jueves, 25 de octubre de 2012

CCC

No, mi amigo: no son las letras de la Corriente Clasista y Combativa.

Hay variaciones infinitas de esta especie de sigla y su uso está muy difundido en el más o menos pútrido ámbito de las disciplinas que entrenan en liderazgo en empresas y dirigencias varias.

Los más púdicos, dicen cabeza, corazón y coraje. En realidad, creo que debe decirse cabeza, corazón y cojones.

Pero tanto da. No sé de dónde sale el trío. Importa, por el momento, que es de sentido común.

E importa mucho más ahora el que sean exactamente las tres cosas sin las cuales la Argentina no tiene arreglo posible.

- ¿Y con eso basta?

- No. Pero sin esas tres cosas no se puede. No son suficientes, pero son necesarias. Y no aparecen.

- ¿Y qué son? ¿Qué quiere decir cada una de esas cosas?

- Otro día, le prometo. Y de a una. Por ahora, mire bien, piense, búsquelas. Si las encuentra (juntas tienen que estar, si no no sirve...), me avisa.

martes, 23 de octubre de 2012

Noche de primavera

Es rocío que baja de la luna
a la serenidad de los jardines;
es prepotencia blanca de jazmines
y una fragancia azul, secreta y bruna.
Son los rítmicos grillos danzarines
y es la hora benévola, oportuna,
que da el olvido gris y nos acuna
tiritando en el cielo celemines.
Todo es el aire quieto en la espumosa
y blanda cerrazón de primavera
que deja el día al fin en nuestras manos.

Como un tesoro negro nos espera
y anda rondando el aire misteriosa,  
turgente de silencios y de arcanos.

domingo, 21 de octubre de 2012

Tarde de primavera

Hay un rincón del mundo que gotea
rítmicamente lluvia silenciosa.
La tarde la acompaña cirenea,
a desgano, y arrastra pesarosa
la nostalgia de luz de la azalea,
las húmedas protestas de la rosa,
las espinas del tala que verdea
sangrando un agua clara y quejumbrosa.
Todo espera fulgor y pasa el trueno.
La noche se agazapa, el sol ausente
es oro y salvia púrpura en la nube
que en llama líquida se incendia a pleno.
Ya el mundo exhala un salmo que va y sube
por el cielo, que muere sonriente.


Profecía de 2¢


- La Argentina va derechito a una batalla campal.

- ¡Eh! ¿Sí? ¿Seguro? No me parece. Esas cosas nunca pasan. No va a pasar nada...

- Difícil que no.

- ¿Y eso cuándo?

- Dentro de no mucho.

- ¿Y por qué? ¿Por la re-reelección?

- No exactamente.

- ¿Por lo de Clarín y eso de los medios?

- No exactamente.

- ¿Por las provincias y la plata y todo eso?

- No exactamente.

- Entonces, por disputas de poder, como si le dijera en el peronismo...

- No exactamente.

- ¿Qué? ¿Por el código civil? ¿Esos asuntos con la justicia?

- No exactamente.

- Ah, ya sé: por el dólar...

- No exactamente.

- No me va a decir que por el aborto y esas cosas...

- No exactamente.

- ¿Por la inflación, entonces?

- No exactamente.

- ¿Por la corrupción?

- No exactamente.

- ¿Por la inseguridad?

- No exactamente.

- Bueno, entonces, no sé... ¿Por algunas de esas cosas?

- Por todas ellas y otras, y por alguna más.

- ¿Alguna más? Pero si no hay...

- Hay.

- ¿Y entre quiénes será?

- Para cualquier batalla se necesitan dos, al menos. Pero veo uno sólo.

- Ah... Pero por eso, ¿se da cuenta?, ¿qué está diciendo?: entonces no habrá nada de nada...

- Sí habrá, aunque haya uno solo y, en realidad, habrá porque hay uno sólo. Pero cuando haya batalla habrán dos, por lo menos.

- No entiendo, es oscuro lo que dice.

- Es una profecía, no se olvide.

- Pero, ¿qué? ¿Batalla batalla, así, como quien dice una batalla campal?

- Sí, más bien sí.

- ¿Y dice que no hay vuelta, que no se podrá evitar?

- No, más bien no.

- Y, entonces, ¿cómo termina?

- No sé.

- ¿Y entonces para qué lo dice?

