jueves, 7 de junio de 2012

Papanatas

Más de uno creerá que tiene que agradecerme que no se me dé la gana de ponerme a escribir y se me haga poco el tiempo para teclear zopencas ingeniosidades.

Lo cierto también, y por otra parte, es que la ciudad del hombre está tan revuelta con fruslerías y zonceras, tanta es la huevada, que, si no hay ganas ni mucho tiempo, parece que es lo mismo, vea.

Y no, señor mío, se equivoca de medio a medio: no dije en ningún lado que no haya asuntos muy serios que ver y pensar. Al revés. Hay más cada día, incluso porque el tiempo que duran le agrega densidad a las cosas nocivas, si no se las cura, aunque curarlas lleve mucho tiempo y mucho que hacer. Y no sólo crecen y se ahondan las cosas que dañan. Cada vez son menos y peor advertidas las cosas graves, cuestión que más que preocupar, hasta diría que asquea.


Buena se la han hecho a los papanatas de este mundo: hace rato que los embretaron en cosas de $, haciéndoles creer que los pesos eran la palanca de Arquímedes para salvar al páis que-nadie-había-salvado-nunca-hasta-que-lo-salvaron-los-salvadores; y así los papanatas se comen el amague de su vida, pobres paparulos; pero entonces, después, con unos cuantos discursitos canyengues y patoteros, los salvadores les envolvieron a los papanatas los pesos en la bandera; y ¡ojo al Cristo!: para que no se sientan unos logreros de los mangos, materialistas y rastreros -casi capitalistas, fíjese lo que le digo-, les pulsaron con lágrimas celestes y blancas la cuerda sentimental de la patria para que supieran de la emoción inarrugable de jugarse por lo nuestro, qué carajos; hasta les filetearon con el contorno de Evita y todo el capítulo social a más de uno de los papanatas (esos desangelados míseros, de boca peruca y corazón gorila...) para que sintieran que estaban evangelizando el nacional y popular credo nuevo revolucionario que nadie se había animado hasta ahora a poner en la historia...; y, entonces, con unas chirolas de piedritas de colores y al grito de la nueva revolú, que es la vieja vindicada, los papanatas quedaron del lado malo, cambiando un plato de lentejas por el mayorazgo, mayorazgo que significa siempre ojos mejores para ver la patria. Y los papanatas cambiaron el mayorazgo con alegría y emoción patriótica y social, que para y por eso son papanatas, qué joder: alguna ventaja tiene que tener sentirse protagonista y militante de lo mejor que le pasó al pueblo argentino salú en los últimos 500 años...

El variado recetario de sapos importantes y venenosos que vienen ingiriendo estos papanatas -y que ellos mismos están haciéndoles tragar a tantos pobres inocentes...-, ya les hincha la panza y los tiene constipados (sobre todo a los que se acuestan al fin del día puteando de lo lindo -por lo bajo, claro...- por los sapos que se tragan por un plato de lentejas...). Pero... ni hablar.

Digo: ni hablar se puede con ellos y con tantos. Tantos como ellos y tantos como sus adversarios dellos, que son tan papanatas como los papanatas chupaluto...

Y eso es la enfermedad, no el síntoma.


Oiga: ¿no era que no tenía ganas ni tiempo para escribir pavadas...?

Tiene razón, vea. Toda la razón...

Malhaya con eso de no tener tiempo: uno se engolosina prodigando lo que le falta.

Por eso: no me haga caso. No pierda el tiempo y vaya a lo mejor, que no sobra.

Le dejo con qué.

El hálito de la Guerra Gaucha y Hay que descifrar el sable, son dos notas de Aragón que hablan de otras cosas, de otros tiempos en los que, en esta tierra nuestra tan florida de papanatas de un lado y otro, solía haber gentes mejores, con un coraje y una lucidez y una generosidad que solamente merece la Patria, y ciertamente no merecen los discursos ni los $.

Tal vez las haya todavía. Dios sabrá.