lunes, 28 de noviembre de 2011

Umbral

Supe hace unos años, en 2008, que había, en una feria del libro antiguo en Buenos Aires, una acuarela a cinco colores pintada por Rafael Alberti en 1948 y dedicada en 1949 -dicen los catálogos- al crítico literario Roque Raúl Aragón, y supe que se vendía por mil dólares.

Cómo habrá sido eso, yo no sé. Quién la tendrá, menos sé.

Pero allí está el potro garboso y florido. Y mal no parece.

Cosas raras al margen, el asunto viene a cuento porque elegí tres notas breves de Roque Raúl Aragón como umbral de esta bitácora.

Por cierto que Aragón era bastante más que crítico literario. Pero ciertamente no era menos e incluso lo era de una especie que ya no se encuentra.

A fines de los '70 y principios de los '80, Aragón firmó con nombre o pseudónimo una columna que se llamó Bajo estos mismos cielos y aparecía en el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca.

Hace años que ando tratando de rescatar esos textos de temas variados pero fundamentalmente sobre historia y política, que se me hace deben ser leídos por algunos y releídos por todos.

Están escritos en castellano, por lo pronto.

Así las cosas, y para no seguir esperando, mejor los voy desgranando aquí de tanto en tanto, hasta que les llegue el día de juntarse en un solo volumen, que se lo merecen.

Y, ahora, como umbral decía, van estos tres: Hay política y política, La política primero y Quebracho Herrado.

Y al ver, verá usted, mi estimado, por qué tienen que estar al principio, si acaso porque en este caso es verdad que la primera vale oro.

Salvatore

Noche de calor y poca luz en el cielo, y en casi todas partes. Nubes de una lluvia que no llega, húmedas pero irresolutas.

Durmiendo de a ratos, en uno de los paseos nocturnos encuentro en la cueva un tomo de poemas de Salvatore Quasimodo, que descubro -vuelvo a saber- un viejo amigo ya muerto le había regalado a uno de mis hijos..., cuando el chico cumplió 10 años, el 26 de noviembre de 1996, así dice la dedicatoria desleída a su preferido.

Se explica: vendía libros en los trenes, claro, y dio de lo que tenía, como la viuda pobre del Evangelio.

El libro (Ed è subito sera y otros poemas en antología) me trajo el buen recuerdo de aquel pequeño hombre inmenso, vendedor ambulante, poeta, amigo.

En su homenaje (y porque me puso a salvo en una noche densa...), elegí dos que me gustan.
Lamento por el sur

La luna roja, el viento, tu color
de mujer del Norte, la llanura de nieve...
Mi corazón está ya en estas praderas,
en estas aguas anubladas por la niebla.
He olvidado el mar, la grave
caracola que soplan los pastores sicilianos,
las cantilenas de los carros a lo largo de los caminos
donde el algarrobo tiembla en el humo de los rastrojos,
he olvidado el paso de las garzas y las grullas
en el aire de las verdes altiplanicies
por las tierras y los ríos de Lombardía.
Pero el hombre grita en cualquier parte la suerte de una patria.
Ya nadie me llevará al sur.

Oh, el Sur está cansado de arrastrar muertos
a la orilla de las ciénagas de malaria,
está cansado de soledad, cansado de cadenas,
está cansado en su boca
de las blasfemias de todas las razas
que han gritado muerte con el eco de sus pozos,
que han bebido la sangre de su corazón.
Por eso sus hijos vuelven a los montes,
sujetan los caballos bajo mantas de estrellas,
comen flores de acacia a lo largo de las pistas
nuevamente rojas, aun rojas, aun rojas.
Ya nadie me llevará al Sur .

Y esta tarde cargada de invierno
es aún nuestra, y aquí te repito
mi absurdo contrapunto
de dulzuras y furores,
un lamento de amor sin amor.


Las muertas guitarras

Mi tierra está sobre los ríos fundida con la mar,
no existe otro lugar de voz tan lenta
donde vagan mis pies
entre juncos sobrecargados de caracoles.
En verdad, es otoño: desgarradas en el viento
las muertas guitarras alzan sus cuerdas
sobre la boca negra y una mano agita los dedos
de fuego.
En el espejo de la luna
se peinan muchachas con pechos de naranja.

¿Quién llora? ¿Quién fatiga los caballos en el aire
rojo? Nos detendremos en esta orilla
a lo largo de urdimbres de hierba y tú, amor,
no me lleves delante de ese espejo
infinito: en él se contemplan muchachos
que cantan y árboles altísimos, y aguas.
¿Quién llora? Yo no, créeme, sobre los ríos
discurren exasperados chasquidos de un látigo,
los oscuros caballos y los relámpagos de azufre.
Yo no, mi raza posee cuchillos
que arden y lunas y heridas que queman.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Lo que será de lo que es (suite)

No habrá dos sin tres.