- Porque va a pasar. Será de 2¢, pero es una profecía.

- ¿Y usted quiere que pase eso que dice? ¿Le parece que está bien que pase?

- Si es una profecía, esas preguntas no tienen sentido.

- Y a mí, por ejemplo, ¿cómo me va a ir? ¿Sabe?

- Más bien mal. Como a mí.

- Pero, entonces, eso quiere decir que esto sí va a terminar mal...

- Cómo termina es otra cosa.

- ¿Y a la Argentina también le irá mal?

- Quién sabe.

- Y, entonces, ¿qué hay que hacer?

- Nada. Y todo.

- Mire que está difícil...

- Como estos tiempos.


lunes, 15 de octubre de 2012

Mañana de primavera

Vino la luz. Y fuiste la mañana
en un tropel de albahaca y de jazmines,
cimbrando de zorzales querubines
el aire manso azul. Y tú, lejana,
fuiste el azahar que abraza los jardines,
ese rumor del agua en la fontana,
tímidamente sol y resolana
tan amorosamente sin confines.
Vino la luz y en todo aparecías
germinando dulzor y primavera.
Limpia de tiempo, a todo florecías,
silenciosa en la luz que reverbera
tu corazón sin sombras y en los días
de la quietud salada de tu espera.


sábado, 13 de octubre de 2012

Progres, liberales, zurdos, gorilas

Anduve lejos, tierras adentro.

Cosas de allá que se ven mejor allá. Cosas de acá que se ven, desde allá, mejor que lo que se ven desde acá.

La patria, por ejemplo. Y tantas cosas.

Entre un viaje y otro, a tantos miles de kilómetros, en un lado y otro, tuve tiempo para ver.


Estas flores de un guindo estaban en un patio oscuro, como escondidas, detrás de mi habitación en un hostal.

Y allí están, en medio de la meseta petrolífera, barrida por el viento. No se parecen en nada a todo lo que tienen alrededor. En nada.


Imagine lo exactamente opuesto en pureza, en frescura, en belleza, en inocencia. Si ve blanco en ellas, imagine negro en lo otro. Si ve algo en ellas, imagine que no ve nada de nada en lo otro.

No puede ser...

Sí, créame. Puede. Es.

Pero estas flores de guindo estaban allí. Allí mismo cuando llegué. Y allí quedaron cuando me fui.


La calidez de estas maderas -las encontré en una calle perdida- no se parece en nada a la frialdad de aquellos lares, y no la del aire: de muchas de las gentes que viven allí, alrededor de estas maderas, en medio de esa peladura de estepa barrida por el viento.


Estos troncos tienen una hondura que allí no hay, tienen un corazón a la vista que en la mayoría de las gentes de aquellos lados no se ve. Son tan honestos, tan acogedores y amables que cuesta imaginar una oposición más precisa entre los troncos y muchas de las gentes que viven alrededor. Hay una nobleza y una consistencia en ellos que en los hombres es invisible, tal vez inexistente.


En el oeste, cerca de la cordillera, hace un par de semanas, vi y oí más cosas.

Pobreza parecida, parecida aridez.

Pero vi y oí un corazón limpio, una frescura y una alegría sin estridencias, sencilla y honda.

En el sur, en la meseta del viento, no vi nada de eso.

Y sí vi, en un lado y en el otro, lo que la ideología le hace a las cosas y a la gente. Lo que la codicia le hace a las cosas y a la gente.

Y vi, además, lo que Buenos Aires le hace a la patria, porque no importa de dónde quiera decir que viene el que gobierna, si gobierna en Buenos Aires -ya lo dije- Buenos Aires gobierna, aunque el/la pobre que se sienta en el sillón con cara de gobernar crea que tiene una personalidad tan avasallante que puede gobernar al Buenos Aires que gobierna cuando gobierna en Buenos Aires... pobre...


Y me apené.

Y me acordé con pena y vergüenza de gentes con las que he estado hablado hace algún tiempo, queriendo y buscando saber y entender qué tiempos eran estos, de qué estaban hechos, por si acaso es cierto que es posible sacar de todo algo bueno. Y ésas eran gentes de todas partes, no importa de dónde, pero que eran de Buenos Aires, eran Buenos Aires donde estuvieran, aunque pusieran cara de que no y tuvieran un certificado de domicilio que dijera otra cosa...

