viernes, 31 de mayo de 2013

Colón y el huevón



Ser de Mar del Plata y kirchnerista, es como para pedir indemnización. O jubilación por invalidez.

Y seguro que hay más de uno que tiene esas dos patologías a la vez.

Porque, digo yo, ¿se ponen contentos y orgullosos si Cristina capitana les manda la estatua de Colón que se choreó?

¿Se habrán dado cuenta estos infelices de que les manda un trasto que no quiere ver más desde la ventana de su bulo y que los usa a los playeros de galpón de inmundicias?

(Porque, ojo al piojo: a Colón lo manda a bañarse a La Perla por colonizador y opresor de originarios..., así que... ¡fuera de acá, tano patasucia...!)

No..., qué se van a dar cuenta estos infelices...

Pero, ¿sabe una cosa? Está bien, después de todo.

Lo que los infelices de La Feliz tienen que hacer ahora, si les llega el bodoque, es levantarle unos altarcitos alrededor -estilo Sanlamuerte...- y nombrar al genovés Santo Patrono de los Huevones.

Está en el lugar adecuado.


Qué ajena tú

De su Cal y canto (1926-1927), Rafael Alberti tomó cuatro sonetos para el librito del que estoy hablando.

Me quedo con estos dos.
Araceli

No si de arcángel triste ya nevados
los copos, sobre ti, de sus dos velas.
Si de serios jazmines, por estelas
de ojos dulces, celestes, resbalados.

No si de cisnes sobre ti cuajados,
del cristal exprimidas carabelas.
Si de luna sin habla cuando vuelas,
si de mármoles mudos, deshelados.

Ara del cielo, dime de qué eres,
si de pluma de arcángel y jazmines,
si de líquido mármol de alba y pluma.

De marfil naces y de marfil mueres,
confinada y florida de jazmines
lacustres de dorada y verde espuma.


Busca

Herida sobre un toro desmandado,
salta la noche que la mar cimbrea.
¿Por dónde tú, si ardiendo en la marea
va, vengador, mi can decapitado?

Rompe la aurora en el acantilado
su frente y por el viento marinea.
¿Por dónde tú, si el pabellón ondea,
de luto, al alba, el toro desmandado?

Se hacen las islas a la mar, abriendo
grietas de sangre al hombro de las olas,
por restarte a sus armas, muerta o viva.

¡Qué ajena tú, mi corazón cosiendo
al delantal de las riberas solas,
con tu mastín al lado, pensativa!


Es curioso, y hay que anotarlo: Alberti repite aquí desmandado, así como se repite jazmines, en el primero.

¿Error del copista? No parece. Otras autoridades también lo citan así. Pero tengo otras dos versiones de ese final del octavo verso, fíjese usted: desandado y, la que más me gusta, desanclado, tal como aparece en la edición argentina de Cal y canto, de 1959.

En el caso de Araceli, que originalmente dedicó a Pedro Salinas, pasa lo mismo. Pues hay otra versión que en el verso 13 dice jardines. ¿Otro error del copista? Curioso. Y algo más. Hay quienes creen que el soneto está dedicado a María Santísima de Araceli, patrona de Lucena y Campo Andaluz, en Córdoba de Andalucía. Sin embargo, hay por otra parte testimonios de que fue un encargo de un tal Pepín Bello que le pidió unos versos para una joven así llamada, hermana de un tal Gustavo Durán, amigo común. Alberti, según Bello, compuso allí mismo los versos, en un alarde de destreza. Vea usté.  

Ahora bien.

Creo que todo Busca es una magnífica pieza. Pero están esas frases o versos que uno querría haber podido escribir antes que el autor, como ¡Qué ajena tú...!

jueves, 30 de mayo de 2013

Estafa





El Relato es el Modelo.

Y eso es todo.



(Más el daño. Pero el daño no cuenta, ya se sabe. Y no cuenta para casi nadie.)

Ven, mi amor...


Encontré hace poco un librito de Rafael Alberti que no suele figurar entre sus obras. Sin embargo, él mismo lo armó en 1980 -unos 20 años antes de morir- reuniendo sonetos que había escrito y publicado desde 1924. Es, claro, un homenaje explícito al soneto y se llama, precisamente 101 sonetos; lo publicó Seix Barral ese mismo año.

