sábado, 20 de julio de 2013

¿Adónde ir a curarse?

Pasamos de la política al amor y del amor a la política sin que nos diéramos cuenta y casi sin hacer distingos.

¡Lo que son las cosas!

¿Pero no es así en realidad? ¿No es una sola la vida y uno mismo uno sólo?

*   *   *

Había pasado el mediodía cuando entré al galpón oscuro del taller mecánico.

Roberto me recibió con bromas: lo del orrin de la entrada del árbol de levas era una tontera de pesos cien y él estaba feliz: quiere al auto más que yo.

El Negro y Toti -socios de Roberto-, tomaban mate, junto al banco de herramientas. Los acompañaba un típico parroquiano de esos que suelen ir a conversar a los talleres. Sobre una pared del costado, el galpón tiene una inmensa boca: una chimenea enorme que estaban alimentando con troncos y tocones de 50 centímetros de diámetro.

Las fraguas de Hefaistos, veramente. Con todo y eso, la altura de aquel recinto es inapelable. El calor llega solamente a unos pocos metros y el frío era mucho, más en esa semipenumbra. Pero la boca de aquella chimenea es vistosa a la vez que brutal con su potencia de fuego. Allí nos quedamos casi una hora, mientras Roberto iba y venía, buscando un calíper, martillando un perno en la morsa, atendiendo a un recién llegado, lavando alguna pieza en nafta...

Los tres son antipolítica y son más bien peronistas pero antikirchneristas furibundos. No por las mismas razones.

Festejan mi llegada, creo que les hace gracia el profesor metido entre los fierros. Son buena gente. Suelen invitarme a almorzar, cosa que hago en una que otra ocasión. Toti cocina muy bien una receta propia de papas marinadas a la parrilla (bajo un magnífico roble, uno de los dos que quedan de un bosquecito que era y que ahora alimenta la boca de fuego del galpón); cuando el plato está en el menú de los sábados (que es el día en que se puede almorzar con vino...), me avisan, si ando por la zona o tuve que llevar el auto a la fosa.

El Negro es un conversador de lo más cordial y honesto que he visto. Toti espera de la vida una revancha que está tardando demasiado. Roberto es un filósofo escéptico que confía más que nada en sus manos y en su trabajo. 

Como siempre, nos trenzamos en la política. Están hartos de la política. Están más que hartos de Cristina y su séquito. Ellos siempre esperan que algo cambie alguna vez. Les gustaron esos versos del Martín Fierro:
Tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo,
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar...

Se los dije hace algún tiempo en otra sesión de lo mismo y, ahora, cuando llega el momento me los espetan, de memoria.

"Y, profe, para cuándo el criollo...", abrevian ya.

Esta vez hablaban de Cristina, otra vez. Pero con un desdén furioso, esta vez.

Furioso, sí. Pero desdén, como si ya no existiera y fuera solamente su recuerdo o sus huellas en esto o aquello lo molesto de su presencia.

Pienso ahora que habrá sido eso mismo. Me pareció que los tenía harto Cristina, claro, como siempre, pero hablar de Cristina, más hartos todavía.

Y tal vez por eso mismo apareció la vereda de la mujer, de la mujer a secas, no la de la insufrible Cristina. Y la vereda de la soledad de esa mujer. Creo que fue alertado por el desdén. Ciertamente que no por la furia, que es ya tópica en ellos.

Y parecieron descansar, curioso.

Y con una rapidez y una concentración notables empezaron los cuentos sobre los desengaños, las soledades, los despechos, las frustraciones de conocidos y desconocidos. Los errores propios de algunos de ellos en sus amores, solos sin remedio, separados hace tiempo, sin puerto, sin ancla. Sin vida, casi. Y amigos en penas de amor. Y hasta mujeres de amigos, fantásticamente ideales e inalcanzables -nombraron a una de ellas, especialmente-, a las que admiran y aman por lo que tienen de mujer, sin darse cuenta ellos, que en realidad creen que aprecian más que nada la suerte del amigo afortunado.

Y así llegamos a la mujer.

Las paredes, típicamente, sostienen posters y almanaques con previsibles mujeres de taller mecánico que nadie mira del todo, por hastío. Y por pudor.

Mientras el fuego se esforzaba por estar a la altura de la proeza de calentar el galpón, los muchachones se pusieron más serios.

- La mujer es para el fuego, dije sobreactuando profesoral y erudito, y me miraron con una sorpresa y una atención que me obligaron a hablar, sin más y sin afeites. Sí, hogar es fuego, más que nada. Y es el fin del día, amigos, es lo que espera el trashumante, el cazador que llega al final del día. El hombre. El mundo suele ser ajeno y frío. Y el calor está en el fuego, en el hogar. Y cuando se llega al hogar y no hay ese fuego, pasa como con el Pelado (protagonista solterón y complejo de varios cuentos de Toti) que llega a su casa y se pone mal porque no hay mujer ni fuego y él quiere encontrar lo que no encuentra por ninguna parte. Y entonces no quiere ir a su casa...

- Claro, es eso...

Y cada vez se ponían más serios. Y más cada vez hablaban de sus propias penas de amores destrozados, con la misoginia canónica, pero sazonada con la tristeza de quien menosprecia lo que no tiene pero querría tener.

Toti, desde el fondo de sus 20 años de soledad, veteada de infinidad de placebos de fuegos (según contó con cierta gracia...), dijo después de un silencio que apuntaba a la chimenea:

- Y sí, cada uno en el fondo sabe adónde ir a curarse...

- Lo que pasa, terció El Negro, es que no siempre se sabe bien, y no siempre se va adónde uno sabe. Hay gente que ni siquiera quiere curarse, ¿no, Toti?

Y, sí... Como Cristina..., redondeó y retomó con una risa gorda y libre.

Y allí sonaron las señales de los festejos. La conversa había dado todo de sí: de la política al amor y la mujer, y vuelta.


¿El auto?

Anda fenómeno.