Y me avergoncé de haber hablado con ellos...

Y me acordé de los militantes a cara descubierta, y de los militantes reptantes y cobardes a cara cubierta, y de los reptantes y cobardes a secas, y me acordé de los petroleros y de los soldadosdecristina, y de elempresariadoargentino y de elmodelodeinclusión, y de lalibertaddeprensa y de todosytodas, de lanataybarone y de tinelliygasalla, de macri y de delía, de oyarbide y de rodríguezlarreta, de cobos y de abalmedina, de tecnópolis y larural...


Basta.

Asquea. Da asco.


Las flores del guindo están allá, a 2.300 kilómetros de esta página.

A 2.300 kilómetros de Buenos Aires, incólumes, mientras el viento barre todo lo que hay alrededor.

Y esas maderas están allá y el viento de Buenos Aires no las mueve.

Y las sonrisas limpias y valientes de gentes sencillas y lúcidas al pie de la cordillera. Allí están, a 1.300 kilómetros de Buenos Aires.


Si no existiera nada más, ésa sería la Argentina.


Porque ésa es la Argentina.


Lo otro, son relatos de progres, liberales, zurdos, gorilas. 


¿Y el peronismo?

El peronismo puede tragar y digerir todo eso, todo junto. Y más.

Y excretar todo eso, todo junto. Y más.


Lamentación para la Reina Ginebra


Es inútil que cantes y es inútil que llores,
Majestad. Es inútil que hundas tu cara entre las flores

O la ofrezcas al cielo como una máscara desolada.
Todo parece todo, y al cabo todo parece nada.

¿Dónde está Camelot? ¿Dónde, Ginebra,
La torre del homenaje donde se enredaba una hebra

De sol
Trémula como un pájaro sobre un facistol?

¿Dónde está el Rey Arturo? ¿Dónde la tibia sangre que
               era rojo en tu boca y latido en tu pecho
Y brazadas de rosas en la holanda del lecho?

¡Ay Majestad! ¡Qué lejos el camino inaugural de la zozobra
Y qué lejos los últimos peldaños de la vida que sobra!

¿Qué fue de tu alegría, novia y dueña de casa? ¿Qué del alto
Trajinar del estrado a la cocina y vivir tu sobresalto

De flor
Y tu alabado oficio de camarera mayor?

¿Dónde está Lanzarote? ¿Dónde la verde altura
Que con él alcanzaste, deshojada en su brazo tu cintura?

¿Dónde, Señora, la Joyosa Guarda?
¿Dónde el ilustre pabellón que aguarda,

Que aguarda todavía
Su amorosa disculpa enloquecida de culpa y de poesía?

(La amorosa disculpa
Que esperamos los que tanto tenemos de poesía y de culpa).

¡Ay de ti, Majestad! ¡Ay de nosotros! iAy de tu amante,
Reina! ¡Qué lejos el instante,

Qué total el instante de tenerte
Y qué frío el silencio de la muerte!

¿Dónde estás, Majestad? ¿Cómo encontrarte
En la demolición de las estrellas? ¿Qué estandarte,

Qué enseña, qué bandera
Ilumina tu paso sobre la grama de la Primavera?

Yo lo sé, Majestad. Me lo contó un ruiseñor
Que conocía un poco de tu culpa y mi poesía y que sabía
          otro poco de amor.


Está en la página 207 de Dulcinea y otros poemas.

En su colección La Encina y el Mar, Poesía de España y América, lo publicó Ediciones Cultura Hispánica, en Madrid, en 1965.

Su autor es Ignacio B. Anzoátegui.

Me parece que no debe perderse.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Y al fin, el fin



Con estos tres que dejo hoy, aquí termino con los artículos que tengo de la columna Bajo estos mismos cielos, de Roque Raúl Aragón y que son los que publicó durante varios años en el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca.

Más cosas escribió Aragón allí y en otras partes. Ya veremos.

No me gustan las despedidas.

Las notas son Un balance a medio hacer, sobre cosas de J. A. Roca; De nuevo en el punto de partida, sobre San Martín y La muerte de Emilio Becher, cosa de poetas.



martes, 9 de octubre de 2012

Un bello adiós


Adiós ríos, adiós fontes;
adiós regatos pequenos;
adiós vista dos meus ollos:
non sei cándo nos veremos.

