domingo, 20 de enero de 2013

SubRepticio (2)

En 1965, en un ensayo sobre Freud, Paul Ricoeur describió a Marx, Nietzsche y Freud como los tres maestros de la escuela de la sospecha, según una invención que llegó a ser famosa: Maestros de la sospecha. Con todo y eso, escuela de la sospecha era una expresión que ya el propio Nietzsche había usado recogiendo una opinión respecto de sus propios escritos, en su ensayo Humano, demasiado humano, de 1879.

No es momento ni lugar para urgar demasiado ni entrarle a todo eso. Lo que hace Ricoeur, simplificando, es describir tres sistemas de ideas que desmitificando la verdad a través de la demolición crítica -cada uno por sus motivos y según sus perspectivas y finalidades y cada uno en un terreno distinto (ideología, cultura y psiquis)-, sientan las bases de una nueva tradición filosófica, valga la expresión. Tampoco importa aquí lo que concluye Ricoeur acerca de este trío y su influencia en la cultura y lo que le contestan otros de acuerdo con él o en desacuerdo. Y no porque no sea importante, que lo es en varios sentidos.

En resumen, y para lo que estoy diciendo, importa saber que la crítica resulta así el ariete de la destrucción de la tradición filosófica desde Sócrates en más y el ariete de la destrucción de una imagen del mundo y específicamente del hombre y sus relaciones.

Hay que entender que la crítica como tal herramienta, y tal como con sus matices la usa cada uno de ellos, no es simplemente el discernimiento, dos palabras que están unidas por la raíz. Crítica significa en los tres casos, casas más o menos, desenmascaramiento que se pretende de raíz de algo que es considerado falso y mentiroso, sin remover lo cual es imposible, no sólo pensar, sino vivir. Esa intención de desenmascarar supone alzarse contra una imperdonable intención en la tradición filosófica y moral (de occidente, se entiende, de los griegos hasta hoy, cristianismo especialmente incluído, salvo Kant y algún otro) de sojuzgar al hombre real o a la sociedad que debe emanciparse de los poderosos (capitalismo y poder del dinero), de los pusilánimes (cristianismo) y del mandato moral de una conciencia trabajada por una casta sacerdotal e intelectual, digamos así, que ha hecho de la culpa un cepo y un grillete (cristianismo, sí, pero también aquella denostada tradición filosófica que sojuzga postulando una verdad objetiva).

De este modo, en reemplazo de la filosofía y otras disciplinas digamos humanísticas, aparece una actitud arqueológica como la nueva modalidad que buscará vestigios de todas las falsificaciones y enmascaramientos que se hicieron pasar por verdad desde que Sócrates y Platón dijeron lo que dijeron. Su tarea no es sólo encontrar esos vestigios sino desenmascararlos y demolerlos. Claro que poner algo en su lugar ya es harina de otro costal, como que demoler es siempre más sencillo que construir.

Con eso habría bastante para enredarse la sesera, pero, para peor, todo el asunto se vuelve parte de una historia de la hermenéutica, cuestión compleja y desde hace un siglo embrollada al infinito por jergas, lenguajes y partisanos de un lado y otro. Para saber lo antiguo de estos pantanos (muy interesantes, hay que decirlo, y útiles...), basta recordar que Hermes da nombre a esta disciplina madre que desde hace milenios anda discutiendo con la inteligencia el sentido de la entera realidad, Dios incluído.

El lenguaje (su naturaleza, significación y uso) -y esto ya es es el colmo de la complicación- tiene un protagonsimo indiscutido e indiscutible en toda la historia de estas cuestiones. Y no hay que preguntar qué se entiende por lenguaje para que no se haga interminable todo este galimatías que tiene implicaciones terribles no en la historia de la cultura sino en la cultura, no en los libros sino en la vida, en la mente y en el corazón de cada quien, lo sepa o no.


Bien. Hasta acá llego.

La madeja de la filosofía -y de todas esas ciencias que se dicen del espíritu- tiene una hebra crítica, dicha en este sentido que dije, que recorre ya milenios. Vino a encarnarse en una idea madre, desde Kant para acá, sin la cual parece imposible hacer algo que se considere serio en filosofía y en cualquier otra disciplina de las llamadas del espíritu.

-¡Epa, epa! ¿Y todo eso dice el chiste ése..? ¿No será mucho, maistro?

-Y sí, parece mucho. Yo entiendo, sí. Pero como ahora -y sé que pego un salto mortal- resulta que viene un tipo de papel de diario que se dice de izquierda, eslabón sin nombre de una cadena enormemente larga y abrasiva, y va y se queja de la crítica... Usted me perdone, mi cuate, pero no es culpa mía, me parece. Las ideas son las ideas, las ideologías son las ideologías y las cosas son lo que son. Porque yo digo, ¿no?, este buen hombre de izquierda que se queja de que la izquierda es crítica (demasiado crítica, parece que dice, cándidamente...), ¿no se dio cuenta de que lo que tenía en la mano era un serrucho, larga y minuciosamente afilado, hasta que se dio cuenta de que se había serruchado su propio brazo con el serrucho que tanto quiere?



sábado, 19 de enero de 2013

SubRepticio



-¿Qué opina de este chiste, cumpa?

-Y..., no sé. Dos cosas podrían ser.

-Oiga, es un chiste...

-Claro, por eso mismo...

-Ahí vamos otra vez...

