jueves, 11 de agosto de 2011

Uno





Tan esclavo y tan libre me figuro.

Tan al vuelo en la tierra encadenado.

Tan en semilla y flor voy enhebrado.

Tan en alto y en luz como hondo oscuro.



Tan en la pena río, alegre imploro.

Tan gozoso que voy, doliente clamo.

Tan silenciosamente, a voces bramo.

Tan urgido e impaciente me demoro.



Tan verde me marchito y seco broto.

Tan viento en calma y quieto en arrebato.

Tan mortal soy fecundo, vivo mato.

Tan íntegro quebrado, entero y roto.






martes, 9 de agosto de 2011

Vino, uva, vid (II)

Si se busca por el lado de las palabras, se llega hasta donde se puede y no mucho más allá. El origen se lo disputan arios y semitas, con pareja argumentación.



Pero es verdad que vid, viña, vino, parecen llevar a un punto común, aunque nunca seguro y siempre discutido. Especialmente, para el caso de vino.



Las raíces de vid (a las que se asocian viña y vino) llevan a una voz que podría significar algo así como retorcimiento envolvente, lo cual no es raro si se ha visto una vid alguna vez. Parece así una simple descripción del aspecto de la planta.



Con uva parece haber mayor acuerdo; sin embargo, tampoco allí hay unanimidad. Asociada en general a una raíz que significa húmedo o jugoso, también hay acreditados que llegan por ella a otra que significa crecimiento.



Con un solo trazo, casi puramente simbólico, bien puedo darme por conforme en mi caso si llego a la conclusión de que, en efecto, esta planta está envolviendo mi vida desde antes aun y, secretamente, ha acompañado mi crecimiento desde raíces que se me pierden a mi vista.



No encontré, es verdad, ninguna relación concluyente entre vid y vida.



No en las palabras, quiero decir, y tal vez son deficientes en este punto todos los diccionarios.



Porque, puestos a ver y después de todo, el mismo que dijo “Yo soy la vid” dijo “Yo soy la vida”.

viernes, 5 de agosto de 2011

Vino, uva, vid

En el jardín de la casa, entre mis plantas elegidas -que no son muchas-, hay al menos un retoño de una vieja parra. Es una vid que fue de Nicolás, mi abuelo materno, no sé de dónde ni desde cuándo y que había hecho crecer en tiempos que no sé.

Mi madre conserva aquella reliquia que suele dar, año tras año, jugosas uvas pequeñas y oscuras, ocultas en medio de enormes hojas ásperas.

Hace años, y a mi pedido, me dio un gajo de aquella planta. Con el tiempo -y mi suerte- lo creí seco y marchito. Le pedí otro.

El caso es que un día brotaron finalmente ambos y ambos prendieron con los años, para mi felicidad y asombro.

Sé de cierto que si ahora viven es porque sus manos, al hincar el gajo en la tierra, le dieron un destino silencioso de arraigo y vigor casi inarrugables. Yo no podría haber hecho semejante conjuro. Viene con los dedos, con la sangre, con el espíritu. Dios me diera eso…

Hoy, ambas plantas, viven su vida y las veo prosperar.

Me reclama mi madre cada vez que ponga esas plantas en tierra, como debe ser. Y no puedo. Al menos, no puedo todavía. Quién sabe por qué, aunque yo sé por qué, pero no lo digo.

Recuerdo ahora que esa vid está enlazada con mi vida -y con la vida de mi sangre- de un modo que me alegra y me sorprende notar. En todas las casas en las que viví creció un sarmiento de esa vid original y siempre mítica para mí.

No hay forma de verlo en que semejante asunto no tenga un sentido.

Lo que será de lo que es

Hace casi 20 años, un buen amigo me regaló el tomo de Cartas de J. R. R. Tolkien, con esta dedicatoria:
Elrond dijo: “Marcharás bajo la sombra entre seres malvados. Pero hallarás amigos fieles quizás donde menos te lo esperes.”
Más allá de su lectura críptica -en su ingenio, dejó entreveradas en la cita las iniciales de mis nombres y apellidos-, lo curioso ahora es que, con el tiempo y en gran medida, la frase vino a resultar verdadera, no sólo pero en particular en su segunda parte.

Algunos de esos amigos fieles, hace poco, me animaron a encarar algo que ya venía haciendo cansina y despreocupadamente, a muy otro ritmo, claro, y por ello mismo con la posibilidad de no hacerlo efectivamente jamás.