Miña terra, miña terra,
terra donde me eu criéi,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantéi,

prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
casiñas do meu contento,

muíño dos castañares,
noites craras de luar,
campaniñas trimbadoras,
da igrexiña do lugar,

amoriñas das silveiras
que eu lle daba ó meu amor,
camiñiños antre o millo,
¡adiós para sempre adios!

¡Adiós groria! ¡Adiós contento!
¡Deixo a casa onde nacín,
deixo a aldea que conozo
por un mundo que non vin!

Deixo amigos por estraños,
deixo a veiga polo mar,
deixo, en fin, canto ben quero...
¡Quen pudera non deixar!...

.........................................

Mais son probe e, mal pecado,
a miña terra n'é miña,
que hastra lle dan de prestado
a beira por que camiña
ó que naceu desdichado.

Téñovos, pois, que deixar,
hortiña que tanto améi,
fogueiriña do meu lar,
arboriños que prantéi,
fontiña do cabañar.

Adiós, adiós, que me vou,
herbiñas do camposanto,
donde meu pai se enterróu,
herbiñas que biquéi tanto,
terriña que nos crióu.

Adiós, Virxe da Asunción,
branca como un serafín;
lévovos no corazón:
pedídelle a Dios por min,
miña Virxe da Asunción.

Xa se oien lonxe, moi lonxe,
as campanas do Pomar;
para min, ¡ai!, coitadiño,
nunca máis han de tocar.

Xa se oien lonxe, máis lonxe
Cada balada é un dolor;
voume soio, sin arrimo...
¡Miña terra, ¡adiós, adiós!

¡Adiós tamén, queridiña!...
¡Adiós por sempre quizáis!...
Dígoche este adiós chorando
desde a beiriña do mar:
Non me olvides, queridiña,
si morro de soidás...
tantas légoas mar adentro...
¡Miña casiña!,¡meu lar!


Está en sus Cantares Galegos, es el número 15. Lo publicó en 1863 y fue el primer libro en gallego de Rosalía de Castro.

Volví a él a propósito de Amancio Prada.

Se llama, claro, Adiós ríos, adiós fontes.

Y es un sencillo, terrible y bello adiós. 


lunes, 8 de octubre de 2012

Ya pasará


Ya pasará esta aurora de relámpagos
vacíos; y el acíbar de esta mirra;
ya pasará el libar de taciturnas
abejas, la mirada sin descanso.
Ya pasará el dolor, el inmaduro
dolor de los mortales, la sonrisa
sin luz, la soledad de los que vagan,
el recuerdo, la noche, el sol insomne.
Ya pasará la herida; y el camino
sin puerto, la esperanza sin amor;
y la flor sin destino, el llanto, el fuego
que abrasa sin arder, la triste muerte.
Ya todo pasará. Pero no todo.


domingo, 7 de octubre de 2012

Clase abierta

Entre cosa y cosa, entre viaje y viaje, hace unos días fui a ver una obra de teatro que presentaba un grupo de estudiantes de Letras, inquilinos de la misma alta casa donde yo mismo estudié.

Por varios motivos, estuve enterado del asunto desde que decidieron hacerlo, por iniciativa de unos pocos alumnos, y así lo fui siguiendo a distancia mientras se ensayaba y se preparaba la puesta. Una proeza, al fin de cuentas. Eso vi antes y al final.

Como pasa con esas cosas, están destinadas a unas pocas representaciones. ¿Y con eso? Lo que había que ver se veía igual, aunque tuviera sólo debut y despedida. Y se vio.

Un día, llegó el día del debut.

Atinada dirección, escenografía sobria y significativa, de pocos elementos (conseguidos a fuerza de esfuerzos y pulmón), actuaciones bien marcadas y logradas. En fin, una sorpresa muy agradable, pensando en lo que suele esperarse de estos afanes vocacionales, en especial cuando todo se juega en una sola jugada.




Otros dos asuntos me quedaron.

Uno es que los anfitriones (la alta casa, la universidad institucionalmente, no el grupo de alumnos que se animó a las tablas) me da que estuvieron ausentes -o un casi ausentes irrelevante- de principio a fin, si acaso no trataron el asunto con liviandad o lo destrataron.

El otro asunto es parecido o se sigue de lo anterior.