-Mire, mi amigo, a ver si nos entendemos: si las cosas no tienen sentido, no lo tienen y listo. Pero, si lo tienen, lo tienen. ¿Cuál es el problema? Además, aunque a usted le va a sonar feo, esto es como una piedra que se tira al agua. Va haciendo ondas al hundirse y cada onda se aparta ondulando del lugar donde la piedra cayó, concéntricas. Así que resulta que al final hay ondas más cercanas a la piedra del asunto y otras más lejanas, aunque todas tienen que ver con el hecho de que cayó una piedra en el agua. El sentido es parecido: algunas ondas se van alejando y son más anchas y otras son más cercanas y más estrechas. Lo que está más cerca del lugar en el que cayó la piedra es lo más pertinente al asunto, lo que está más lejos es lo que, aunque tenga relación y sentido, lo tiene más lejanamente. La onda más ancha es la que llega más lejos y a más gentes, pero está más lejos del asunto. La onda más estrecha llega a menos gente, pero está más cerca del asunto... De todas maneras, el sentido último de todo el asunto es la piedra misma, claro...

-Bueno, bueno..., ¿y el chiste?

-Precisamente. Supongamos que hay al menos dos cosas en ese digamos que chiste. La que parece más inmediata es la menos pertinente al asunto de fondo, según mi paladar. Es como si dijera que en el gráfico está más bien y en primer plano la aplicación y no la doctrina. Creo que ese mensaje, por eso mismo, es en primer término para gente de izquierda y, más precisamente, para gente de izquierda que sin ser peronista tenga alguna relación o expectativa respecto del gobierno de Cristina, su gestión actual y su perspectiva futura. Un como chiste en clave, un mensaje con destinatario.

-Me la pone difícil, si lo dice así... Explique el chiste, aunque usted dice siempre que si hay que explicarlo no tiene chiste...

-Para empezar no sé siquiera si esto es chiste y ni siquiera humor, stricto sensu...

-Con más razón...

-Sería algo más o menos así: supongamos que desde unas izquierdas aliadas al gobierno le dicen a las variopintas izquierdas de acompañamiento crítico, que hay alrededor del proyecto, que se dejen de joder y se disciplinen y que acompañen sin tanto bardo, tanta desconfianza..., y, sobre todo, sin tanta crítica. Por el año electoral, porque hay batuque en el aire, por lo que se pueda venir...

-Ah, sí..., podría ser, medio raro, pero puede ser, sí, visto así...

-Eso digo.

-¿Y el otro sentido, la otra cosa...?

-Ah, no... Es enero, ¿qué apuro hay? Si no es hoy, será mañana. Pero le garanto que es la parte más interesante, según yo. Porque, la verdad-verdad es que si el dizque chiste es eso sólo, una especie de apriete a los compagni, es como la reinterpretación de las interpretaciones de la interpretación de los documentos de la V Internacional, un embole intragable (creo que hasta para un marxista de estricta observancia, porque, en esas cosas, la izquierda es peor que los lógicos aristotélicos del siglo XVII y la quisicosa de la quisicosa...)


sábado, 12 de enero de 2013

Saudade en esta sierra


Ando esta sierra, ciego y soberano.
Ando entre acacias, olmos y olivares.
Ando entre unos zumbidos colmenares.
Ando al amparo mudo del verano.

(Subo a mi sierra y al rumor arcano
de un azahar, y otro azahar, y mil azares,
un silencio de cielo y de pinares
me talla en piedra un corazón serrano.)

Ando esta sierra en sombras estelares,
antes que el día, antes que el sol temprano,
me muestre sus arroyos y hontanares.

Ando esta sierra ausente de tu mano
y son tan tuyos todos sus lugares
que estar próximo, aquí, es estar lejano.


jueves, 10 de enero de 2013

Fue una laguna

Sí, será desconcertante, duro, humillante. Pero eso fue haber dejado olvidados y vestidos para salir a los cuatro de la entrada anterior.

Triste laguna.

Pero no la única, ay.

En un rincón de 2008, al frío de julio, un día 5, sábado, quedó un soneto.

Gozoso parecía. En sus cosas, ni me miró cuando llegué. Venía yo abriendo cada puerta cerrada, viendo en cada habitación si en la casa muda quedaba alguien todavía y rogando que no.

No supo nunca que fue el último en salir de ens.

Y no se lo diría yo, seguramente. ¿Cómo podría? ¿Qué le diría?

Me sonrió apenas, como si me recoociera. Me miró sereno, quieto, manso.

Como agua de laguna.

El fruto

Se abre el dulzor de un fruto que partí con la mano;
lo deshacen mis dedos, lo recibe mi palma;
alegre va en mi boca, sabe a un sabor arcano
que huele a paraíso. Como en calma.

Y su jugo ha teñido mi piel, que ya envejece,
y lentas se me escurren su piel y las semillas.
Y su carne a mi carne la ha aromado y florece
plácidamente y huele a maravillas.

Hay niebla. Una llovizna lava el fruto jugoso,
-tiene el dolor de un llanto templado, silencioso-
y exhala beatitud, me impregna gloria.

Estoy sentado. Es tarde. Hoy no hay fuego de invierno.
Del fruto que ha pasado, libre, fragante y tierno
me queda el gusto, el gozo. Y la memoria.

Se irguió, hizo ademán de ir saliendo. Lo dejé avanzar y adelantarse.

Mientras salía, miré por última vez la habitación ahora sí -creo, espero...- vacía de recuerdos, de olvidos. De agua y de lagunas.

La puerta quedó entreabierta. Me dio vergüenza, otra vez. Y cierta tristeza rara. No me atreví a cerrarla.



Quién sabe.


De iguanas y víboras

Se agarraron al fin en una mañana tostada por un sol de enero, se agarraron como todo el mundo en el ribazo sabía que se tenían que agarrar, hasta el infelicísimo, el distraidísmo Tatú.

-¿Sabe que su amiga, compadre Apereá, la-que-refala-sin-ruido, está buscando y me parece que va a encontrar?

