viernes, 9 de noviembre de 2012

Insoportablemente viva

No voy a comentar la protesta. No tengo tiempo ahora.

Digo solamente y al pasar lo que dijo Chesterton alguna vez y lo parafraseo desprolijamente: en líneas generales y hablando más bien de economía, de los socialistas me gusta lo que quieren destruir, aunque no me gusta lo que quieren poner en su lugar; de los conservadores, me gusta que quieran conservar pero no me gusta lo que quieren conservar.

Pero eso era Chesterton. Y era Inglaterra, claro. Y hace 100 años.

Insisto, no voy a hacer comentarios sobre la protesta en sí misma y sus consignas y el modo de convocar y lo que eso representa y el papel de la política y de los políticos y de las representatividades en la vida política. Y lo que vi y lo que no vi. Otro día, si cuadra. Hay tiempo, todavía.

Solamente me interesa un punto ahora.

Creo que el mundo K, y específicamente el sujeto K, tiene un síndrome: el del hijo bastardo o el del hijo no querido, tanto da, aunque no sea lo mismo. Al sujeto K le pasa también que, por principio, se siente necesario.

Así las cosas, resulta que le ha ido creciendo hasta la deformidad un narcisismo empujado por su nacimiento fallido, su autocomplacencia y su existencia relegada, cosas esas tres que le impiden digerir que no lo quieran, y mucho menos puede digerir que se lo digan.

Sin más comentarios que éste, diré que las últimas dos concentraciones de gentes son a mi juicio lo que una puteada sería. Una puteada larga y clamorosa, sí, pero básicamente una puteada.

(Insisto: de lo que significa esa puteada, otro día hablamos...)

Y el sujeto K -ése que (no lo saben todos ahora, porque la mayoría ni había nacido en los '60 y '70, pero así fue y es ése su origen) fue engendrado épico, pero por despecho y en tiempos de necesidad y después excecrado públicamente por su padre- no tolera que se lo recuerden. Y menos si la propia puteada es un recordatorio de que no es querido.

Es un condicionamiento afectivo profundo, una tara psicológica. Vive signado por su suficiencia en combinación corrosiva con el rechazo de su progenitor y así cualquier rechazo le enciende la furia de un Narciso desdeñado.

Tendrá proyecto, ideas, modelo, revolución en curso por hacer, ganas, lo que quieran. Se revuelve como gato diálectico entre la leña para zafarse del rechazo.

Pero lo cierto es que no puede tolerar el rechazo.

A esto se le agrega la personalidad de una jovencita muy atractiva a los 18 años, la que se sabía linda, la que sabía que podía elegir con quién bailar en la fiesta de egresados o en los asaltos de la época de la facu, la que tenía además el chamuyo para terciar en las discusiones y la ironía desfachatada para dejar boqueando a los varones humillados.

Sintiéndose un minón, acostumbrada al piropo, al festejo sobón y a los aplausos (y cargando además con el síndrome del hijo abandonado y excecrado), cuando la putean larga y clamorosamente, la piba -como todo sujeto genéticamente K- se siente insoportablemente viva.