lunes, 23 de diciembre de 2013

Peter Jackson y la tranquera

Podría haber sido en otros días. O en otra época del año.

Pero también se entiende que sea ahora que aprieta el sol y las noches parecen las de la Isla Calavera.


Momento: vayamos por partes.

Algunos de la casa tenían deudas con la justicia escolar. Y hasta que no saldaran sus pecados, no había nada que hacer: nada de pileta. Calor o no, ni hablar de oleajes. la vida estaba en tierra firme por unos días.

Así, en medio del aire hirviente, con el amparo apenas del tala, el laurel y el tilo, comenzaron los trajines y el plan de trabajos: había que llevar las cosas al ritmo de las cosas.

Entonces, y para alargar el tiempo, empecé por el jardín y los alrededores del estanque. Podas y acomodos, canteros y trasplantes, pilas de restos orgánicos, brotes secos, ramas viejas, cercos en línea. Y así siguiendo.

Después, había que calafatear la nave. La pobre: lleva varias campañas y alegrías acuáticas de niños mil. Pero, ay... Entrar al foso soleado ya era para expedicionarios avezados. Había que medir las fuerzas y dosificar las horas nubladas o directamente sin sol: mejor las madrugadas o los atardeceres. Pero como todo puede finir, también eso finó y fue cumplido. Un día, la vieja nave estaba en condiciones de gobernar otra vez las olas de su seno. Porque, se entiende, esta nave lleva el agua y no la surca.

No tan fácil, cumpa.

Porque resulta que está Pipe.

Pipe frisa el año y medio y algo más y varios días a la semana visita la casa de sus abuelos maternos, un territorio que no tiene ni secretos ni restricciones para él y en el que se muestra feliz, muy dueño y a sus anchas.

Bueno, no tanto. Porque, con la nave lista, apareció una restricción para él. No suya de él, en realidad, porque a él no le impresiona ni le atrae especialmente, aunque disfrute la mar con el agua. De peligros y amenazas, nada.

Sin embargo, siempre hay quien sueñe interminables sueños inquietos si solamente imagina que Pipe caiga en las fauces de la nave en un descuido.

Y fue que hubo concilios y conciliábulos, alternativas y arquitecturas varias. Estaba el típico cerco de pileta. Pero. ¿La nave cercada? Tentador, tranquilizador. Pero feo.

Alguien propuso, entonces, desprender el jardín de la casa con un alambrado (horribile dictu, pero así se lo nombró, qué puede hacer un servidor...) Se llegó a mencionar un estipendio para un hombre que viniera y pusiera postes y alambres hasta dejar montado un olímpico carcelario. Un disparate, créame. Feo y encima hay que pagar. Nones.

Volvamos al calor de estos días. Porque fue así y todo que la sangre herrera del infrascripto imaginó en las madrugadas más frescas que el día y las tardes, una cerca de madera, con vallas de otro tanto y como una especie de tranquera.

El calor era disuasivo, claro que sí... Que otro yugara mientras uno sorbía tereré con limón bajo el tala parecía edénico.

Pero estaba la dignidad de la belleza. Estaba la nobleza de la madera y el hierro, contra el alambre y el cemento.

Y estaba Pipe.


Y estaba la posibilidad espantable del alambrado y sus manitas aferradas a la grisidad. Definitivo: no hay que dejar ciertas cosas a las mujeres, a ver si me explico.


* * * 


Primero fue el diseño y las variantes. Y las madrugadas tórridas son ideales, ya le dije, mate en mano, bajo el tala, en la semiluz sin sol y algo de frescura. Papel y lápiz. Y cigarros, eso sí.

Después, los materiales. Comprar, mi cuate, compra cualquiera, fíjese lo que le digo. Nada de eso.

Unos postes de quebracho, rescatados y atesorados, de viejos alambrados de cuando el pueblo era menos pueblo y más campo. Unos tirantes de un techo que alguein no ocupó y vinieron a parar a la casa. Hubo sí que hacerse de un tejido fino, como metal desplegado, apenas visible, pero seguro. Nada de lo que arrepentirse. Unos viejos tensores de alambrado con sus tuercas, hasta que aparezcan los tornillos de madera conveniente oxidados.

Y listo.



Lo demás era trabajo, sol, paciencia. Y la mente fija en Pipe. Y en las artesanías.

Tenía que quedar como una especie de tranquera. Y así quedó.

El paso estrecho lo cerrará una puerta reja, forjada por el tatarabuelo de Pipe, Victorio, el herrero de Parma, un poco menos de un siglo atrás. Un retoque que otro (con un herrero más nuevo), le garanto que la deja en carrera otra vez, cerrando (o abriendo) nuevos pasos, de los tantos que hubo en sus años.


Y no se hable más.


*   *   *


¿Y Peter Jackson?

Ah..., cierto, Jackson. El caballero novel de la Orden de Nueva Zelanda, tan fresquita. Sir Peter Jackson.

Claro. Ése. Ese Jackson.

Una de las de la casa había querido ir a ver una última de Sir Jackson. Y fue, nomás. Algún negociado con un libro de Tolkien, creo. El hobbit, me parece, por lo que contó. Pero partido en tres partes, me da que por $$ (que si lo hubiera hecho en 4 partes, bien podría haber filmado Tupac Amaru... A Sir Jackson le gustan las cosas truculentas. Si no, vaya y pregunte por Braindead...)


Tomaba unos mates a la nochecita. Miraba la tranquera, la reja. Y a Pipe, que indiferente a los afanes, sorteaba las vallas con displicencia.

Había estado días batallando con serruchos y tenazas, taladros y sierras, escuadras y clavos. Y el calor. Y él tan fresco.

Con la mirada medio perdida, todavía viendo variantes de la artesanía -como pasa cuando se está por terminar-, de pronto, se me cruzó Jackson.

Y, entonces, medio de noche, ya recogiendo cansina pero aplicadamente las herramientas (herencia oral de mi padre que no me dejaba dejar nada tirado...), me dije: "Y, sí, qué se le va a hacer: Peter Jackson es a Tolkien lo que Ricky Martin es a Bach.... Nadie da lo que no tiene..., pobre Tolkien..., qué remedio..."


Y busqué una cerveza.


Ya era hora.