domingo, 5 de enero de 2014

Daniélou: Josué vs. Moisés y las dos parusías

El Libro V de la obra de Jean Daniélou que estoy comentado brevemente (no diré mucho más, por ahora...), está dedicado por entero a Josué, así como los libros anteriores fueron para Adán, Noé, Isaac y Moisés.

La particularidad de este quinto libro está precisamente en que la figura de Josué, en clave tipológica, es central en el Antiguo Testamento. Tan central como ignorada por los judíos y por los primeros cristianos y, en este caso, curiosamente ignorada al principio, siendo que el nombre de Jesús y el de Josué, son tan próximos, si acaso no son el mismo.

Los episodios que narra el Libro de Josué en las Sagradas Escrituras son capitales: Josué conduce a Israel a la Tierra Prometida, reparte la heredad entre las doce tribus y les da nuevas leyes. Todos ellos y muchos otros son de un significativo valor tipológico.

Al comienzo de su apartado sobre Josué, Daniélou explica algunas de estas cosas.
Por los diversos temas hasta aquí estudiados hemos podido comprobar que la tipología cristiana era simple prolongación de la del Antiguo Testamento y del judaismo. Aun en casos como el de Isaac, en que el Antiguo Testamento no nos permite hablar de tipología propiamente dicha, el personaje en cuestión ocupa en él lugar muy distinguido. Cosa muy distinta sucede con Josué. La verdad es que dicho caudillo ocupará en el cristianismo un puesto muy destacado, mientras que en el judaismo apenas se lo tiene en cuenta. Las alusiones que al sucesor de Moisés hacen los escritos judíos, canónicos o no canónicos, son raras e intrascendentes. La más notable es la del Eclesiástico en la gran haggada (XLV, 1). Los apocalipsis no lo nombran sino accidentalmente (IV Esdr. VII, 107). En la obra de Filón no desempeña ningún papel. Y es natural. Goodenough hace una observación que nos da la clave de este desconcertante silencio. "El itinerario descrito por Filón, no llega jamás a la Tierra Prometida. Haber entrado en Palestina le hubiera sin duda alguna obligado a explicar por qué Moisés no pudo conducir a su pueblo hasta su término final, y por qué entonces Josué tenía que aparecer más ilustre que el gran Legislador. Y eso es lo que no se podía decir" (1).

La razón por la cual Josué no ha sido apreciado en todo su valor por la tipología judaica, es precisamente la que nos va a explicar el extraordinario desarrollo alcanzado en la tipología cristiana. Es que Josué aparece contrapuesto a Moisés. Este no introdujo a su pueblo en la Tierra Prometida; semejante empresa estaba reservada a Josué. Hay en esto como una despreciación de Moisés, que el judaismo mosaico y legalista no tenía ningún interés en destacar. El pensamiento cristiano no había hecho suyo el tema en los comienzos del Nuevo Testamento; tomó cuerpo, cuando sobrevino el conflicto con el judaismo. La tipología de Josué, consiguientemente, parece estar ligada con el estallido de dicho conflicto; y esto explica que haya aparecido en época relativamente tardía. Aquí está el elemento esencial de la tipología de Josué, su contraposición a Moisés. Josué aparece como un "doble" de Moisés; y así se contrapondrán la Ley de Josué, el Deuteronomio, a la primera, a la de Moisés; la circuncisión de Josué, la segunda, a la primera de Moisés. Josué aparecerá en el Antiguo Testamento como figura de la caducidad de la Ley de Moisés, que había de ser sustituida por otra, pronta a sucederle. Este es el pensamiento que moverá las plumas desde un comienzo, y que Orígenes llevará a su perfecto desarrollo (2). Se nos muestra aquí una tipología, que va a ir desenvolviéndose, no en el sentido de la haggada judaica, sino en oposición a ella. Damos con una forma especial de tipología, sobre la cual el cristianismo primitivo ha insistido mucho en su controversia con el judaismo, la tipología, en que el Antiguo Testamento nos presenta una sustitución, como cuando Jacob sustituye a Esaú, Isaac a Ismael, etc. La sustitución de Moisés por Josué es de la misma especie.

No siendo la tipología cristiana primitiva sino una como prolongación de la del Antiguo Testamento, se explica que en un primer principio apenas se haya reparado en Josué. De hecho en el Nuevo Testamento apenas se alude a él. El único episodio de la historia de Josué, que en él tiene cabida (y eso por la extraordinaria importancia que los judíos le asignaban) es el de Rahab. No obstante lo dicho, encontramos la tipología de Josué en un pasaje de la Epístola a los Hebreos. Comenta el autor el Salmo XCV, que se refiere al Exodo y a la entrada en la Tierra Prometida. Pues bien, el Salmo dice: "Les juré en mi ira que no entrarían en mi reposo" (Ps., XCV, 11). Lo cual comenta así: "Si Josué los hubiera introducido en su descanso, no hablaría David de otro día, después de lo dicho. Por tanto queda otro descanso para el pueblo de Dios" (Heb., IV, 8-9). Forzoso nos será volver luego sobre este pasaje con ocasión de la tipología del Sabat (o sábado judío), porque en esos versículos encontramos la Tierra Prometida y el descanso del sábado, asociados en forma harto curiosa. Pero lo muy digna de atención es la antítesis establecida entre Josué, que no introdujo al pueblo en su verdadero descanso, y Aquel que debía introducirlo.

