,
m’udirò al fine pago io vivrò.
Né mai quel fonte coi desir miei,
né mai quel monte trapasserò.

No, no mai.


Bella Nice, che d'amore

Bella Nice, che d'amore
desti il fremito e il desir,
bella Nice, del mio core
dolce speme e sol sospir,

Ahi! verrà, né sì lontano,
forse a me quel giorno è già,
che di morte l'empia mano
il mio stame troncherà.

Quando in grembo al feral nido
peso, ahi! misero, io sarò,
deh, rammenta quanto fido
questo cor ognor t'amò.

Sul mio cenere tacente
se tu spargi allora un fior,
Bella Nice, men dolente
dell'avel mi fia l'orror.

Non ti chiedo che di pianto
venga l'urna mia a bagnar,
se sperar potess'io tanto,
vorrei subito spirar.


Vanne, o rosa fortunata

Vanne, o rosa fortunata,
a posar di Nice in petto
ed ognun sarà costretto
la tua sorte invidiar.

Oh, se in te potessi anch'io
transformarmi un sol momento;
non avria più bel contento
questo core a sospirar.

Ma tu inchini dispettosa,
bella rosa impallidita,
la tua fronte scolorita
dallo sdegno e dal dolor.

Bella rosa, è destinata
ad entrambi un'ugual sorte;
là trovar dobbiam la morte,
tu d'invidia ed io d'amor.


Per pietà, bell'idol mio

Per pietà, bell'idol mio,
non mi dir ch'io sono ingrato;
infelice e sventurato
abbastanza il Ciel mi fa.

Se fedele a te son io,
se mi struggo ai tuoi bei lumi,
sallo amor, lo sanno i Numi
il mio core, il tuo lo sa.


Almen se non poss'io

Almen se non poss'io
seguir l'amato bene,
affetti del cor mio,
seguitelo per me.

Già sempre a lui vicino
raccolti amor vi tiene
e insolito cammino
questo per voi non è.


Y entre el humo lento -que hace más gris y aromado el aire- y las sutilezas del joven Bellini, a mi modesto parecer, ya puede ir marchando este día en el que lo más notable viene siendo, hasta ahora y por lo que se ve, esa cuarteta sencilla, concisa e inspirada que dice:
Almen se non poss'io
seguir l'amato bene,
affetti del cor mio,
seguitelo per me.



martes, 7 de junio de 2011

El crespín




Goloso pa’ la tristeza,
cuando la tarde se apaga,
quejumbres de amor perdido
llora el crespín en el tala.

Rojas las plumas le tiemblan
cuando el corazón le sangra,
y tiñe el aire del rojo
de su sangre cuando canta.

Lapachos van florecidos
y dejan la luz dorada,
y son mistoles las notas
que le trina la garganta.

Silba su pena el crespín
y la luna lo acompaña,
ya el monte duerme en silencio
un sueño de voz que ama.

Canta el crespín su agonía
y en los hondones del abra
un eco dulce entristece
las flores de la mañana.

Pasó la noche en el cielo
y en los brotes de una rama
dejó el crespín sus lamentos
temblando como guirnaldas.



sábado, 4 de junio de 2011

No tengo miedo al invierno

Y eso, por dos razones.

La primera es una bonita señora, oxidada, vieja, humilde en sus líneas rústicas, fuerte, silenciosa y cálida: una salamandra.

Llegó de regalo hace unos días de manos de un inesperado benefactor y ya cumple su destino de fuego en la sala.

Ella, los ojos entornados, como somnolienta, pero perspicaz. Y yo soy su paje, su siervo de amor. A su servicio cada momento. Ferviente, el morro -y el corazón- embelesado en sus fauces, alimento su pasión encendida apenas con astillas. Y ella responde con llamas de alegría. Silenciosa, deja crepitar en sordina cualquier ofrenda que le haga. Hace música de la madera, notable. Y al calor de esa luz, y en ella, en la noche apagada y quieta, miro y veo.

¿Cómo puede ella tanto con tan poco? Amor se llama, creo. Y está bien que el amor sea fuego. Y silencio.

La otra razón para no temer al invierno, es una versión de la Tonada del viejo amor que descubrí hoy.

En su invierno, en el agosto de sus vidas, Eduardo Falú y Mercedes Sosa grabaron como por última vez esta tonada.

Oigo esa guitarra que tantas veces fue lujuriosa de tan precisa y segura. Ahora cansina, apenas haciéndose oír, como si fuera folclore, nada más. No ejecutante ni virtuoso. Tocar, nomás. Y ella, la de las inflexiones con intención y potencia, ahorrando esfuerzos que no puede solventar. Y ambos, como sosteniéndose uno en el otro, al paso, lentos.

Me pregunto si al cantarla, si al oír que la han cantado, habrán sentido recuerdos llenos de sol.

En esta tarde de la vida, allí están, como viejos amigos, hablando quedo, despaciosamente, fuera del tiempo.

Y pienso si cuando me llegue el invierno podré decir otro tanto. Y que entonces ya no sea invierno nada. Y todo sean recuerdos llenos de sol.

Cerca de una salamandra, claro, mucho mejor. Y el fuego cerca.

viernes, 3 de junio de 2011

Zarzas (II)

A las corridas -como toca andar en estos días-, vi un afiche de Cáritas con una leyenda impresionante: "Hambre cero".

Yo entiendo. Entiendo todo. Sí.

Piense de mí lo que se le antoje.

Me hizo acordar a una canción de Paul Brady: The Island.

ver
The Island
They say the skies of Lebanon are burning,
Those mighty Cedars bleeding in the heat,
They're showing pictures on the Television,
Women and children dying in the street,
And we're still at it in our own place,
Still trying to reach the future through the past,
Still trying to carve tomorrow from a tombstone...

But, hey! Don't listen to me!
This wasn't meant to be no sad song,
We've heard too much of that before,
Right now I only want to be here with you,
Till the morning dew comes falling,

I want to take you to the Island,
And trace your footprints in the sand,
And in the evening when the sun goes down,
We'll make love to the sound of the ocean.

They're raising banners over by the markets,
Whitewashing slogans on the shipyard walls,
Witchdoctors praying for a mighty showdown,
No way our holy flag is gonna fall,
Up here we sacrifice our children,
To feed the worn out dreams of yesterday,
And teach them dying will lead us into glory...

Now I know us plain folks don't see all the story,
And I know this peace and love's just copping out,
And I guess these young boys dying in the ditches,
Is just what being free is all about,
And how this twisted wreckage down on main street,
Will bring us all together in the end,
And we'll go marching down the road to freedom... freedom...



Me parece que pocas cosas resultan más fáciles –o tentadoras- que reemplazar algo bello y grande -la esperanza, por ejemplo- por cosas que parecen bonitas y grandes y que son casi diría una estupidez. Una bonita y grande estupidez. Al menos, eso.

Somos así los hombres. Somos así. Incorregibles parecemos.


Otro día le explico.

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A propósito de la canción (que me gusta, pese a todo), fue un ícono de los pacifistas entre los '80 y los '90, aunque pocos la grabaron. Entre las versiones, una de Paddy Slattery -otro irish, por supuesto- se lleva mis preferencias.