domingo, 20 de enero de 2013

SubRepticio (2)

En 1965, en un ensayo sobre Freud, Paul Ricoeur describió a Marx, Nietzsche y Freud como los tres maestros de la escuela de la sospecha, según una invención que llegó a ser famosa: Maestros de la sospecha. Con todo y eso, escuela de la sospecha era una expresión que ya el propio Nietzsche había usado recogiendo una opinión respecto de sus propios escritos, en su ensayo Humano, demasiado humano, de 1879.

No es momento ni lugar para urgar demasiado ni entrarle a todo eso. Lo que hace Ricoeur, simplificando, es describir tres sistemas de ideas que desmitificando la verdad a través de la demolición crítica -cada uno por sus motivos y según sus perspectivas y finalidades y cada uno en un terreno distinto (ideología, cultura y psiquis)-, sientan las bases de una nueva tradición filosófica, valga la expresión. Tampoco importa aquí lo que concluye Ricoeur acerca de este trío y su influencia en la cultura y lo que le contestan otros de acuerdo con él o en desacuerdo. Y no porque no sea importante, que lo es en varios sentidos.

En resumen, y para lo que estoy diciendo, importa saber que la crítica resulta así el ariete de la destrucción de la tradición filosófica desde Sócrates en más y el ariete de la destrucción de una imagen del mundo y específicamente del hombre y sus relaciones.

Hay que entender que la crítica como tal herramienta, y tal como con sus matices la usa cada uno de ellos, no es simplemente el discernimiento, dos palabras que están unidas por la raíz. Crítica significa en los tres casos, casas más o menos, desenmascaramiento que se pretende de raíz de algo que es considerado falso y mentiroso, sin remover lo cual es imposible, no sólo pensar, sino vivir. Esa intención de desenmascarar supone alzarse contra una imperdonable intención en la tradición filosófica y moral (de occidente, se entiende, de los griegos hasta hoy, cristianismo especialmente incluído, salvo Kant y algún otro) de sojuzgar al hombre real o a la sociedad que debe emanciparse de los poderosos (capitalismo y poder del dinero), de los pusilánimes (cristianismo) y del mandato moral de una conciencia trabajada por una casta sacerdotal e intelectual, digamos así, que ha hecho de la culpa un cepo y un grillete (cristianismo, sí, pero también aquella denostada tradición filosófica que sojuzga postulando una verdad objetiva).

De este modo, en reemplazo de la filosofía y otras disciplinas digamos humanísticas, aparece una actitud arqueológica como la nueva modalidad que buscará vestigios de todas las falsificaciones y enmascaramientos que se hicieron pasar por verdad desde que Sócrates y Platón dijeron lo que dijeron. Su tarea no es sólo encontrar esos vestigios sino desenmascararlos y demolerlos. Claro que poner algo en su lugar ya es harina de otro costal, como que demoler es siempre más sencillo que construir.

Con eso habría bastante para enredarse la sesera, pero, para peor, todo el asunto se vuelve parte de una historia de la hermenéutica, cuestión compleja y desde hace un siglo embrollada al infinito por jergas, lenguajes y partisanos de un lado y otro. Para saber lo antiguo de estos pantanos (muy interesantes, hay que decirlo, y útiles...), basta recordar que Hermes da nombre a esta disciplina madre que desde hace milenios anda discutiendo con la inteligencia el sentido de la entera realidad, Dios incluído.

El lenguaje (su naturaleza, significación y uso) -y esto ya es es el colmo de la complicación- tiene un protagonsimo indiscutido e indiscutible en toda la historia de estas cuestiones. Y no hay que preguntar qué se entiende por lenguaje para que no se haga interminable todo este galimatías que tiene implicaciones terribles no en la historia de la cultura sino en la cultura, no en los libros sino en la vida, en la mente y en el corazón de cada quien, lo sepa o no.


Bien. Hasta acá llego.

La madeja de la filosofía -y de todas esas ciencias que se dicen del espíritu- tiene una hebra crítica, dicha en este sentido que dije, que recorre ya milenios. Vino a encarnarse en una idea madre, desde Kant para acá, sin la cual parece imposible hacer algo que se considere serio en filosofía y en cualquier otra disciplina de las llamadas del espíritu.

-¡Epa, epa! ¿Y todo eso dice el chiste ése..? ¿No será mucho, maistro?

-Y sí, parece mucho. Yo entiendo, sí. Pero como ahora -y sé que pego un salto mortal- resulta que viene un tipo de papel de diario que se dice de izquierda, eslabón sin nombre de una cadena enormemente larga y abrasiva, y va y se queja de la crítica... Usted me perdone, mi cuate, pero no es culpa mía, me parece. Las ideas son las ideas, las ideologías son las ideologías y las cosas son lo que son. Porque yo digo, ¿no?, este buen hombre de izquierda que se queja de que la izquierda es crítica (demasiado crítica, parece que dice, cándidamente...), ¿no se dio cuenta de que lo que tenía en la mano era un serrucho, larga y minuciosamente afilado, hasta que se dio cuenta de que se había serruchado su propio brazo con el serrucho que tanto quiere?