Porque dicen que no hay dos sin tres.

Vaya a saber.

Usted, cumpa, por lo pronto, hágase el que no oyó ni vio nada, acaso un murmullo o una sombra...

El caso es que esta breve aparición es el aviso al pasar de que una tercera parte de lo que es, será.

O ya es.

(Y, ya que estamos jugando a las escondidas con el tiempo, una tercera parte de lo que fue, debería decir en realidad...)

Lo cierto es que hubo en sus días en estas páginas muchos asuntos que no fueron a dar a ninguno de los destinos que se les destinaron a otras cosas que aquí hubieron y que ahora sí descansan en otros cielos y en otras tierras.

Eran aquellas, cosas de este mundo, cosas de los trabajos y los días de este mundo. De todos y cualesquiera de los trabajos y los días.

Y, a decir verdad, también son cosas de vivir. Con ellas vive y piensa cualquier quidam. Y tanto, a veces, que esas cosas no lo dejan vivir de lo que vive realmente un hombre ni lo dejan pensar en las cosas de vivir y pensar de un hombre.

Pero que están, están. Y que son, son. A su modo, claro.

Ahora bien.

Como cualquiera, un servidor tiene su parecer respecto de tales cosas tan variadas.

Y no es que su parecer valga algo que no pueda perderse.

Son cosas mías, se entiende.

Pero, pudiendo decirlas, va uno y las dice, creyéndose de veras que con eso algún bien habrá. Al menos para quien las dice, que de eso vive, si usted me entiende, y con eso también vive.

Y, no: no es de dineros ni de pan de lo que se trata. Claro.

Por eso.

No hay dos sin tres.

Y ya había dos.

Así que ahora habrá tres.

Pero no se inquiete: es cosa mía.



sábado, 26 de noviembre de 2011

La primera vale oro



Lo dicen así los jugadores de truco.

Y deben tener razón, sobre todo cuando lo dicen los buenos jugadores de truco.

Pero, ¿qué hacemos con el refrán que postula que el que ríe último ríe mejor...?

O con eso de que la tercera es la vencida. O con no por mucho madrugar... (aunque al que madruga...)

¿Y con tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe?

¿Y con los últimos serán los primeros?

La política -la vida entera, vamos...- está tejida con estos dilemas. A veces tan entreverados que se le hace un lío al más pintado para saber cuál hebra es cuál y qué se está tejiendo.

Así es.

Entonces es cosa de mirar cada cosa cada vez y todo junto y tratar de ver. Y ver. Y encontrarle todo el sentido que tuviere (todo el que uno pudiere encontrarle): de eso se trata en primer lugar la política.

Y la vida entera, vamos...

Porque nada puede hacerse sin eso primero. Y sin eso, al final.

Cosas así son las que nos miden y nos dicen quiénes somos, al final.

O al principio.

martes, 15 de noviembre de 2011

Cura Malal



La sierra se ha puesto gris
y un aire a trigo le viene
por la falda rumoreando
un silencio fresco y verde.

La piedra guarda un arroyo
y el agua que la entretiene
canta la risa de un valle
de estrellas en su vertiente.

Muge una tropa que pasta.

Se ve un paisano que vuelve.
Y un potro alerta galopa
bajo una luna celeste.

La luz se vuelve borgoña

mientras en todo atardece
y un ave sola recita
una tristeza que tiene.


domingo, 6 de noviembre de 2011

El día y la noche



La noche se termina,
es esta noche, hija de las noches de este mundo,
y va tiñiendo de púrpura y azahares
las horas de este siglo,
aunque resiste.

Duerme en los rincones todavía
la plata de su luna.

Hay las manos inquietas,
palomas que hieren con arrullos,
volando por senderos desiertos y ateridos,
ignotos de los hombres,
que el tiempo no conoce.

Hay los ojos sin luz
del vigía ciego,
guerrero mudo que guarda su horizonte
y oye brillar escudos y lanzas
susurrantes de miedos y de odios,
silenciosos de guerra.

¿No domará la sangre al fin
los potros garañones de la furia
que tascan sus dolores,
que muerden sus pesares,
grises y violentos como tormentas de mar,
en llanos de rocío?

El sol quiebra las nubes,
disuelve unos demonios ululantes
que huyen con las sombras.

La mañana,
feliz de ruiseñores y zorzales,
no sabe de la guardia oscura, en armas, sola;
no sabe de los ruidos de arreos y de espadas:
tiene otras batallas, sus batallas de luz.

Ríe su verde,
que aroma y que gotea,
canta los cantos nuevos de cada hora.