Hay en ese librito una casi curiosidad.


Alberti publica un soneto 101, Ven, mi amor..., el único tomado de un libro voluminoso que por entonces él consideraba inédito, Amor en vilo.  El caso es que en cuanto libro así quedó: inédito.  Aunque no del todo, porque algo de ese libro integró Versos sueltos de cada día, producto de unos cuadernos que llenó de versos entre 1979 y 1982.

La razón de que Amor en vilo no se haya publicado todavía, es una enredada madeja de misterios, abogados, pasiones, codicias, parientes, amante y viuda, todo junto. Parecida en algo a la vida del poeta gaditano, que vivió 26 años en Buenos Aires, dicho sea de paso.

Los sonetos son desparejos, usted me disculpe. Hay varios que exhiben más oficio que poesía.

Tres de los que me gustaron van aquí. El primero, de sus primeros años. El segundo, a su hija Aitana y el último a una de sus amantes.

Santoral agreste

¿Quién rompió las doradas vidrieras
del crepúsculo? ¡Oh cielo descubierto,
de montes, mares, vientos, parameras
y un santoral de par en par abierto!

Tres arcángeles van por las praderas
con la Virgen marina al blanco puerto
del pescado; ayunando, entre las fieras,
se disecan los Padres del desierto.

El Santo Labrador peina la tierra;
Santa Cecilia pulsa los pinares,
y el perro de San Roque, por el río

corre tras la paloma de la sierra
para glorificarla en los altares
bajo la luz de este soneto mío.


Para Aitana
(9 de agosto de 1956)

Aitana, niña mía, baja la primavera
para ti quince flores pequeñas y graciosas.
Sigues siendo de aire, siguen todas las cosas
siendo como encantadas por una luz ligera.

Aitana, niña mía, fuera yo quien moviera
para ti eternamente las auras más dichosas,
quien peinara más luces y alisara más rosas
en tus pequeñas alas de brisa mensajera.

Aitana, niña mía, ya que eres aire y eres
como aire y remontas el aire como quieres ,
feliz, callada y ciega y sola en tu alegría,

aunque para tus alas yo te abriera más cielo,
no olvides que hasta puede deshojarse en un vuelo
el aire, niña Aitana, Aitana, niña mía.


Ven, mi amor...
A Beatriz

Ven, mi amor, en la tarde de Aniene
y siéntate conmigo a ver el viento.
Aunque no estés, mi solo pensamiento
es ver contigo el viento que va y viene.

Tú no te vas, porque mi amor te tiene.
Yo no me iré, pues junto a ti me siento
más vida de mi sangre, más tu aliento,
más luz del corazón que me sostiene.

Tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras.
Tú no te irás, mi amor, y si te fueras,
aún yéndote, mi amor, jamás te irías.

Es tuya mi canción, en ella estoy.
Y en ese viento que va y viene voy,
y en ese viento siempre me verías.


Y lo curioso es que así fue, de algún extraño modo.

Su asunto con Beatriz Alposta, su última amante notable -que no su última esposa- duró unos pocos años hasta 1982, aunque se prolongó la relación entre ambos ya no juntos, y aún bastante después de que Alberti muriera en 1999, pues ella lidió más de 20 años con abogados y herederos por una casa de Alberti en Roma que le dejó y un interminable quítame de allí esas pajas...


viernes, 24 de mayo de 2013

La década ganada





¿Década ganada? ¿De qué estamos hablando?

¿Qué? ¿Usted dice que la expresión es una ironía?

¿Por qué? ¿De qué se habla cuando se dice eso? ¿De guita? ¿De choreo, afano, avivada, birle?

Está bien, sí: roban a mansalva (y ya llevan bastante más que una década en esos afanes...) Y le roban hasta a los que no tienen nada. Son unos magos. Unos magos hipócritas, claro. Sí. Es verdad.

Y más: con la fuerza centrípeta que domina a esta mímica de movimiento nacional y popular, son muchos los que roban pero es uno solo, al final. O una. Es así.

Está bien.

Pero, ¿década ganada? ¿De qué estamos hablando?