Sentado en la butaca del anfiteatro, miré de pronto alrededor. Todo lleno. Alumnos había, por cierto, de varias carreras, afines y no. Algún que otro profesor, los menos. Y gente: mujeres, varones, viejos, maduros, jóvenes, adolescentes. Y niños.

Gente. No de Letras. Gente normal.

Vi las caras, los gestos, los modos. No se acomodaban en sus asientos (buena señal...): miraban, oían, quietos. Dentro de la escena. En la trama.

Pensé que, efectivamente, no estábamos en un teatro. Estábamos en una universidad.

Esa no era gente de universidad, en su mayoría. Era gente normal.

Y de pronto vi que estaban en clase. En una clase abierta (*), oyendo teatro, viendo teatro. Viendo y oyendo cosas.

En la antiquísima clase abierta de la cultura (y del hombre): el arte, el canto, el teatro. Como el culto.

Pensé si sabría eso la universidad. Si se daría cuenta de eso, al fin de cuentas.

Claro que no, resolví. Por lo pronto, la universidad no estaba allí para poder verlo. Por otra parte, no serían lo que son las universidades -y todo- si supieran eso.

La obra era un clásico vocacional: La barca sin pescador, de Alejandro Casona.

La gente, no me engaño, vio mucho más que eso.



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(*) Se oye a veces, demasiadas veces, ese asunto de clase abierta. Una calificación artera e infeliz que suele usarse sólo en sentido de militancia política o gremial de la dizque educación, en general. Una especie de cajoncito de manzanas sobre el que se para algún pelagatos (a veces más de uno) para decir cuatro o cinco bobadas que, frívolamente -y petulantemente-, reciben el nombre de 'clase'. Lo de abierta es una gansada, o más bien diré -aunque no es el lugar- una gorilada que tiene la transparente intención perversa de manipular la recepción, y no la de los que participan (que esos están irremediablemente adentro y encerrados en su propio asunto), sino la recepción de los afuera, los que se supone que deberían recibir el beneficio de una clase y en cambio, estafados, solamente reciben un relato militante que, en general, pone cara de pedir plata (incluso en un pedido justo de plata justa), pero que, en realidad, pide cosas más terribles.

¿Qué Juan? ¿Perón?





No.

Juan de Austria.

Don Juan de Austria.

El de Lepanto, el de la fiesta de hoy.


El señor.


Ese Juan.


Dime a quién sirves y te diré a quién sirves.


sábado, 6 de octubre de 2012

Trasluz

Leo estas dos notas que dejo más abajo y me doy cuenta de que hay algo que bien puede agradécersele a Aragón: el trasluz.

Ver a través de los relatos. Poder ver. Dejar ver. Sin que el hecho se violente, sin que se manipule la realidad para dar la versión que se acomoda a la versión y no a la realidad.

No hace falta dedicarse a la historia para eso. Por cierto que muchas veces hay un intento deliberado no por reescribir la historia (personal, de la patria, del cosmos...) -que eso, si me pregunta, es hasta casi pueril y medio pavo-, sino por rehacer la realidad, la historia, presente y futuro incluidos (personal, de la patria, del cosmos...)

Ahora que lo pienso, en realidad conozco alguna gente que puede hacer eso espontáneamente, le sale así, pobre. Y así lo hace casi todo el tiempo en toda suerte de cosas. No sé si es gente mala, creo que no. No perversa, al menos. Aunque me parece que no es buena gente del todo. Y me parece que no está bien ni de la cabeza ni del cuore. Porque de hecho hay que tener la cabeza y el cuore más o menos bien puestos, en su quicio, para la terrible ascesis de ver y asentir: las cosas son lo que son.

En fin.

No me haga caso. Ya hablaremos otro día de estas cosas.

Ahora, vea si es cierto lo que digo, por lo pronto, en Veinticinco años después y en El color del cristal con que se mira.


Buenas noches. Y que descanse.


Lucía


Con las Baladas líricas, dicen, entró el romanticismo en Inglaterra, aunque hay quienes sostienen que antes que su autor, William Wordsworth (junto con S. T. Coleridge), estuvo Blake, otro William, unos años mayor que Wordsworth y para algunos, más talentoso.

En lo que a mí respecta, pueden seguir discutiendo los críticos y literatos.