-¡Por amor de Dios, hable bajo! -dijo el Cobaya, que tiembla de oír solamente el nombre de la venenosa.

-Yo no le tengo miedo, aunque tampoco la trato -dijo el Cascarudo-; pero me parece que la Iguana Verde le va a dar el vuelto.

-¡Ojalá Dios quiera! -silbó arriba el Cachilo-, ¡ojalá la mate! La Iguana es mi amiga... No puede subir a los árboles. Pero temo que no la pueda.

-¡Amalaya se coman las dos! -dijo el pobre Cobaya palpitante.

-Amén, compadre. Pelearse se tienen que pelear, porque el ribazo es chico para dos matreros de esa ralea que comen los dos lo mismo y no poco cada día -dijo Tatú Mulita.

-¡Cristo, allá están! -gritó el Conejito de Indias, hundiéndose como un rayo en su cueva, porque se oyó a lo lejos el matraqueo siniestro y furioso del crótalo de la víbora.

Se habían agarrado. Sobre la curva sinuosa y parda de un caminito de perdiz venía el Lagarto corriendo un ratón; estaba la Cascabel acechando una rana, y se toparon.

Ninguno de los dos iba a torcer, ninguno de los dos iba a retroceder. ¿Podían retroceder? La Cascabel estaba enroscada en una negra bola repugnante, resorte tensionado y potentísimo que arrojaría su cabeza chata como un lanzazo sobre su enemigo, así éste moviese no más un ojo; la Iguana, aplastado el cuerpo contra el polvo y estremecida en convulsiones de ira, saltaría fulminante sobre su nuca, al primer descuido de la guardia. Parecía que ninguno de los dos se movía; y sin embargo la Víbora se contraía y replegaba todavía más, hinchándose su cuerpo negruzco como un brazo que hace fuerza; y la boca abierta y feroz del Lagarto se iba aproximando imperceptible, línea por línea, punto por punto, con precaución infinita, jadeante, crispada...

¿Cuál de los dos ha saltado? Tan fulmíneo ha sido el golpe que el ojo más sutil no hubiera podido distinguirlo. Ha sido un mescolarse instantáneo de miembros, escamas, anillos, colas que golpean furiosas, patas verdes que arañan, vientres blancos, lazos mortíferos que se anudan, cuellos que forcejean, un solo monstruo disforme y proteico que agoniza frenético revolcándose en el polvo...

De manera que yo, que en ese momento caí al ribazo, rifle al hombro y descuidado, no supe a lo primero qué cosa era aquella horrible que forcejeaba en la arena: si un grifo asqueroso, mitad saurio y mitad víbora, o bien una serpiente con patas y dos colas...

Ajajá... El Lagarto es el que ha mordido. Ahora veo su cabeza entre los anillos mortíferos. El Lagarto ha agarrado a la Víbora y la sacude convulsivamente para quebrarle el espinazo...

¡Horror! El golpe del Lagarto no ha sido certero. El cogote agilísimo se ha zafado y en vez de aferrar las vértebras cervicales, los dientes sólo han cazado la espalda; y la boca letal de la Venenosa se vuelve fa­tídicamente, haciendo un arco muy cerrado, hacia la garganta blanca y blanda de la Mordedora, a la altura del hombro, y las dos mandíbu­las se abren espantosamente, en un ángulo tan abierto como un pul­gar y el índice de un hombre, para dar el mordisco último.

El momento es supremo. La Iguana aprieta con todas sus fuerzas cerrando los ojos. Tan furiosa está que uno puede salir de detrás del árbol, todo espantado y sin resuello, y aproximarse al montón cautelosamente para ver si el mordisco agarra.

Clack. Se cerró como un resorte el estuche de la muerte, y las dos espinas de marfil en cuya punta centellea una gotita de veneno pasaron como saetas a un milímetro del cuello de la Iguana. La Iguana aprieta.

Clack, clack, clack. Los mordiscos se multiplican isócronos, metódicos e infructuosos, mientras la Venenosa se crispa para deslizar su espalda un milímetro no más, el milímetro que falta, de la tenaza de la otra. Pero la Iguana aprieta más, con los maxilares que crujen como si se quebraran. Las dos comprenden con toda claridad la situación. Un milímetro más o menos es la muerte para la una o la otra.

Apretar. Zafarse. Con todas las fuerzas de la desesperación, aunque crujan los huesos y se corten como piolines los tendones. Aprieta. Tira.

¡Ay! iAy! Los anillos de la Cascabel han hecho presa en el torso -el cuello está defendido por las patas delanteras- y aprietan ahogando, mientras la cabeza siempre tira y las mandíbulas venenosas suben y bajan automáticamente. La Iguana abandona toda defensa y se deja estrujar y ahogar, salvo el apretar con su boca que sangra y babea. Todos los pájaros han cesado de piar y los bichos de correr, al estribor del crótalo que suena agitándose convulso, como una canción macabra. Hay un silencio fúnebre en el sauzal del ribazo...

¡Adiós! La Iguana se ha tumbado de lado. La creyera muerta en el abrazo terrible a no ser por su boca que no cede. Toda su vida se ha reconcentrado en sus mandíbulas.

Y en las dos manos que protegen el cogote del lazo corredizo. Y aprieta.

¿Qué pasa? La Víbora ha soltado a su enemigo, que ni resuella por no soltarla: su cuerpo negruzco se desparrama por la arena como un látigo a quien la desesperación del último esfuerzo sacude. ¿Qué intenta? La Iguana gime de dolor, con gemidos de niño, porque las mandíbulas y el cuerpo le deben doler horriblemente; pero aprieta.

Ajá, la Víbora buscaba un apoyo; y ahora, anudando la cola a un raigón, prueba otra táctica, la última, y hecha un puente en el aire, desesperadamente tira.