Attenti, compagni!

Porque puede ser verdad que haya quienes -y no por las bóvedas rechonchas- quieran llamar a esta era la década ganada.

Pero si hay quien cree como en la Biblia que estos años fueron pingües más allá de los mangos, ya no estamos hablando de lo mismo.


Si usted, mi estimado, estaba en Babia y no se dio cuenta, no quiera saber qué ganaron.

Y qué se perdió.

No vaya a pasar que se entere, mi buen cumpa, de que lo que ganaron son unas cosas inmundas y terribles a las que -si no es que se han perdido en realidad para siempre- será muy difícil encontrarles repuesto.

Y si, pese a todo y haciendo de tripas corazón, acaso se tienta y quiere hacer la lista de eso mismo, sepa de antemano que esa lista no habla tanto de los artífices de la década ganada, sino más bien de usted mismo, caro amico.


jueves, 23 de mayo de 2013

Ahora: "ahora..."

Todos sabemos que es un adverbio de tiempo y significa en este momento, esto es: tiempo presente. No obstante, y según los académicos, también se puede usar para atrás y para adelante, como hace poco o enseguida.

Pero.

Resulta que la palabrita se cayó en el barro político-mediático y quedó embadurnada de otra suerte.

Así disfrazada, es palabra chicanera y crítica y se usa mediáticamente para ridiculizar o poner en cuestión lo que le sigue al adverbio -señalador de culpa, invariablemente- o poner en cuestión algo anterior a lo que se dice o hace ahora.

Por ejemplo:
Ahora Fulano dice que no conocía a Mengano.

Ahora Perengano afirma que incorporarán modificaciones a la ley equis-equis.

Ahora Sutano desmiente que vaya a ser obligatorio cocinar con grasa de cerdo.

Ahora el vatayón militante controlará a los chinos de los supermercados.

Ahora la UCA obligará a las alumnas a concurrir vestidas a clases.

Y así siguiendo.

No es taaan nuevo, si nos ponemos a ver. Ya se usaba desde antaño, pero coloquialmente:
Mirá vos... Ahora resulta que vos sos la abanderada de los pobres, chorra.

Claaaro, porque entonces
ahora hay que creerles a estos hijos de puta que se la pasaron mintiendo...

¿Así que ahora estos cobardes son los guapos...? Pero, dejáme de joder...

Y cosas así, por ejemplo.


En fin.


El día está nublado y húmedo. Ni frío ni tibio ni cálido. Soso, diría.

No hay ni viento ni ná.

Los pájaros cantan a desgano.

Ed io, anche...

Si no fuera por el fuego de la noble salamandra...
 

Quévacer: tonteras, modas como chicle pegajoso, ingenio pobre esto de usar como ariete el ahora, ahora.

Ya pasará.


lunes, 20 de mayo de 2013

Mambrú se fue a la guerra



¡Qué cosa!

¡200 años de historia para terminar en un match de cuarta...!

Y tal vez sea eso: son apenas 200 años... y 200 años de estos años. Y lo que quedó para repartir no sólo es malo, sino que sobre todo es berreta...

Por ahí, en el siglo IX hubiera sido otra cosa. Qué sé yo..., digo...

Malhaya: ¡hay que joderse por llegar tarde...!

Porque, hoy por hoy, lo que quedó en el fondo de la lata, rascando y rascando..., la única épíca que le queda a la buena gente, es ver enfrentarse a muerte a un presentador de TV y a una gorila arrabalera que se caga de miedo por... ¡¿¿¡Lanata!??!

Y en el otro rincón...: el showman progre que se queja lloroso porque los pungas lo chicanean poniéndole el fulbito a la misma hora de su consuelo para opositores...

¡Mierda con el raiting...!


Quévacer: por más que duela, lo que es, es lo que es...