Lo que me interesa ahora es uno de los misterios de la obra de Wordsworth: Lucía. Obviamente se trata de una mujer muerta supuestamente joven a la que desde 1798 le dedicó unos cinco poemas sueltos. Nadie sabe nada de ella, aunque algunos versos la sitúan en algún lugar de la norteña Cumbria, cercano a Dove Cottage, la casa donde Wordsworth y otros poetas lacustres vivieron un tiempo.

Reticente, el poeta jamás dijo nada acerca de ella. Tampoco ninguno de sus allegados. Nadie sabe entonces si hay una Lucía real o es el nombre de algo o de alguien que Wordsworth nombró y cantó. El secreto de Lucía sólo es un secreto si hubo una Lucía, pero puede no ser un secreto si el poeta recurrió a un bonito nombre de mujer para hablar de asuntos distintos.

Los versos tienen una sencillez típica del autor, que escribía así a propósito, y creo que son conmovedores, misterio aparte, aunque eso importa. El ritmo, en inglés, siempre llama la atención: escandidos, tienen a la vez la sonoridad antigua y un aire musical bastante menos grave.

Dejo dos ejemplos de esos poemas. A alguna Lucía le gustarán. Pero no hace falta ser mujer o llamarse así para apreciarlos o para interesarse por el misterio que llevan. 
She dwelt among the untrodden ways

She dwelt among the untrodden ways
beside the springs of Dove.
A Maid whom there were none to praise
and very few to love;

A violet by a mossy stone
half hidden from the eye!
—fair as a star, when only one
is shining in the sky.

She lived unknown, and few could know
when Lucy ceased to be;
but she is in her grave, and, oh,
the difference to me!

Traveled among unknown men

I traveled among unknown men,
in lands beyond the sea:
Nor, England! did I know till then
what love I bore to thee.

This past, that melancholy dream!
Nor will I quit thy shore
a second time; for still I seem
to love thee more and more.

Among thy mountains did I feel
the joy of my desire;
and she I cherished turned her wheel
beside an English fire.

Thy mornings showed, thy nights concealed,
the bowers where Lucy played;
and thine too is the last green field
that Lucy's eyes surveyed.

En una Revista Alicantina de Estudios Ingleses, encontré dos traducciones (*) de un tal Tomás Ramos Orea. Para decir verdad, no me gustaron mucho. Lucía merece algo más lírico. Veremos si con un poco de tiempo se lo podemos regalar.


_________________________________________

(*) El amor perdido

Vivió entre los parajes nunca hollados
y hontanares del Dove.
Doncella a la que nadie hiciera halagos
y llegasen poquísimos a amar.

Violeta al lado de musgosa piedra
medio ocultada de la vista;
igual de pura que la sola estrella
que en el empíreo brilla.

Anónima vivió y pocos supieron
cuando dejó Lucía de existir.
Mas ella está en su cementerio
y, oh, la diferencia para mí!

(*) Viajé entre gentes ignotas

Viajé entre gentes ignotas
por tierras allende el mar;
no supe, Albión, hasta entonces
cuánto te podría amar.

Ya pasó aquel sueño triste.
No abandonaré tus márgenes
por segunda vez, pues siempre
más y más parezco amarte.

El júbilo de mi afán
sentía entre tus montañas,
y aquélla, a quien celebré,
junto a un fuego inglés hilaba.

Muestran tus albas y tus noches cubren
las florestas do Lucía retozaba;
tuyo es también el verde y postrer prado
que los ojos de Lucía contemplaran.

jueves, 4 de octubre de 2012

Quid est kirchnerismus (IX)

Resulta que, de mayo a esta parte, ando viendo cómo van las cosas y, créame o no, he llegado a la conclusión de que no solamente Kirchner ya no existe: tampoco existen cientos de miles de cosas que uno cree que existen y que te digo que no y que no: no existen...

Me convenció Cristina: en la Argentina solamente existe lo que Cristina dice que existe, tal y como ella dice que existe. Nada de lo que cualquiera dice, piensa, siente, supone o sospecha que existe, existe realmente si ella lo niega. Y si existe con su permiso, sólo existe del modo que ella dice que existe. Y sanseacabó, no quiero oír ni una palabra más...

Pero eso no es todo. No, señor..., ¡qué va!

