martes, 19 de marzo de 2013

Monsieur



No me pregunten por qué y a cuento de qué me lo contó alguien hace muchísimos años. Sobre eso, solamente recuerdo que era un europeo y que se decía no creyente. No sé de dónde lo habrá sacado y nunca busqué de dónde. Tampoco ahora. 

El cuento era, más o menos, así:

Dicen que Charles De Gaulle tenía ínfulas de gran hombre. Y no es la cuestión ahora ver si lo era o no. Se sentía majestuoso, al parecer. (Y si uno oye su voz y ve sus poses y gestos, no cuesta creer lo que dicen que se decía de él...)

Parece ser que en cierta ocasión, Jesucristo decidió bajar a la tierra y visitar Francia, en viaje a medias protocolar. Después de todo, La Frons supo ser la fille ainée de l'Église.

De Gaulle se entera de la visita, claro, inmediatamente. Y por nada del mundo quiere que queden hilos al azar. Se reúnen entonces comisiones de ambas partes y tratan los detalles minuciosos que la comisión francesa propone por mandato de su jefe.

Llega el momento de establecer el modo como habrían de tratarse protocolarmente ambos en sus discursos.

La legación gala, instruída por De Gaulle, sugiere: Del Presidente de la República Francesa, a Jesús de Nazareth, carpintero. La parte de Jesús, con sutileza, hace notar cierto desequilibrio que dejaría mal parado incluso al propio mandatario, que aparecería esperando, con guardia empenachada y todo, de pie en las escalinatas del Palais de l'Élysée, a un simple carpintero. Los galodelegados dudan, y por eso mismo prefieren consultar este punto, crucial y especialmente encomendado, con la mísmisima fuente. Piden un cuarto intermedio.

A la tarde de ese mismo día, nueva reunión. El jefe de la delegación franca, con dicción pausada y cuando el silencio se hace expectante, sentencia nueva fórmula: Del Padre de la Nación Francesa, al Hijo del Padre. Y nuevas razones para nada estridentes de la contraparte, buscando disuadir y atenuar las estridencias discordantes de los títulos. Nuevas dudas galas.

Y nuevo cuarto intermedio hasta la mañana siguiente, que se mostró apacible y fresca. No tanto los franceses que tuvieron que exponer lo que su jefe consideró como "la última oferta admisible": Del Primer Ciudadano de la Francia, a la Segunda Persona de la Trinidad.


¿Le hará justicia el cuento? Tal vez. No lo sé. Pero, mirándolo ahora que me puse a escribirlo, creo que tiene bastante miga de todo tipo, De Gaulle y Francia aparte, no se me vayan a ofender.

Hasta entendiéndolo al revés de lo que parece que dice, irónicamente, paradojalmente, simbólicamente. Hasta mirándolo todo patas para arriba...

Vaya uno a saber, habrá que ver.

¿Y esto a qué viene?

No lo sé. Tal vez a nada...

Creéanme que me acordé otra vez de ese cuento hace tiempo ya, siempre me pareció gracioso y lleno de posibilidades de todo tipo, especialmente teológicas e históricas. Y venía reconstruyéndolo en la memoria, y así lo tengo pegajosamente en la cabeza dándome vueltas.

Por lo menos, a ver si contándolo me lo saco de encima.