martes, 6 de marzo de 2012

Cuestión de peso(s)

Una cuestión de mangos, de horas de laburo, de jornada laboral, de meses de vacaciones, ñoquis, sacrificio y vocación docente, horas de vuelo, tiza y sudor. Estatuto del docente, ausentismo, licencias, organigramas, grillas, papeles y números.

Claro.

Porque es el principal problema de la educación argentina. Claro, sí, cierto.

Antes de oír el último batifondo -amague que se comieron desde la derecha hasta la izquierda, militantes todos y pobres gentes comunes-, oí eso hace menos de un año de boca de radicales de derecha y liberales duros, sesudos consultores en campaña, patriotas de la vida.

En ese momento, el argumento periodístico -para vender, como se dice, esa presunta preocupación educativa a un público que detetsta la vagancia y la prebenda- fue que, precisamente, según las grietas y "conquistas" del estatuto del docente, uno que hubiera estado en el sistema en los últimos 25 años, sin contar las vacaciones, podría haber estado un año entero sin trabajar y cobrando. Entonces: sin arreglar eso, nada tiene sentido. Es lo primero y principal, es de lo que hay que hablar: los recursos.

Claro.

Pero.

Algunos pocos de los que damos clases -los que damos clases y no hablamos mucho de dar clases-, hablamos de otra cosa, porque pensamos otra cosa.

Somos los tarados torre de marfil que pensamos que el problema esencial de la educación argentina está en la esencia de la educación: en qué es educar y qué es lo que se enseña y qué se busca educando. Y que si no se arregla eso, la educación seguirá siendo lo que hoy es, cosmética declamativa más o menos.

Pero de eso no se habla ni hay que hablar, ni se oirá una sola palabra: ni una sola palabra clara de nadie: de nadie, repito: de nadie.

Y digo yo que de eso no hace falta hablar ni se habla ni a nadie se le ocurre que haya que hablar en serio, porque en realidad en eso están todos de acuerdo: aquí y en el universo mundo, modelo más o menos, cacareo populista o engolamiento conservador al margen -salvando, dicen algunos, tal vez Hungría, eso no lo sé seguro...-: todos están de acuerdo en lo que quieren para un hombre que viva en este mundo y en qué hombre quieren: desde Obama a Sarkozy, desde Merkel a Correa, desde Piñera a Chávez, desde Wen Jiabao hasta Rajoy.

El modelo de hombre, el modelo del mundo es el mismo: el mismo.

La injusticia más grave es qué se enseña y para qué y por qué. Y esa injusticia no importa. Porque la batalla rentable, para unos y para otros, son los números y los discursos de justicia social o de inclusión o de uso racional y eficiente de los recursos...

Y haga la prueba, cumpa: proponga claramente -no, no me entendió: dije claramente-la discusión de fondo y después me cuenta.

El verdadero diseño de la educación no es la materia docente organizada, no son las huestes de enseñadores, funcionarios y opinadores tironeando de los números y papeles: eso se llama simplemente materialismo, economicismo. Y en eso hay muy poca diferencia -¿poca o ninguna?- entre la Iglesia (no las doctrinas, sino las instituciones educativas, el ejercicio inmediato y material de su tarea educativa) y el último militante del PO; desde un teórico a la violeta del Pro hasta el último orejón de La Cámpora, desde Flacso hasta el Acton Institute.

El verdadero diseño de la educación es otro y no el número de horas que trabaja un enseñador, ni las estadísticas de las deserciones y retenciones escolares, ni las inclusiones ni las exclusiones, ni la arquitectura de casas de enseñar, ni tener a todos los patitos en fila, ya sea que lo digan los sindicalistas de los trabajadores de la educación, ya sea que lo digan los apóstoles de las reglas de juego previsibles y claras del mercado y la eficiencia, ya sea que lo digan los ecos militantes del discurso oficial que disimulan mal su "aestegobiernolecomprotodo".

El verdadero diseño interior, formal y motor de la educación es el hombre, su naturaleza y su fin, su fin entero en la tierra y el cielo.

Más allá de los argumentos de oportunidad, de los gritos amañanados de un lado y de otro, creo que eso lo saben los que deberían saberlo -de abajo y de arriba, de derecha y de izquierda-, y creo que -en el caso de los más inocentes- se hacen los tontos, y ponen cara y voz de que les preocupa la decadencia de la educación argentina, vaya a saber uno por qué.

Aunque me hago una idea de por qué.