Leo los diarios, miro la tele, oigo la radio, hablo con la gente (políticos, jardineros, consultores, cordobeses, verduleros, profesores, peruanos, paraguayos, mecánicos, bolivianos, conserjes de hoteles, santiagueños, taxistas, mapuches, empresarios, chaqueños, boleteros, filósofos, pilotos de aviones, sanjuaninos, sintechos, camarógrafos, empleados de la Anses, obispos, trapitos, directoras de colegio, chacareros santafesinos, drogadictos, ordenanzas de los tribunales, poetas, mineros de Santa Cruz, limpiavidrios, vendeflores, sacamuelas...) y nada, malhaya: pasa lo mismo que con Cristina, qué suerte perra: solamente existe lo que ellos dicen que existe y lo demás no existe. Y sólo existe lo que existe tal y como dicen que existe. Y ya no jodan más...


Yo entiendo, no crea, yo entiendo...: sin darle un retoquecito a las cosas hasta desfigurarlas criminalmente no se puede gobernar, no se puede ser gobernado, no se puede ser adicto ni opositor, ni casi nada. ¡Pero cómo no lo voy a entender!


Lo que le digo, nada más, es que así, mi querido, no se puede trabajar.


Así que habrá que esperar un rato y dejar que pase la ola.


Un día, estoy requeteseguro, pasará.

Y las cosas serán normales y reales de nuevo. Bastante, al menos. Lo suficiente, al menos.

Y todo existirá de nuevo y será exactamente lo que es. O bastante o suficientemente lo que es como para que tenga un poco de sentido hablar de algo que es y no de escenografías.

Y lo mejor de todo: hasta llegará a pasar que cada uno podrá saber que lo que es es lo que es tal y como es. Y lo sabrá bastante, al menos lo suficiente. Y ya no será del todo posible sin riesgo grave el maquillaje brutal, la cosmética torpe, el subterfugio ladino.


¿Que soy un papanatas? ¿Por qué? ¿De veras usted no cree que eso pueda pasar?


Yo creo que sí puede pasar, mire.

Pero así como le digo una cosa le digo otra cosa más: hasta que no amanezca un poco por ese lado, ni me voy a molestar en escribir una sola línea sobre cosas que de veras no existen.



¡Hay tantas cosas de verdad!


Mientras tanto, como quien se tira al sol y vaga, para ocuparme de estupideces en mis ratos libres sigo leyendo el diario de Yrigoyen.

Y de eso no falta porque hay más de uno y casi no hay otra cosa.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Partir quiero yo

En modo alguno soy especialista (y que Dios me guarde de llegar a serlo...) pero sí soy gustador esporádico de la poesía que llaman de Cancionero.

Son decenas de poetas y escribidores españoles entre fines del siglo XIV y el siglo XVI. Hay de todo, por cierto. Pero es una buena cantera de modos y estilos que resumen muchas líneas y fuentes, que son a la vez raíz de mucho de lo que vino en el Siglo de Oro y hasta mucho después. Entre los que bebieron de allí está ni más ni menos que nuestro finísimo Enrique Banchs, de feliz e infrecuente memoria.

La cuestión es que, repasando Cancioneros, encontré a un Pedro de Cartagena, frecuentemente llamado Cartagena a secas, que parece era de una familia de conversos ennoblecidos, oficiales de la corte de los Reyes Católicos -algunos de Enrique, antes, y otros de otros, después- y él mismo, según dicen, un valiente guerrero, además de elegante poeta, que dizque se llamaba Gonzalo Franco y que murió en otra de sus heroicidades en la guerra de Granada a los 30 años.

Si es él el Cartagena de los Cancioneros, no lo sé, y aunque es cosa que parece bastante probable, no acuerdan, precisamente, los especialistas. Allá ellos, no es asunto mío.

Dos composiciones del tal Cartagena son la que siguen.

En una, razona con su amiga que le mostró una paloma blanca que por allí volaba, y él le explica lo que eso significa.
El ave que me mostrastes
dos diferencias figura
que me ponen división;
que si vos bien la miraste,
su blancura y mi tristura
dos contrariedades son:
mas yo pierdo la querella
de mí, pues mi mal m'alegra;
aunque mi ventura es negra
no lo es la causa d'ella.
La otra, es un llamado Villancico de Cartagena.
Partir quiero yo
más no del querer
que no puede ser.

El triste que quiere
partir y se va,
adonde estuviere
sin sí vevirá:
mas no que porná
en otra el querer,
que no puede ser.