Y llega el día
y un amor,
que estalla en las almenas derruidas
del corazón de noche.

Como un rayo.

Como un latido fresco,
pulsa vida clara que bulle en sus colores,
un nuevo y renacido coraje
y otra esperanza
que nace de este día.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Visión

En el Libro I de La balada del Caballo Blanco, Chesterton pinta un encuentro entre Nuestra Señora y un rey Alfredo atribulado y solitario que vaga por sus tierras desoladas. Es una visión y una aparición.

El texto -que es extenso (*), pero que copio doblemente para los que quieran apreciarlo- describe la ansiedad patriótica de Alfredo, que quiere ver su tierra libre de los invasores de Guthrum, el danés. Pero no es sólo patria.

El tono de la pregunta de Alfredo a la Virgen es hondo y sentido, sin alardes, dolido verdadera, pero mansamente.

La respuesta, que como se ve no es sólo respecto de la patria, parece hasta cierto punto dura, muy dura...

Pero.

"Madre de Dios", dijo el peregrino,
"no soy sino un simple rey,
no pediré, como podrían pedir los santos,
ver secretos escondidos.

"Las puertas del cielo son puertas terribles,
peores que las puertas infernales;
no atravesaría yo los vedados esplendores,
ni buscaría conocer lo que guardan,
demasiado bueno para ser contado.

"Pero para este mundo lleno de pena,
esta pequeña tierra que conozco:
¿Será para siempre lo que ahora es
o estallarán nuestros corazones de dicha,
viendo al extranjero marcharse?

"Cuando nuestro último arco sea quebrado, Reina,
y nuestra última jabalina arrojada,
bajo algún triste y verde atardecer,
sosteniendo en alto una cruz arruinada,
echados bajo el césped cálido de las tierras del oeste,
¿volveremos por fin a nuestro hogar?"

Y vino una voz humana pero elevada,
como una pequeña casa suspendida
entre las nubes; o como cuando un siervo de barraca y pequeño campo
se sienta, como siempre, junto al fuego de su casucha,
pero oye, arriba, sobre el viejo y sencillo techado,
un campanario que prorrumpe en canción.

"Las puertas del cielo están ligeramente entornadas,
nosotros no guardamos nuestras ganancias,
el peor final puede fácilmente
venir silenciosa y repentinamente
sobre mí en medio de un sendero.

"Y cualquier pequeña doncella que camina
consagrada a buenos pensamientos,
puede vencer la guardia de los Tres Reyes
y ver las queridas y terribles cosas
que guardé yo en mi corazón.

"El más vil de los hombres, caído en los campos grises,
detrás de la puesta del sol,
oyó entre una estrella y la otra,
a través de la puerta entreabierta de la oscuridad que cayó,
el concilio, más antiguo que las cosas que son,
la conversación de quién es Tres en Uno.

"Las puertas del cielo están ligeramente entornadas,
nosotros no guardamos nuestro oro,
pueden los hombres desarraigarse allí donde los mundos comienzan,
o leer el nombre del pecado innombrable,
pero si vence o si falla
a ningún buen hombre se le ha dicho.

"Los hombres del Este pueden predecir las estrellas,
y señalar los tiempos y los triunfos,
mas los hombres signados por la cruz de Cristo
van alegremente en la oscuridad.

"Los hombres del Este pueden examinar los manuscritos
para asegurar destinos y fama,
mas los hombres que beben la sangre de Dios
van cantando hacia su ignominia.

"Los hombres sabios conocen qué perversidades
están escritas en el firmamento,
adornan tristes lámparas, tocan tristes cuerdas,
oyendo las pesadas alas color púrpura,
donde los olvidados reyes seráficos
aún traman cómo morirá Dios.

"Los hombres sabios conocen todas las maldades
bajo los retorcidos árboles,
donde el perverso languidece en placeres,
y los hombres están hastiados del vino verde,
y enfermos de mares carmesí.

"Pero tú y toda la grey de Cristo
son ignorantes y arrojados,
y tú tienes guerras que con dificultad ganas
y almas que con dificultad salvas.

"Nada te digo para tu consuelo,
sí, nada para tu deseo:
evita que los cielos se oscurezcan más aún
y que el mar suba más alto.

"Será la noche tres veces noche sobre ti,
y el cielo, una cubierta de hierro.
¿Tienes gozo sin causa,
sí, fe sin una esperanza?"

Aún mientras hablaba, ella ya no estaba,
ni dijo él una palabra,
sólo oyó, quieto en su sitio,
bajo la capucha de antiguas noches,
al pueblo marítimo derribando el bosque
como una marea alta que arrecia desde el mar.