La Iguana sin soltar es arrastrada por el ímpetu, con las cuatro patas hundidas como puntales en la arena, en línea recta primero, después a un lado, después a otro.

El cuerpo de la Víbora se anuda y parece que se va a romper. Y los dientes venenosos se alzan de nuevo, y caen de nuevo, y la piel del cuello es atrapada y yo no puedo contener un grito.

Y los dientes se alzan de nuevo y entonces veo que me he engañado: los colmillos sólo han arañado la piel. Y entonces -todo esto en un segundo-, la Víbora se sacude con una especie de grito de rabia, muerde otra vez, cruje... y se dobla como un junco, por el punto en que la Iguana la aferra. El espinazo ha cedido. Peractum est.

El cuerpo ondula todavía con las convulsiones de la muerte y el estuche ponzoñoso muerde el aire. Pero la Iguana sabe que la Víbora no puede ya hacer fuerza, que está perdida. Y espera pacientemente sin soltar, diez minutos, quince, veinte, que los movimientos languidezcan y la chispa de los ojos maléficos se apague. Y después suelta y salta a un lado. Y entonces me ve a mí.

Yo creí que era insolencia mirarme a mí fijamente y no huir, insolencia de vencedor; y estuve por darle un tiro. Pero era cansancio, la pobre, con la boca abierta, sin poder cerrarla y las patas tiradas por el suelo, como si todos sus huesos estuviesen desencajados. Dio tres o cuatro pasos borrachos hacia el agua y se tumbó de nuevo.

Entonces bajé el rifle no queriendo gratificar con un tiro -lo que hubiera sido, al fin y al cabo, una gratitud de hombre- a quien me había hecho el servicio de suprimirme ese tremendo habitante ignorado del ribazo, donde yo iba todos los días a tumbarme en la gramilla con un libro. Y dije mirando a la Iguana, agonizante de cansancio:

-¡Oh, Iguana! Hay momentos en la vida en que Dios quiere que uno agarre con los dientes y apriete hasta romperse la mandíbula, pena de la vida. Dios mío, yo te ruego que si es posible no me pongas en esos trances y me des enemigos pequeños. Pero si no es posible, yo te ruego que me des gracia para apretar y no soltar, para apretar hasta la muerte.


***


-Mire usté..., terrible, muy impresionante. ¿Fábula, no?

-Sí. De Castellani. Bastante conocida, le diré. Una de las que dice aprendió en la Laguna Pipo.

-¡Qué cosa! Mete miedo...

-Precisamente.

-¿...?

-Ah, no le dije: la fábula se llama Aprieta.

-¿Y?

-No oyó bien lo que dice al final:
Hay momentos en la vida en que Dios quiere que uno agarre con los dientes y apriete hasta romperse la mandíbula, pena de la vida. Dios mío, yo te ruego que si es posible no me pongas en esos trances y me des enemigos pequeños. Pero si no es posible, yo te ruego que me des gracia para apretar y no soltar, para apretar hasta lamuerte. 

-No entiendo.

-En la vida, con miedo o no a las cosas venenosas (que quiere decir malas y que hacen mal, a veces un mal fatal), hay que apretar fuerte con los dientes y no soltar, hasta romperse la mandíbula, si hace falta. Y hasta la muerte, dice. Porque con las cosas venenosas es a vida o muerte...

-Ah.... Claro..., entiendo. Difícil de todos modos, ¿vio? Apretar así, digo. Uno más bien trata, como dice ahí, de tener enemigos pequeños. Y está bien. Lo otro es mucho lío. ¿Y por qué se acordó de esta fábula? ¿Anda con algún entripado...?

-No y sí.

-¡Y dale la burra al máiz...! ¿Sí o no?

-Yo y todos, quieras que no, raro que no andemos con algún entripado, chico o grande. Pero, no es eso, porque si hablamos de eso la fábula da para más. Pienso en la Argentina.

-¡Peor! ¡Ahora sí que no pesco en esa laguna...!

-¿Sabe una cosa, mi cuate?: Acá, víboras ya tenemos, de todos los colores y pelajes; y ya hay a pasto de las venenosas que matan y de las que se arrastran nomás, aunque no maten. Feo igual eso de arrastrase. Y culebritas hay, que dan miedo y asco igual de sólo verlas, por esa cosa que tiene ese animal de repulsivo que es.

Faltan iguanas, eso sí.



miércoles, 9 de enero de 2013

Mi Mar del Plata















-¿Y esto? ¿Qué es?

-Lo que ve, cumpa: delfines cruzando la proa a toda máquina, como hacen habitualmente durante horas mientras el buque navega; los gavieros subiendo a los palos a soltar las velas; las velas tendidas y una fragata navegando a puro viento; después, la proa del buque rumbo a Mar del Plata, con La Feliz al fondo; al final, las velas ya recogidas casi al atardecer y la campana de la nave, claro...

-Pero mire usted... ¿De dónde las sacó?

-De mi máquina de sacar fotos.

-¿Usted? ¿Ahí arriba?

- Sí.

-¿¡Fue a Mar del Plata en la fragata!?

-No y sí.

- ¡Epa...! Ya empezamos...

-Simple. Hace unos años, navegué en esa fragata yendo rumbo más al sur y la fragata pasó por Mar del Plata, no muy lejos de la costa pero mar adentro, navegando a pura vela a esa altura. Para florearse, me imagino..., vio cómo son esas cosas...

Igual -incluso desde el mar, a vela, sin ruido-, se ve Mar del Plata.

Pero está el mar, claro. Y navegar.

Y eso es todo.





lunes, 7 de enero de 2013

Laguna

Fue hoy y por un incidente casual. Y ahora siento cuánto se me ha hecho honda la casualidad.