Recordé entonces los versos que Gandalf escribe a Frodo sobre Trancos-Aragorn, en particular aquello de que no todo el que anda errante está perdido y más todavía aquello de que la escarcha no alcanza a las raíces profundas.
All that is gold does not glitter,
not all those who wander are lost;
the old that is strong does not wither,
deep roots are not reached by the frost.

From the ashes a fire shall be woken,
a light from the shadows shall spring;
renewed shall be blade that was broken,
the crownless again shall be king.
Y así ha venido a ser, me parece.

Algunas veces -y bastante la última vez-, hubo lectores que levantaron simpáticamente su disgusto. No sé si tanto por la desaparición de esta bitácora y lo que en ella vivía, como por sus periódicas desapariciones y reapariciones…

Más de uno, me imagino, habrá pensando si la causa no sería el anillo aquel del que trata Tolkien; y más de uno, sin saberlo, tal vez habrá estado bastante cerca de la verdad.

No le hace.

A las raíces profundas no las alcanza la escarcha, es verdad. Pero esta bitácora -con lo que la suscitó en su momento y lo que la acompañó y alimentó a su modo durante sus años- ya no volverá: efectivamente, las fuentes de donde manaba han mudado. Esta misma entrada no desmiente en nada lo dicho sobre su fin, pues en este caso se trata apenas de un anuncio nomás, que según parece corresponde hacer.

El caso es que otras dos bitácoras han visto la luz en estos últimos tiempos. Ninguna de ellas es la continuación de nada, salvo que se quiera pensar que la misma mano aplicada a cosas distintas hace la misma cosa.

Sin embargo, en parte y al modo de cada una -todavía no definido en todos sus detalles-, las dos guardarán con el tiempo materiales que alguna vez estuvieron en ésta ya definitivamente ausente.

Al verlas, si no yerro de más, los que se interesen por estas cosas verán explicaciones bastantes, que los lectores avezados (pero más que nada benevolentes) ni necesitan ni piden. Aunque tal vez dejar un somero croquis a mano alzada sea útil.

Una de las nuevas, marenostrum / locus unde, lleva sobre sus espaldas la música que alguna vez estuvo aquí. Con el tiempo, y según parezca más propio y mejor, podrían agregarse a las músicas aquellas los textos que las acompañaron originalmente. Nuevas músicas viven allí ahora mismo, pero ya no como huéspedes o exiliadas sino como anfitrionas y nativas de pleno derecho.

La otra bitácora de ambas, pelícano en el sur, no tiene mejor suerte, si acaso no es más grave: ella cargará con muchas de las cosas que en su tiempo se escribieron aquí. Al pasar a su nueva casa cambiarán de aspecto -ya que su calidad no hay modo de mejorarla- porque adquirirán el formato algo pomposo de un libro, como allí se verá a medida que los trabajos y los días lo permitan. Por el momento, casi como una amenaza muda de lo que habrá de venir a ocupar una parte de ese nuevo espacio, figuran en las páginas de pelícano en el sur los bocetos de las tapas de varios de esos textos que ya están en trabajos de composición y armado. Corriendo el tiempo, otras cosas se dirán allí también, Dios primero, pero eso ya no forma parte de esta herencia obligada.

Alguien me observó que, como quiera que lo vea, la bitácora que ya no es tenía alguna unidad y homogeneidad -hecha de sus muchas y disímiles partes y de algo más que no son las partes y que la hizo un todo, una obra-, y que eso mismo, la obra, el todo, se perdería irremediablemente. Y eso es enteramente verdad. No sé, al fin de cuentas, si esa pérdida es una gran pérdida.

En todo caso, y como dice Miguel Hernández,
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Entonces no sería un mal destino, en el desguace, que lo que pudiera valer siquiera algo sobreviviera alimentando el humus en el que germinen otras floraciones. Porque no sólo ocurre eso con nuestros restos mortales o simplemente con el curso de nuestra vida; también de cosas enormes (incluso no tan buenas) quedan reliquias que nutren otras que pueden ser a veces insignificantes pero necesarias, o a veces mayores y más luminosas que las que las ayudaron a crecer. No puede saberse a ciencia cierta. Mientras tanto, creo firmemente lo que le gustaba decir a Chesterton: “cuando esto termine, sabremos por qué empezó…”


Y eso es todo, señores.

Por lo que, así las cosas, cumplido el anuncio, y dejándolos felizmente en su arbitrio para ir libremente a donde más les plazca, su servidor se retira.