jueves, 1 de diciembre de 2011

De atrás para adelante



Este año que se inicia es una gran oportunidad para la democratización y la institucionalización de nuestro país. Por primera vez, un modelo desmonopolizador, descentralizador y democratizador tiene la posibilidad de manejar el Estado durante más de diez años seguidos. Los juicios por las violaciones a los Derechos Humanos son un hito para la educación civilizadora de nuestra democracia: es un mensaje de “nunca más” real para el futuro, genera en los futuros golpistas el “autocontrol”, ya que no sólo hace público lo inenarrable, sino que también genera el miedo a ser condenado pase el tiempo que pase. El matrimonio igualitario es otro mojón en esta ruta: pone un freno indubitable a la coacción de los deseos y los derechos de la otredad y es una invitación a la ampliación de derechos de lo marginado y lo discriminado. El pacto social espoleado por la presión del movimiento obrero organizado obliga a negociar permanentemente a los sectores dominantes que continúan aferrados a la “barbarie” del egoísmo desmesurado, de la renta a cualquier costo, de la especulación desenfrenada. Si la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se presenta a las elecciones de octubre y las gana, tendrá un desafío histórico: a) dotar de una institucionalidad sustantivamente democrática al Estado y a la sociedad a través de un cambio cultural que atraviese los partidos políticos, las corporaciones, las organizaciones no gubernamentales y llegue hasta las terminales capilares que son las familias y los individuos, y b) persuadir a los argentinos –con las pruebas obtenidas durante estos años– de que el mejor negocio es el compromiso social y lograr que los individuos sientan vergüenza de ser freeriders, que no puedan sonreír burlones y autosuficientes aquellos que se benefician con el esfuerzo de los demás, o como decía Enrique Santos Discépolo, que ya no sea lo mismo “el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley”.


El 9 de enero pasado, en el diario Tiempo argentino, el sociopolitólogo Hernán Brienza publicó una columna titulada Cuadernos de Traslasierra. Lo citado, es la parte final del artículo. Cercano al gobierno en general, Brienza es uno de los jóvenes gurúes de estos tiempos que, como pasa con otros, no es claro si bajan línea o tienen la clave hermenéutica de las políticas oficiales.

No lo lea si no quiere, pero le convendría. Yo lo vuelvo a ver de tanto en tanto, porque se me hace programático en más de un sentido.

Creo que tiene varias ventajas y por enumerar algunas van éstas: 1) está escrito bastante antes de las elecciones y en un contexto algo distinto del actual; 2) señala un rumbo para él necesario, de ganarse las elecciones, rumbo de superficie y a la vez rumbo también fundante; 3) redistribución de la riqueza, derechos humanos y matrimonio igualitario tienen allí un papel sinfónico en el diseño social y político, al punto de parecer ámbitos inseparables.

Ahora que veo la media sanción en la Cámara de Diputados de los proyectos de Identidad de Género y de Eutanasia, así como el debate de Fecundación asisitida, vuelvo a pensar que muchos hombres de la calle, seres comunes -a favor y en contra de este gobierno y del anterior- se equivocan en una cosa o en otra o en otra más.

Porque creo que les cuesta distinguir al menos tres cosas: 1) qué está bien y qué esta mal en las políticas del gobierno o en las que acompaña; 2) por qué está bien o está mal cada cosa y 3) el sentido y el resultado cultural de las políticas sinfónicamente consideradas, esto es: de dónde proceden las cosas, hacia dónde se dirigen y qué resultado perdurable producen, por separado y juntas.

Pero de una cosa estoy seguro: quien no pueda -o no quiera- hacer ese ejercicio de criba y pretenda opinar sobre el día a día y el rumbo de la patria, está perdido.

O, lo que es en cierto modo peor, creerá ver y decir las cosas desde un punto de vista que le resulta afín o respetado y tal vez en realidad sólo sea un hijo bastardo de una madre ideológica a la que tal vez ni siquiera conoce.