Andaba por la bitácora inmóvil (nunca está del todo desatendida...) y fui a caer a una de las páginas de fines de 2009; diciembre, más preciso.

Y allí estaban.

Y no los reconocí: es decir, de pronto reconocí que no los reconocía.

Solos, los cuatro. Hermanos huérfanos, y abandonados, que esperan un tren que ya pasó en una estación vacía, en medio de la nada, sin cómo volver ni irse.

Sentí una pena enorme. Y vergüenza, mucha.

Cuatro poemas.

El año pasado, con un cuidado que creí irreprochable y hasta obsesivo, llegué a editar los versos que había en ens. Después, como se sabe, los publicó benevolentemente Vórtice. Ya lo dije. Lo mencioné hace pocos días aquí mismo, presentando otros libros de versos que llegaron a la etapa de un borrador decente y que tienen versos que también estaban allá.

Pero.

Cuatro poemas faltaron en aquella cuenta de 138, más dos, que le dio título al libro primero.

Estoy aturdido y no sé qué decir, ni qué disculpas pedir.

Sé que ahora vendrá la vela de revisar línea por línea toda la bitácora aquella, y que será con temblor y temor de encontrar más abandonados, como bastardos.

Mientras, esta laguna (¿imperdonable?, se me hace que sí, malhaya..., y por bastante tiempo, al menos...) exige justicia.

Y desagravio.

Por eso mismo, aquí están ellos.

El miércoles 2 de diciembre de 2009, apareció este romance:
La luz de esta luna llena

Aceite gris está el cielo;
bonita la luna llena
que con su tiza ha trazado
rondas de alegre tristeza
por el cielo gris de aceite,
espeso de luz. La pena
de ver que pasa la luna
llena, sola, suave y queda,
tirita lágrimas dulces,
pero no porque le duela
el aceite gris del cielo
ni la traza que la esfera
deja sutil en el aire
cuando va al oeste. Sueña,
la pena que llora alegre,
con esa luz de belleza
que una mano azul y mansa
parece que retuviera
para que los ojos giman
felices de ver la plena
plenitud de luz luciente
que, como la luna, es llena
y le da luz a las cosas
aunque sólo se las presta,
para que vean las cosas
esos ojos que las vean.
Manantiales de silencio
del cielo abajo ya ruedan;
vienen celestes de luna,
y hacen noche en las veredas
que las manos de los hombres
trazan cada vez que rezan.
Silencios que suenan voces.
Voces de luz tenue y quieta
que en estallidos de luna
son música, son la fiesta,
son corazones de noche
que sin embargo alborean
transidos de paz y luna
y son flor de una verbena
que en una danza de gloria
ya sube desde la tierra
para brindar en el aire
con un amor que se empeña.
Camina el hombre en lo oscuro
de la noche de esta tierra.
Sabe que un sol que no ha visto
ha vuelto a la luna bella
en el aceite del cielo
que está cubriendo sus huellas.
Por eso no teme y anda.
Por eso, aunque teme, arriesga.
Por eso, aunque sufre, ríe.
Por eso, aunque duele, espera.
Mira la luna y confía.
Y en la luz que la hermosea
ve una Hermosura que brilla,
ve una Hermosura que llega,
ve una Hermosura que ha hecho
la luz de esta luna llena.
El martes 15, este soneto:
Adviento de Parusía
A F. M. S.


Las olas que no cesan de este mundo,
de este mundo de mar de sal doliente,
rumorean, se agitan. Tu figura
las gobierna. Las ondas y los ayes
se maridan y engendran inquietudes
que andan perplejas por un mar sin puertos.
Esperamos al fin un fin sin límite:
un resplandor que calme, vientos leves,
refrigerios de ti, gracia en el aire,
fulgores amorosos, la justicia,
los ojos del león entrecerrados
viendo pastar en paz a los corderos
y una voz poderosa que proclama
que ya no hay más dolor, ni mar, ni tiempo.
El miércoles 23, esta dedicatoria severa a Messi, el del Barcelona (*):
(De Minaya Alvar Fáñez, a Messi)


(Bastaba con el gol. Con el festejo
no era más gol el gol. Con el decoro
quedaba a salvo el gol, igual. Reflejo
quizá de ser quien se es. La plata, el oro,
no garantizan nada. El señorío
es cosa de señores. La cucarda
habla sólo del pie. Pero el tronío
va más alto que el pie, da a la gallarda
frente del vencedor una corona
que es para pechos nobles: los mejores
no importa de qué oficio, de qué suerte;
que es del templado y justo, como el fuerte
Ruy de Castilla, flor entre las flores,
más alto que Carrión y Barcelona.)
El 31, finalmente, y a la puerta misma del otro año, apareció otro soneto:
Nueva luna llena

Noroestes de luna sueña el cielo
y le sangra una luz en su costado.
Madrugada de insomnio, aroma y vuelo
del corazón en flor, quieto y callado.
Con su frente estrellera sobre el suelo
la niebla penitente ha dibujado,
al este silencioso de ciruelo,
un sol maduro y fresco, ensangrentado.
Y es tan nueva la luna que se ha ido,
tan lúcida amanece en retirada,
tanto incendia la noche en que ha caído,
tan llena y luna es, va tan preñada
del día nuevo como del que ha sido,
que ya no está, pero no falta nada.

En mi ansiedad por reparar en ellos algo de lo que esta laguna pudo haberlos dañado, me fijé por ejemplo en si las lunas llenas de aquel mes de 2009 coincidían con las de diciembre de 2012.

¿Para qué? No lo sé. Pero sí, coincidieron.

Y me quedé más tranquilo.

Tampoco sé por qué.