Solamente oyó a los hombres paganos,
cuyos ojos son azules y desolados,
cantando acerca de alguna crueldad
cometida por un rey importante y sonriente
a la luz del día en la cubierta de un barco.

Solamente oyó a los hombres paganos,
cuyos ojos son azules y están cegados,
cantando quién sabe qué vergonzosas atrocidades se hacen
entre el soleado mar y el sol
cuando la tierra queda atrás.



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(*) Dejo aquí el texto original, con su espléndida música original. Tomé una traducción, hecha recientemente con raro y gran entusiasmo, y le hice algunos pocos retoques.

"Mother of God", the wanderer said,
"I am but a common king,
Nor will I ask what saints may ask,
To see a secret thing.

"The gates of heaven are fearful gates

Worse than the gates of hell;
Not I would break the splendours barred
Or seek to know the thing they guard,
Which is too good to tell.

"But for this earth most pitiful,

This little land I know,
If that which is for ever is,
Or if our hearts shall break with bliss,
Seeing the stranger go?

"When our last bow is broken, Queen,

And our last javelin cast,
Under some sad, green evening sky,
Holding a ruined cross on high,
Under warm westland grass to lie,
Shall we come home at last?"

And a voice came human but high up,

Like a cottage climbed among
The clouds; or a serf of hut and croft
That sits by his hovel fire as oft,
But hears on his old bare roof aloft
A belfry burst in song.

"The gates of heaven are lightly locked,

We do not guard our gain,
The heaviest hind may easily
Come silently and suddenly
Upon me in a lane.

"And any little maid that walks

In good thoughts apart,
May break the guard of the Three Kings
And see the dear and dreadful things
I hid within my heart.

"The meanest man in grey fields gone

Behind the set of sun,
Heareth between star and other star,
Through the door of the darkness fallen ajar,
The council, eldest of things that are,
The talk of the Three in One.

"The gates of heaven are lightly locked,

We do not guard our gold,
Men may uproot where worlds begin,
Or read the name of the nameless sin;
But if he fail or if he win
To no good man is told.

"The men of the East may spell the stars,

And times and triumphs mark,
But the men signed of the cross of Christ
Go gaily in the dark.

"The men of the East may search the scrolls

For sure fates and fame,
But the men that drink the blood of God
Go singing to their shame.

"The wise men know what wicked things

Are written on the sky,
They trim sad lamps, they touch sad strings,
Hearing the heavy purple wings,
Where the forgotten seraph kings
Still plot how God shall die.

"The wise men know all evil things

Under the twisted trees,
Where the perverse in pleasure pine
And men are weary of green wine
And sick of crimson seas.

"But you and all the kind of Christ

Are ignorant and brave,
And you have wars you hardly win
And souls you hardly save.

"I tell you naught for your comfort,

Yea, naught for your desire,
Save that the sky grows darker yet
And the sea rises higher.

"Night shall be thrice night over you,

And heaven an iron cope.
Do you have joy without a cause,
Yea, faith without a hope?"

Even as she spoke she was not,

Nor any word said he,
He only heard, still as he stood
Under the old night's nodding hood,
The sea-folk breaking down the wood
Like a high tide from sea.

He only heard the heathen men,

Whose eyes are blue and bleak,
Singing about some cruel thing
Done by a great and smiling king
In daylight on a deck.

He only heard the heathen men,

Whose eyes are blue and blind,
Singing what shameful things are done
Between the sunlit sea and the sun
When the land is left behind.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Oración gramatical



Soy un sujeto tácito, de verbo intransitivo.
En nada modifico. A nadie complemento.
En todo sin objeto, indirecto, adjetivo.
Impersonal, sin ritmo, tan neutro y sin acento.

Si a veces finjo un vago rumor de sustantivo,
conjugo interjecciones sin más predicamento.
Sin número ni modo, jamás indicativo;
casi bimembre en todo, siempre en mi voz, pasivo.
Mi trama se consume sin tema ni argumento.

Yo sé que estos errores no son gramaticales.

Pero, Señor, me quedan el tiempo que me diste
y la misericordia que siempre me ofreciste.

Y algunas otras cosas, que son circunstanciales.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

De la pena insomne




Entonces, sin palabras, con sigilo,
al balcón de la noche se asomaba.
Mientras, la luna llena comandaba
su tropel de dolor, que pasa en vilo.
Entonces, por el cielo navegaba
el solo corazón pidiendo asilo,
ardiendo heridas que, mellado, un filo
en la raíz del tiempo le sangraba.
Sola, la soledad… Atrás y abajo
y arriba y adelante ya florece
como un campo de sal y un mar de arena.
Del tronco de su noche, crece un gajo
de luz en la mañana que amanece
junto al silencio insomne de su pena.