lunes, 3 de junio de 2013

Cuernos


Es hora de ir partiendo.

Y nada mejor que hacerlo tratando un asunto de cuernos.

Después de todo, Rafael Alberti era andaluz, nacido en el Puerto de Santa María, próximo a la Sevilla en la que nació Ignacio Sánchez Mejía, su amigo torero, cuya muerte fue tan llorada.

En 1934, Alberti, comunista como era, estaba en Rusia en el primer congreso de escritores soviéticos, cuando se enteró de que el 13 de agosto había muerto su amigo, después de una cornada en la plaza de Manzanares.

Sánchez Mejía tenía 43 años y había dejado la arena en 1928 para volver ese mismo año de su muerte a las corridas.

No bien se enteró, dice Alberti que comenzó a escribir Verte y no verte, una elegía a Ignacio Sánchez Mejías que, con ilustraciones de Manuel Rodríguez Lozano, publicó en México en 1935 (aunque en la edición que estoy comentando le dan al texto el año de su composición.) La obra se la dedicó a La Argentinita (la bailaora Encarnación López Júlvez, hija de españoles nacida en la Argentina y vuelta a España de niña) que era amante de Sánchez Mejía.

Verte y no verte es un libro compuesto por sonetos que enlazan tiradas de versos libres y blancos y algunos cantares. En su antología de sonetos, Alberti copia los cuatro sonetos que tienen la particularidad de llevar el mismo título: El toro de la muerte.

Dejo aquí, ya al final de mi recorrida, el primero y el tercero de ellos.

El toro de la muerte

Antes de ser o estar en el bramido
que la entraña vacuna conmociona,
por el aire que el cuerno desmorona
y el coletazo deja sin sentido;

en el oscuro germen desceñido
que dentro de la vaca proporciona
los pulsos de la sangre que sazona
la fiereza del toro no nacido;

antes de tu existir, antes de nada,
se enhebraron en duro pensamiento
las no floridas puntas de tu frente:

Ser sombra armada contra luz armada,
escarmiento mortal contra escarmiento,
toro sin llanto contra el más valiente.


El toro de la muerte

Si ya contra las sombras movedizas
de los calcáreos troncos impasibles,
cautos proyectos turbios indecibles
perfilas, pulimentas y agudizas;

si entre el agua y la yerba escurridizas,
la pezuña y el cuerno indivisibles
cambian los imposibles en posibles,
haciendo el aire polvo y la luz trizas;

si tanto oscuro crimen le desvela
su sangre fija a tu pupila sola,
insomne sobre el sueño del ganado;

huye, toro tizón, humo y candela,
que ardiendo de los cuernos a la cola,
de la noche saldrás carbonizado.