--------------------------------------------------

(*) Esto, ahora, hay que explicarlo. Era la final del campeonato mundial de clubes que se jugó el 19 de diciembre de 2009 a las 10:00 de la mañana (17, hora nuestra) en el Sheikh Zayed Stadium, en Abu Dhabi. Estudiantes de La Plata vs. Barcelona. En el tiempo reglamentario, el partido terminó empatado. Los goles: Mauro Boselli (Estudiantes) a los 37; a los 89 el empate de Pedro, y ya en tiempo suplementario (a los 109 minutos de juego) el segundo gol del Barcelona, que hizo Lionel Messi. Con eso fue campeón el Barcelona de esa copa ese año. Messi hizo el gol de pecho y lo festejó como si fuera catalán o español.

Ser bastardo

La etimología no está del todo clara.

Es verdad que el diccionario de la lengua española se la atribuye al francés antiguo, pero hay otras fuentes tan autorizadas como ésa que difieren en la atribución y el significado, por supuesto, aunque entre el germánico y el paleofrancés y el provenzal andan los tiros.

De todos modos, algo parecido a adoptivo, desnaturalizado, torcido, ilegítimo o espurio siempre anda por allí, aunque no siempre tiene una carga de infamia ineludible y no siempre aparece asociado en los orígenes a las gentes, también a animales y plantas, por ejemplo.

Con todo, históricamente, el tratamiento que se le ha dado a los bastardos -más allá de sus merecimientos y características personales- ha sido casi siempre denigratorio, lo que va desde el simple desprecio u ocultamiento vergonzoso, hasta la defenestración e incluso la muerte, en algunos casos. Y esto no entre los bárbaros sino también entre gentes civilizadas como griegos y romanos.

Con el tiempo, el status social de la bastardía se fue acomodando al desprecio de hecho y de derecho por el matrimonio, llegando incluso -una cosa por otra- a considerarse al matrimonio como una institución denigrante y falsa y a la bastardía como una existencia heroica y auténtica.

Para peor, el hecho de que haya habido bastardos gloriosos -mi admirado Don Juan de Austria es un caso insigne, pero no está solo- parece haber empujado a falacias arteras y estúpidas, que un estudiante de lógica de bachillerato podría disolver. Así, la causa de la gloria resulta la bastardía. Una gansada que sólo un idiota podría sostener. Ciertamente que la opuesta es tan inválida como ésta y no falta el zopenco que crea que el ser bastardo, eo ipso, inhabilita a cualquiera para ser una gran persona buena.

Es verdad también, y hay que decirlo, que en nuestra lengua la oposición hidalgo-hideputa, y casi casi que nada más que por motivos de honra y sangre en sus comienzos, ayudó a que la bastardía cargara el peso del desdén y, more moderno, la exclusión. Por ese motivo, precisamente,...

-Oiga, oiga, maestro... Un minutito. Está interesante el asunto éste de los bastardos... Pero, ¿qué pinta acá eso?

-Es que como la Argentina tiene una cantidad importante de fauna bastarda...

-¿En serio? ¿Tanta gente hay así, en orsai, digamos?

-No, no, cumpa..., no me refiero a niños nacidos. Pero me refiero, sí, a gentes malparidas...

-Bueno, eso..., los que arrancaron de trampa, de sotana, por izquierda, por afuera...

-No, mi cuate, me refiero a los hijos de puta. Como si le dijera los ¡bastardos!, ¿vio las películas de cowboys mal dobladas...?

-Ah, avise, hombre... ¿Y por qué se le ocurre ahora ese asunto?

-Pasa que leí un reportaje que una revista untuosa y pava le hizo al histrión Darín -que actuaba de padre de la patria y hablaba como una especie de Solón camusiano- y después leí una carta que otra pava histriónica le manda a Darín contestándole el reportaje. Ahí vi que la carta tiene 4 páginas A4 letra cuerpo 12 a espacio simple y que la firmaba nada más ni menos que la Capitana Cristina. Y me tragué el reportaje como si fuera una encíclica o un legado de qué le digo: un prócer escéptico e indignado, qué se yo, de película de Campanella; y ahí nomás me tragué la carta que parecía otra encíclica, pero ahora de una papisa canyengue, insoportablemente pava y patotera, con chicanas de manual que están a la altura del jefe de la oposición -me refiero a Darín, digo, claro...-..., y..., bueno, eso...

-¿Y entonces?

-Y..., como vi que eso es lo que hay en el barrio por estos días (¿años?) y no hay nada más que un Darín haciendo de Espartaco y de voz del pueblo oprimido y una mina insufrible y medio loca haciendo de madre universal de los oprimidos que parió, al final llegué a esa conclusión que le digo...

-¿...?

- Eso, mi amigo, eso: que este país, pobre, está lleno de hijos de puta. O bastardos, si usted me entiende, porque la etimología no está del todo clara todavía...

domingo, 6 de enero de 2013

Mar del Plata (II)


-¿Y? ¿Qué me dice ahora? ¡Usted que siempre lo defiende...! ¿Y el partido del 19 en La Perla del Atlántico? ¿Sabe lo importante que es ese partido para la bosta? Y encima con la Libertad en el puerto y de joda corrida y con Cristina capitana... ¡Qué manera de escupir el asado...! ¡Ahí lo tiene a su Riquelme...! Plantados nos dejó...

-¿Qué quiere que le diga? A usted lo habrá dejado plantado. Y no exagere: no es taaaan importante un partido de verano en Mar del Plata, después de todo. A mí me parece bien lo que hizo y creo que tiene razón él y no los otros. Además, si el tipo dijo que no volvía a Boca, y no volvió, y Boca juega en Mar del Plata y él no va a jugar en Boca y no quiere jugar en Mar del Plata, qué se yo, sus motivos tendrá. Y capaz que son de buena ley. O capaz que es un tipo de palabra, podría ser, ¿no? O capaz que ni Boca ni La Perla del Atlántico se lo merecen, vaya a saber...

sábado, 5 de enero de 2013

Mar del Plata (*)



Se lo merece.