D'aqueste partir
sin dubda procede:
partiendo morir
la vida bien puede,
mas no que no quede
con vos el querer,
que no puede ser.

Despídese con esta copla

En no veros en mí, veo
de vevir sin confiança;
cuanto s'alarga el deseo
se m'acerca el esperança.
¡Oh sin ventura nascido!
pues no hay medio
del que fasta que os vea
a mi mal mal gradescido,
¿qué remedio
daré sin vos que lo sea?.


martes, 2 de octubre de 2012

Guerra y batallas

Van quedando pocas notas de esta serie, lástima.

Estas dos que dejo ahora hablan de armas y de paz, de honores y deshonras.

Así en La paz y el honor como en La primera victoria ¿y la última?

Unas son cosas de doctrinas, otras de historias.

El asunto es que, de un modo u otro, siempre las cosas se amasan con sangre.

Aunque duela o sea duro, siempre hay guerra. Y no siempre hay sangre sangre, porque no todas las guerras son cruentas.

Y no siempre la sangre que se deja en una batalla es la que brota de las heridas.

A veces la guerra y las batallas son en el aire, como la de los ángeles. Están las que son en el corazón de los hombres, entre las ideas de los hombres o entre las ideas y las cosas tal como son.

La sangre en las heridas, de habitual, es la última sangre. No necesariamente la primera ni necesariamente la única.

Hay gentes que guerrean tupido y no mueren de eso ni en eso. Hay otros que nunca tocaron un arma pero no por eso sangraron menos.

Y hay quienes no quieren ni batallas, ni guerra, ni en el aire ni en el campo, ni nada. Ni sangre quieren.

No tienen nada por lo que dar su sangre, si acaso tuvieran sangre para dar.

Porque como dice Braveheart: Every man dies, not every man really lives...

Esperanza del milagro

Inútilmente pido lo que pido,
inútilmente quiero lo que quiero:
no espera mi esperanza lo que espero
ni olvida mi memoria lo que olvido.

Ni pide mi esperanza lo que olvido
ni quiere mi memoria lo que espero:
inútilmente olvido lo que quiero,
inútilmente espero lo que pido.

Todo es inútil ya. Pido y espero;
pido al amor olvido, y el olvido
se entrega a la memoria prisionero.

Quiero sin esperanza, y lo que quiero
espera eternamente en lo que pido
el milagro de amor en el que muero.

Con ese título, este soneto escribió Ignacio Braulio Anzoátegui y lo publicó en 1945, con el sello de ediciones Convivio, en un libro de poemas que llamó Desventura y ventura del amor.

Y es bien raro poder hacer eso.

La tersura lírica de Garcilaso, sin amaneramientos (tersura viril la de Garcilaso) y los arabescos conceptistas a lo Quevedo, sin la rispidez algo amarga de Quevedo.

Es decir: hondura quevediana y elegancia garcilasiana.

Los lectores de versos olvidamos, o no sabemos, que el poeta tiene que tener un traje, algún vestido para sus versos. Y no a todo el mundo le queda bien la ropa. Hay algunos que se ponen cualquier cosa y les va bien. Otros, por más que se sobrevistan, con exceso que ya de por sí es cierto mal gusto, no logran caer bien.

Decir que algo es quevediano o garcilasiano es lo mismo que casi nada. Se puede imitar eso con cierta capacidad de observación y cierta disposición a la mímesis material, extrínseca.

Pero si se dice de veras que algo es garcilasiano o quevediano lo que se quiere decir es que algo de la substancia lírica de esos autores también lo logran otros que no son ellos.

Cuando un poeta sabe poemar, es verdad, no es más que sí mismo. Pero nadie es tan sí mismo que no pase que algo de lo que le es característico y propio no sea a la vez singular y universal. Y eso vale para Garcilaso y Quevedo también, por supuesto.

No es por el traje de afuera que estos versos son lo que digo. Es por las uvas y el trapiche que dieron ese mosto. Ver algo, entenderlo, intuirlo de un modo, sentirlo y vivirlo. No son las palabras de afuera, no es la sintaxis de afuera. Es la inteligencia viendo -y el corazón sintiendo- lo que está en el origen de la factura de afuera.

No es imitar en el sentido corriente. No es parecer.

Es ser.

Ser Garcilaso y ser Quevedo. Sin dejar de ser Anzoátegui.