Esta tipología aparece más clara todavía en lo que sigue del texto: "Teniendo, pues, un gran Pontífice que penetró en los cielos, Jesús el Hijo de Dios, mantengámonos adheridos a la confesión de nuestra fe" (IV, 14). Consta, pues, con toda claridad que media aquí oposición entre Josué "que no entró en el reposo" y Jesús "que penetró en los cielos". Y ello aparece más de bulto en el texto griego, que en los dos casos escribe Iesús (IV, 8 y 14). Lo que aquí resalta es el gran pensamiento que inspira toda la tipología de la Epístola a los Hebreos: que los grandes hechos del Antiguo Testamento no han podido acarrear la realidad de las promesas; eran simples figuras. Esto sucede con el Sumo Sacerdote, y sucede igualmente con Josué. Además que estos dos temas, Josué-Sumo Sacerdote, parecen estar aquí fusionados, pues se habla del gran Sacerdote, lo cual se debe tal vez a que el autor ha fusionado intencionadamente al Josué, sucesor de Moisés, con el Josué Sumo Sacerdote, de que nos habla Zacarías (III, 1).

El Nuevo Testamento se limita a hacernos una simple indicación de la tipología de Josué: Josué es figura de Cristo, en cuanto El es quien verdaderamente nos introduce en la verdadera Tierra Prometida. Podríamos con todo, preguntarnos si no tendríamos otra indicación en el nombre mismo de Jesús. . . Es más que seguro que el parecido del nombre llevó a los Santos Padres a reconocer en Josué una figura de Jesús. Pero, ¿esta indicación tiene fundamento en el sentido literal? Dicho en términos más claros. ¿El nombre Jeshuah, impuesto a Cristo por el Angel, alude al sucesor de Moisés? La cosa no está muy clara. Es cosa averiguada no hallarse dicho nombre entre aquellos con que la tradición judaica nombraba al Mesías (3). Es más que seguro que se le aplicó a Jesús por su etimología: "Dios salva". Lo cual en manera alguna excluye que encierre una alusión al Josué de la historia. Si así fuera, ello daría a la tipología de los Padres un nuevo y más sólido fundamento.


(1) By Light Light, p. 221.
(2) Hom. Jos., II, 1.
(3) Strack Billerbeck, I, 63-67.

Hay que leer todo el Libro V -lo digo otra vez: hay que leer todo el Libro V... y el resto de la obra, por cierto- para ver, entre otras muchas cosas, la dimensión del personaje y su relación tanto con Jesús en su Primera Venida, como con Él mismo en la Segunda, que llamamos Parusía. Y con Moisés y con lo que Moisés significa, también. Daniélou, andando esos caminos, sigue particularmente a san Justino y, por supuesto, a Orígenes.

Por lo pronto, me llama la atención que un asunto tan nítido -una vez que es expuesto, pero también en sí mismo- tenga tan poca relevancia y la haya tenido menos entre los cristianos primitivos, salvo cuando hubieron de enfrentarse a los judíos y se hizo necesario rastrear y acopiar argumentos en las Escrituras.

Notable es el carácter tipológico de Josué. Y tipológico quiere decir aquí también substitutivo. De una parte, Josué substituye a Moisés y también como legislador, lo que ya es impresionante, volviéndose así una figura del propio Jesús que supera la Ley. Por otra parte, aun con la enormidad de haber substituido a Moisés, el propio Josué es una figura incompleta en sí misma ante el antitypo definitivo: Jesús. Porque en el mismo acto de alcanzar la Tierra Prometida, por ejemplo, se muestra que el sosiego eterno y raigal, del que la Tierra Prometida es figura, solamente es de Aquel que puede obrar la posesión de la Patria, que no es Patria de este mundo.

Parece así que ciertamente tenían sus razones los judíos para no menear demasiado la figura de Josué, con toda la haggadá y hajalá a cuestas y por más midrashim que quieran.

Pero es más curioso tal vez -o no tanto, no tanto...- que los cristianos no tengamos demasiada noticia de este capitán y de lo que Dios ha querido que signifique, hablándonos en su lenguaje siempre tipológico para decirnos lo que Él es, lo que piensa, lo que quiere, lo que hace y por qué.

Es posible que, especialmente en cuestiones parusíacas, entre los cristianos (entre algunos, al menos) ocurra algo parecido a lo que le pasa a los judíos con Josué y no sería nada raro que fuera por razones parecidas.

De hecho, sin ir más lejos, ocurrió esto mismo no una vez sino varias entre los propios discípulos de Jesús, posiblemente más carnales que espirituales (sin saberlo o sin admitirlo...) o, directamente dicho, más judíos que cristianos... todavía.

(Pero no se lo digan así sin más a los cristianos -a algunos, al menos-, porque se van a poner la mar de furiosos...)