Mar del Plata, digo: creo que se lo tiene bien ganado.



---------------------------------------------------------------------
(*) Hoy el cartel -del 2011, como bien dice la firma- es funcional a la llegada de la Libertad a La Feliz.

Je, je... Un picarón el líder del Peronismo Militante -siempre fue muy inteligente...-; el dibujo ya fue tapa de Capiangos, una de las revistas de esa agrupación, en el número 3 de fines de 2011, más precisamente, y también lo usaron ese año para anunciar varios actos.

Los Capiangos, para los que quieran detalles, son una variante del Uturunco, es decir, simplificando, de los feroces hombres-tigre de las leyendas quechuas o guaraníes, que hay de ambos orígenes. Quiroga, el Tigre de los Llanos (tal vez de allí el apelativo...), dicen que tenía varios capiangos entre sus filas. Eso no lo sé.

¿Y todo eso, toda esa épica y leyendas, qué tiene que ver con Cristina capitana? ¿Y con Mar del Plata? ¿Y con la Libertad en La Feliz?

Nada: no tiene nada que ver, eso se lo aseguro.

Si hubiera estado Macri al timón, sería lo mismo o muy parecido (tal vez un velerito pampa...): sería Macri capitán (y tal vez el mar sería el Caribe -o la misma Feliz, que da para todo...- y el viento, qué sé yo, en fin, no sé...)

Ilustro, nomás. 

viernes, 4 de enero de 2013

Scripta




Así dicen: manent.

Pero, ¿no sería mejor seguir el consejo de la Carta VII del maestro Platón?

También podría ser, claro que sí.

Hay que pensar. Seriamente.

Vayamos, mientras, a las cosas escritas, que para eso están los participios perfectos pasivos (y eso de perfecto y pasivo no es materia para despreciar, si es que hay que pensar seriamente en este asunto, digo yo...)

El caso es que, de a poco, parece, y más temprano que tarde, andarán por allí ediciones, ahora digitales, de escritos que había en otra bitácora que no es ésta y que se han ido acollarando en volúmenes.

En su momento, apareció una edición gráfica muy cuidada de 140 poemas, lo que le valió a su editor un premio, cosa que me alegra.

Ahora, quizá como un adelanto de Epifanía, supongo, quedan aquí los borradores de lo que vendrá.

*    *    *

En Trilogía se agrupan tres libros de versos, dos de los cuales ya fueron publicados en la bitácora otra: Sicilia en flor y Siembra de faros. Los de Silencio de fusa, en cambio, son inéditos, como si eso significara algo y sólo significa que no aparecieron en aquellas páginas.   

Las Coplas, por su parte, se publicaron por separado allá y ahora aparecen juntas.

Lo mismo para la serie de sonetos del libro que ahora se llama B., y que los reúne.

No sé si no debería pedir disculpas. Tal vez.

Sobre todo porque scripta manent.

Jackson y los enanos

-Sí, entiendo lo que dice, aunque...

-Usted entenderá, pero yo no. Y creo que ni yo ni nadie... ¿Qué? No me diga que no le gustó...

-Y...

-Pero, viejo..., si es un peliculón... ¡A usted nada le viene bien!

-Nada, no.

-¡Cómo que nada no! ¿Y entonces? Porque ya ve que ésta tampoco le gustó. Y no me diga que las otras 3 de El Señor de los Anillos le gustaron, porque yo sé que no del todo..., entonces qué me dice...

-No digo nada. Digo nada más -y se lo repito- que Jackson (cualquier Jackson, hasta ahora y no éste sólo, pobre, que se ve que hace un esfuerzo enorme...) no sabe y no puede con lo grande bello, ni lo bueno grande. Puede con otras cosas, a condición de que no sean grandes y buenas y bellas, las tres cosas juntas. Puede con lo deforme grande, puede con lo grande feo, puede con lo malo grande. Incluso puede con lo monumental a secas, con lo poderoso, digamos. Y hasta en parte puede un poco con lo mediano bueno y lindo (y eso le habría gustado un poco a Tolkien, no lo niego..., pero aunque Tolkien fuera un hobbit, sabía perfectamente qué era un elfo y por lo mismo que miraba con los ojos de los hobbits sabía cómo veía un hobbit a un elfo...) Si acaso, Jackson llega hasta el mundo según Rohan. Pero Jackson con lo grande y bello y bueno todo junto, no puede. Y si no puede, no puede. Será que tal vez solamente pueda con lo que el cine puede, que no es mucho decir, ni poco decir. Eso no sé. Pero eso es lo que dije y eso es lo que digo, nada más.

-¿Sabe qué, al final? Usted es un jodido. Mañana voy a ir a verla otra vez...

-Qué se le va a hacer...

jueves, 3 de enero de 2013

Arwen y la muerte


Señora, ¿qué es la muerte?  ¿Tú sabías
de ese filo de hielo que traspasa?
¿Quién te dijo el dolor de los mortales?
¿Qué hay en el mundo tal que así te entregas?
Señora, tu esperanza -llama débil-
todavía está ardiendo en este valle.
¡Cómo ha sido tu rey, Señora! Amores
más fuertes que este tiempo con sus muertes…
No mueres, no, Señora, si la estrella
de tu nombre en la tarde abrasa el cielo,
y siembra luz al bosque y la montaña.
Arwen, la muerte pasa y no te mira.
Silenciosa a tu lado se detiene
y oye tu amor. Y tiembla ante su abismo.


miércoles, 2 de enero de 2013

Desobediencia

Me parece que cuando uno se topa con unos versos de La vuelta de Martín Fierro, que están en el canto XXXII (4715-4720), que es el de los Consejos, y que dicen:
El que obedeciendo vive
nunca tiene suerte blanda;
mas con su soberbia agranda
el rigor en que padece:
obedezca el que obedece
y será bueno el que manda
siempre aparece algún problema con esta doctrina, digamos que hernandiana, que no es fácil de destripar. O de tragar, según se vea.