Ofrenda


A su albricia, a la luz del gris del cielo,
va en volutas de aroma seco y fuerte
la llama que en el aire se convierte
en humo azul de un fuego rojo en celo.
Envuelto ya en su ardor, parece inerte
el gajo de una rama de ciruelo
que, andando anoche, recogí del suelo
para darle a su herida mejor suerte.
La madera, ya en brasa y terciopelo
-y para que no sufra-, me divierte:
canta y crepita dándome consuelo.
Feliz de que en el humo la liberte,
yo la siento gemir y ella alza el vuelo,
gozosa en el calor que dio su muerte.



jueves, 16 de mayo de 2013

Temor, terror, temblor


Como hemos visto (a.1.3), el temor tiene razón de pecado en cuanto es contra el orden de la razón. Ahora bien: la razón juzga que unos males deben ser evitados más que otros. Por eso, si al huir de unos males que, según la razón, deben evitarse más que otros, no se huye de estos menores, no se comete pecado. Y así debemos evitar más la muerte corporal que la pérdida de los bienes; de ahí que si uno, por temor a la muerte, prometiera o diese algo a los ladrones, estaría excusado de pecado, en el que sí incurriría quien sin causa legítima lo diera a los pecadores, dejando de lado a los buenos, a los cuales hay más obligación de dar.

Por el contrario, si uno, al evitar por temor los males que según la razón deben ser menos evitados, incurre en males que según la razón deben ser más evitados, no podría ser excusado totalmente de pecado, porque tal temor sería desordenado. Ahora bien: los males del alma deben ser temidos más que los del cuerpo, y éstos más que los males de las cosas exteriores. Por eso, si alguno incurre en los males del alma, que son los pecados, por evitar los males del cuerpo, como pueden ser los azotes o la muerte, o los males exteriores, como la pérdida del dinero; o si tolera los males corporales para evitar la pérdida del dinero, no está excusado totalmente de pecado. No obstante, su pecado queda un tanto disminuido: porque lo que se hace por temor es menos voluntario, ya que se impone al hombre una cierta necesidad en su obrar ante la amenaza del temor. De ahí que diga el Filósofo que lo que se hace por temor no es voluntario totalmente, sino mezcla de voluntario e involuntario.
En la II-II de la Suma Teológica, en el artículo 4 de la cuestión 125 (sobre el temor y en el tratado sobre la fortaleza), santo Tomás se pregunta si el temor excusa del pecado. Y contesta lo que se ve arriba.

Al responder a la tercera objeción, en esa misma cuestión, dice también:
Según los estoicos, que opinaban que los bienes temporales no serán bienes del hombre, se desprende consiguientemente que los males temporales no son males del hombre y, por tanto, no deben temerse. Pero, según San Agustín, en su libro De libero arbitrio, los bienes temporales son los menores, en lo cual coincide con los peripatéticos. Y por eso los males contrarios deben efectivamente ser temidos, aunque no en exceso, de forma que por miedo a ellos nos apartemos del bien de la virtud.

Sencillo, creo. Fácil de entender.

No tanto para los argentinos, diría. No hoy. No en estos tiempos.

Mora aquí ya hace tiempo un como temblor pánico, sordo, áspero, agrio, arenoso.

Un silencio de terror. Un terror silencioso. Reptil.

Hasta cierto punto se entiende, claro.

Basta leer con algo de atención lo que dice santo Tomás y no hay que esforzarse mucho para ser misericorde con los que temen y con los que tanto temen y tiemblan en estos tiempos, por tantas cosas distintas y por algunas que ni siquiera saben qué son, pero igual las temen.

Aunque.

La escala de temores -y su correspondencia con amores, bienes y males- es lo principal del asunto, a mi sabor.

Y el busílis está allí.

No es cosa exclusiva de esta pampa, eso lo sé. El mundo está sumido en terrores crecientes e innombrables e indefinibles, en general por cosas muchas veces espectaculares y, las más de las veces, cosas mucho más bajas que las cosas altas, aunque se disfracen de altas.

Lo que es aquí y en estos tiempos, se libra sobre nuestras cabezas y nuestros corazones -y nuestros cojones- una competencia desaforada entre los que se han apropiado de la palabra y de las acciones públicas. Y eso mismo, en su compleja madeja de estrategias y tácticas, es una de las fuentes del temor del argentino.

Y la finalidad principal de esa competencia resulta ser ver quién infunde más temor, más terror y más temblor y en cuántos.

Unos atropellando y sometiendo a látigo limpio los cuerpos y las almas.

