martes, 28 de agosto de 2012

Romance del tesoro



El niño mira las ondas
del agua luz del arroyo
y camina a paso de hombre
enfrentando los abrojos.

La mano delgada y firme
traza en el viento contornos
de unas palabras que ensaya
desde que llegó el otoño
y vio en la fuente del pueblo
una niña. No: un tesoro...

Tesoro..., dijo a su madre
y su madre con enojo
le dijo que era muy niño
y que ya pusiera coto.

Por eso salió una tarde
y fue bordeando el arroyo.
Va por la vereda dulce
que le trazan sus arrojos
y lo empujan a la vega
donde viven unos ojos
color canela y un talle
delicado y color oro
unos cabellos que al aire
se mecen, trigos sabrosos,
manitas piel de aceituna,
y una risa y un dichoso
aletear de colibríes
en esa voz... Será un gozo
si llega a decir un día:
Niño de mi alma, te adoro...

Va el niño por la vereda
y encuentra a la vera un poyo
de piedras grises y blancas
sobre una choza de troncos,
y en el poyo está un labriego
que mira la vega, solo.

¿Adónde vas, niño?, dice.

Estoy buscando un tesoro,
más alto que la mañana
y que la noche más hondo.

¿Y adónde lo encontrarás?,
dice el labriego en un tono
de surcos negros y duros,
y de guijarros sonoros.

Por el camino que vengo,
por la vereda que corro
me dijo una voz que fuera
hasta que diera en un soto
con el cante de una niña
que tiene en su voz un coro
de claveles rojo sangre
como la sangre del toro.

Ya lo miraba el labriego,
ya lo mira con asombro
y una tristeza de siglos
le está nublando sus ojos.

Llegué a esta vega muy niño,
dijo el labriego del poyo,
y vine por la vereda
por la que vas en tu antojo.
Salí de mi pueblo un día,
ya persiguiendo unos ojos
color canela y un talle
delicado y color oro
unos cabellos que al aire
mecían trigos sabrosos,
manitas piel de aceituna,
y una risa y un dichoso
aletear de colibríes
en aquella voz... ¡qué gozo,
me dije, si llega un día
a decir: niño, te adoro...!
Y aquí quedé desque vine
y labro la tierra y lloro
las tardes frías de invierno
y las mañanas de otoño.
Pues no encuentro todavía
las prendas de mi tesoro,
que como dices del tuyo
no sabe de altura o fondo:
más alto que la mañana
y que la noche más hondo.