Casualmente, y por ejemplo, he sabido en los últimos tiempos de interpretaciones, algo torpemente formuladas, de José Pablo Feinmann o Felipe Pigna. Es comprensible que piensen un poco robóticamente que el Hernández de 1879 no es el de 1872 y que sus nuevos amigos políticos y sus nuevas convicciones, más acordes a lo que hubo alrededor de 1880, lo hayan puesto en situación más mansa que la rebeldía que le florece eficazmente en la primera parte de la obra, siete años anterior y compuesta en otras circunstancias. Algo puede haber de algo parecido, que no es lo mismo; porque algo así no es tan fácil de desentrañar en una personalidad política compleja y movediza como la de Hernández, menos todavía si se lo mira con mirada retrospectiva, como si se tratara de explicar el asunto aduciendo que Hernández se había hecho menemista o neoliberal y que de ese modo quiere opiar al pueblo y enervarle su gen revolucionario para que obedezca mansito a todo lo que se le mande (y como si eso fuera una pretensión exclusiva de los liberales capitalistas...) Pero, se entiende: José Pablo Feinmann es filósofo, lo que supone que no es una inteligencia tan fina como para que advierta el sentido de sus propias palabras.

Allá él.

Castellani habló de este asunto casi directamente en una fábula conocida de Camperas, que se llama, precisamente, Mandar mal y que está en el capítulo breve de fábulas salteñas.

“-¡Qué animales son estos animales!”.
“-Pero estos hombres son más brutos que nosotros!”.

Yo supe tener una yegua que hablaba –naturalmente, como todo animal de fábula- y hablaba con las orejas.

Una vez la Chuncha tuvo que haberme matado y no me mató por pura consideración. La llevé a beber en el Río Grande de Salta –llamado también Arias y Santa María-, jornada y media de Cafayate, y era una temeridad, como supe luego. La obligué a entrar; y es que el animal caballar es sonso para el peligro; es demasiado obediente, no es como el mular, desconfiado. Era febrero, el agua venía como ariete y la arena floja. Para mejor, ese agua no sirve para abrevar, por el salitre. No me fijé que hundía en la arena cada vez más los vasos; y cuando noté que temblaba y resoplaba creí la mareaba la velocidad del agua, que yo mismo tenía que mirar lejos. “Bebé, animal imbécil”. Cabeceó con furia. Entonces la dejé salir. Pisó un lugar de ciénaga, hundió toda la mano, se debatió para sacarla, y hundió la zurda; y entonces se tiró de lado, pero con todo cuidado a fin de no hacerme un Sargento Cabral. Gracias a eso saqué de abajo la pierna y el pie con tiempo; que si me lo agarra entre su cuerpo y una piedra, lo hace salame.

Le pegué una paliza al salir –pues con la ira me parecía entonces que era toda la culpa de ella- diciendo: “¡Qué animales estos animales!”. La yegua contestó con las orejas la respuesta que puse arriba.

Hicimos las paces al rato; y entonces yo, con serena intención de instruirla, le empecé a decir los siguientes versos:
El que está sujeto a otro
nunca tuvo suerte blanda,
pero su soberbia agranda
el rigor de que padece.
Obedezca el que obedece
y será bueno el que manda.
Con gran sorpresa mía, que no la sabía poeta, la Chuncha volvió la cabeza, y contestó de contrapunto esta estrofa:
Mande bien el que está arriba
si de Dios quiere hacer caso,
si de Dios es como el brazo
no haga a Dios aborrecible,
pues si manda lo imposible,
reventó la yegua el lazo.


Como se ve, cita como de memoria el texto del poema y cita desprolijo. Pero el sentido no se mueve, porque obedecer es estar sujeto a otro, en cualquier caso. Más todavía: la respuesta en verso de la yegua va directo al punto en controversia, refutándolo, que sería esa relación como causal entre la calidad del mando según sea la calidad de la obediencia, cosa, como digo, medio intragable salvo (y no estoy seguro de que salga del todo bien...) que se le hagan todos los secundumquides que a uno se le pudieren ocurrir. Podrá decirse, por ejemplo, que el consejo está circunstanciado y que de ese modo confirma la doctrina más exigente, porque se trata allí de que, en el caso de que sea lícito obedecer, mejor le vale al súbdito (que está sujeto a otro) no tentarse con la soberbia y más específicamente la vanagloria de retobarse, porque de ese modo pone al mandamás en situación de apretar las clavijas, para someter a quien debe someterse, y así, el sometido sufre el doble... por su culpa.

Podría ser. Lo voy a pensar, de todos modos, porque ni a mí me convence del todo, aunque su razón le asiste al comento ése.

En Cristo y los fariseos, a propósito de otra cosa (más bien religiosa), Castellani vuelve a tratar el asunto con mayores pormenores y desarrollos, en un capítulo que se llama Sobre la obediencia. Una cosa es la prosa, por cierto, y otra la lírica, aunque según se ve, ruedan ambos textos a lo mismo.

Hay que ver. Porque este será un año para pensar en esas cosas. O para tenerlas ya pensadas, llegado el caso.

Y hay tiempo ahora, de todos modos. Es enero.

Y todo está lo suficientemente lejos como para que uno pueda dedicarse a lo urgente sin molestias.