El kirchnerismo, por caso, y su modalidad patotera, humilladora y disciplinadora de, por empezar, cualquier lengua que no le lamba las plantas de sus pies, y aun de los que ya tienen la lengua seca de lambérselas. En algún manualito leyeron que estas revoluciones se hacen a lo capanga, ladrando y mordiendo, prepoteando y disfrazando la fuerza desmadrada y hybrica de capacidad de gestión, de iniciativa política, de convicción, de visión revolucionaria y algunas otras boludeces que asustan a no pocos. Lo heredaron del peronismo, más que nada, aunque los manualitos revolú les dieron una mano, claro que sí.

Otros amenazando con el desastre infinito de toda índole.

Los medios y la cultura y los opositores políticos o económicos, por caso, que como casi única táctica agitan monstruos, vaticinan los horrores, lamentan los flagelos y repican las desgracias, sin animarse ni a decir lo que es ni a hacer lo que se debe, si acaso ellos piudieran amar lo que debe amarse, decir la verdad, hacer el bien, que en general no pueden y no quieren y sí lo opuesto, porque no aman cosas muy distintas de lo que quieren los patoteros y en realidad quieren estar en su lugar para robar lo que ellos roban y malear lo que ellos malean, igual o distinto, pero lo mismo.

En el medio, Juan Nadie.

Muerto de medio de en realidad no sabe todavía bien qué. Y eso es lo peor: porque Juan Nadie tiene sobrados motivos para temer los peores males y no sólo los por venir sino los viniendo y los venidos, que le socavan no únicamente sino algo más denso y grave que su bolsillo. Y no sólo temer los males de los que lo gobiernan, sino los males de los que lo quieren gobernar después, que ya están y ya son temibles.

Pero vive en medio de un pánico sordo y bullanguero que lo tiene estólido.

Y están los Juanes No Nadie, que no saben ya cómo disfrazar su temblor y su temor, ya empavorecidos por la posibilidad de perderlo todo, ya cómplices que son y han sido con un modo de engañar y sojuzgar con miel o vinagre, ya inanes por estúpidos y pusilánimemente inhábiles; ya logreros y cínicos, ya estrategas de la propia supervivencia, disfrazada por decoro fingido de grandeza cívica e inmolación patriótica. También ellos temen, aunque en general temen perder cosas bajas en nombre de las cuales sacrifican las cosas altas.

Y todos ellos, todos los Juanes No Nadie de una parte y otra y otra más, destapan en sus cubiles cada mañana, cada tarde, cada noche, un ánfora nueva con nuevos terrores, con nuevas amenazas y males, con nuevos gritos fustigadores. Y se los arrojan unos a otros y los echan a volar y a reptar para espanto de Juan Nadie, que es adonde van a parar, en realidad, y a quien en realidad taladran y aplastan hasta dejarlo inmóvil y atolondrado, sin que el pobre quidam siquiera se dé cuenta de dónde le viene esa fatiga honda, esa tristeza de haber sido zarandeado 24 horas por día, siete días a la semana.

Juanes No Nadie de este lado y destotro disfrazan sus amenazas y grilletes de discursos embanderados, eso sí, y no entiendo bien por qué.

Será que Juan Nadie guarda todavía, quién sabe por cuál arcano y misterio, siquiera una fibra, una cuerda que vibra con algunos amores buenos y nobles a cosas nobles y buenas, que tal vez ni siquiera sabe bien qué son, de tantas veces que se los resemantizado...

Y así es como los Señores del miedo (que no sólo esparcen el temor sino que lo padecen aunque por otras razones) agitan ante los ojos aterrados y ante los oídos temerosos de Juan Nadie los amores buenos que tienen nombres hermosos, enhebrados mañosamente con apetitos innobles de cosas inmundas que se esconden detrás de palabras apenas maquilladas: Patria, por ejemplo.

Y todo en un amasijo de oro y mierda, que huele a mierda. Porque, si acaso, pecunia non olet y el oro no huele a nada. Y en el amasijo ni siquiera oro hay.


Como fuere, la Argentina está tramada y trazada hoy por el miedo y aunque a alguno pudiera parecerle que se mueve, solamente se agita, convulsa. Como se mueve quien tiembla.


Si hay que pasar a través de una puerta de vidrio, el primero que lo haga, que se atreva a hacerlo, seguramente se cortará, un poco o mucho, quién sabe. Los que vengan detrás, probablemente poco o nada. 

¿Quién será -siquiera uno sólo, Juan Nadie o Juan No Nadie-, el que sea capaz de ordenar sus amores y sus temores?

¿Quién habrá que ame lo que debe amarse y temer lo que debe temerse, de tal modo que no le tema de más a los Señores del miedo ni le tema de más al miedo?

¿Habrá más de uno?

Si no hay siquiera uno, seguramente no habrá dos. Ni unos pocos. Ni muchos.

lunes, 13 de mayo de 2013

Banchs


Imagen

Somos como la vieja torre cuando
saltan de sus ventanas golondrinas;
somos como la vieja torre cuando
cantan en sus campanas voces finas.

Somos como la cama de un enfermo
cuando alzándose en ella se ve el prado;
somos como la cama de un enfermo
que está viendo una estrella de acostado.

Pues nuestro corazón con ilusiones
como la torre es, que tiene sones,
que tiene golondrinas, pero es vieja.

Pues nuestro corazón siempre en desvelo,
es cual lecho que puede ver el cielo,
pero que lleva a uno que se queja.

Es el primer poema que conocí de Enrique Banchs. Y no digo que lo leí porque no lo leí sino que me lo dijo de memoria el insigne tucumano cierta vez, cuando él creía que hablábamos de poesía y yo sabía que me enseñaba lo que sé del asunto. Lo trajo a cuento para mostrarme cómo la pretensión de no repetir palabras en un poema era una obsesión medio boba, al fin de cuentas. Y me enseñó eso y me enseñó Banchs.

Nunca abandoné a Banchs desde entonces. Tanto que cuando me tocó rendir Argentina en Letras fue el tema que elegí. Y me dijeron en la mesa de examen que fui el único que tomó su obra en los años que llevaba la carrera en la universidad católica... No sé si habrá sido así, pero me pareció una vergüenza. Otra más.

El misterio de Enrique Banchs es grande. Cuatro libros de poemas entre 1907 y 1911 (era de 1888) y después casi nada. Ningún libro más (hasta que la Academia de Letras -de la que fue miembro desde 1941- publicó su obra en 1973; había muerto en 1968) y apenas cosas sueltas aquí y allá. En la navidad de 1936, Borges dijo en una nota en El Hogar que Banchs cumplía ese año las bodas de plata con el silencio...

Él mismo le dedicó un soneto, Enrique Banchs, que apareció en Los conjurados, en 1985.
Un hombre gris. La equívoca fortuna
hizo que una mujer no lo quisiera;
esa historia es la historia de cualquiera
pero de cuantas hay bajo la luna
es la que duele más. Habrá pensado
en quitarse la vida. No sabía
que esa espada, esa hiel, esa agonía,
eran el talismán que le fue dado
para alcanzar la página que vive
más allá de la mano que la escribe
y del alto cristal de catedrales.
Cumplida su labor, fue oscuramente
un hombre que se pierde entre la gente;
nos ha dejado cosas inmortales.

Vi hace poco que están a mano El cascabel del halcón (allí está el soneto del que hablé) y su última obra, La urna, una suma de 100 exquisitos sonetos. Tenía 23 años cuando la publicó.

Se lo lee poco y nada y se lo conoce menos todavía.

Es una de las cosas penosas que le pasan a la Argentina: no sabe muy bien de qué está hecha.


lunes, 6 de mayo de 2013

La bandera del mar



La foto muestra lo que vi hace unos días.

Anduve dando vueltas y, en una de esas vueltas, me asomé apenas un par de horas al mar sureño de Buenos Aires, casi patagónico. Era la tarde.

El sol del oeste le apuntó a una nube. Y la hizo brillar.

Y la nube tiñó el mar y lo hizo bandera.


Eso vi yo, claro.

¿Quién sabe?


Y, viendo, otras cosas creí ver allí y en eso que estaba viendo.


Pero no hoy, y tal vez en otra parte.