viernes, 17 de enero de 2014

Mejor, a la vuelta

Buenos Aires, en el verano, es como para mercenarios en el desierto, en una selva húmeda invivible. O, si lo quiere más rocambolesco, como para expedicionarios, para exploradores de piel cuarteada y curtida. Tal vez sombrero de ala, pardo, aratonado. Correajes de cueros semisecos. Una camisa caqui con charreteras y los bolsillos deformados, algunas costuras que vienen de campañas azarosas. Cicatrices por todas partes, borceguíes gastados. Los pantalones, más bien anchos (nada de esas bermudas mariconas, de película...)

Todo convenientemente desteñido, diría.

Así de terrible puede ser Buenos Aires en el verano, créame. Así se siente uno a veces en el Buenos Aires de 40°.

Por otra parte, es casi indiscutible: Buenos Aires no se calienta por nada (nada que no sea contante y sonante, más bien), como ciudad de puerto que es, de merca ¿-deres o -chifles...? Por nada que no sean las famas de poca monta (o de muchas montas...) O por el poder (ah..., cómo le gusta el poder a Buenos Aires, todos los poderes...)

Tal vez por algunas o todas de esas cosas Buenos Aires es una ciudad por ejemplo regularmente injusta. Y mira de soslayo y fríamente, pero con ojo calculador y ávido, todo lo que le calienta la ambición o le fogonea ese apetito insaciable de frivolidades.

Sí.

Pero a Buenos Aires -cada tanto, como ahora...- sí la calienta un sol de justicia. Y así, en un caldo como de ferragosto agobiante, se aplasta, se malhumora, se inquina, se desentiende de todo. Y calcina. Y se calcina.

Y más ahora, sí...

Un día habrá que entrarle a Buenos Aires y entrarle a lo que ella significa o ha parido o ha criado.

Un día, sí.

Por eso.

Hay que dejar a Buenos Aires cocerse en su salsa unos días. Ella sola. En su ritual de aspavientos ficticios por nada, e indeferencias reales por todo.

Hay que dejar Buenos Aires. Volverle un poco la espalda. Dejarla con sus cuitas de matrona prepotente, mediocremente interesada en futilidades engoladas. Dejarla en su guaranguería espiritual, que apenas disimula con sus afeites de mina retrechera y de gran brillo, dijeran en el tanguito.

Mire: si puede, no pise Buenos Aires en estos días, especialmente en estos días.

Y si puede más, no sólo ni siquiera pise a la Reina (...del Plata, dije...) y pise suelos mejores.

Y si ya está lejos, quédese lejos.

Apenas. Como para tomar distancia. Como para que haya distancia. Más distancia.

¿Cómo que no hay cosas dignas en Buenos Aires? ¿Quién dijo que no hay -que no podría haber- perlas en medio del chiquero? Pero de eso, por ahora, que nos quede la memoria. Ya nos toparemos con esas buenas cosas a la vuelta.

En todo caso.

A la vuelta.

Porque, en lo que toca a un servidor, mejor a la vuelta.

Y eso porque, como dijo el Colón de la estatua hace poco: yo me rajo...

¿Y qué hacemos con los expedicionarios, con los aguerridos aventureros?

Un consejito, si me permite: usted podría tomarse el piro porque hace calor, porque quiere cambiar de aire, porque se le da la gana, porque le sobran unos maravedíes, porque tiene dónde caer sin riesgo ni gastos, porque es enero, por lo que sea...

Pero, attenti!: mire que siempre paga más y viste mejor tener un motivo como si dijera épico, aun para tomarse unos días de vacanza. O para cualquier cosa, si vamos al caso.

La épica, aunque sea mistonga, bien podría lograr que pareciera heroica una escapada. Y hasta casi cualquier cosa, si vamos al caso.

No vaya a caer en la torpeza de decir -y de decirse- que le vendría bien un descansito o que tiene ganas de poner los pies en polvorosa... No vaya a decir suelto de cuerpo que tiene ganas de viajar un rato. Ni se le ocurra la mediocridad grosera de decir que le gusta viajar.

No, señor. Guarde la palita, la sombrilla, la sillita y el balde. Guarde la parrillita portátil, la birra, la caña de pescar y las patas de rana. Nada de zonceras.

Usted está en una misión indelegable. Usted es como el faro de occidente. Usted es mitad Ulises y mitad san Agustín y mitad Alcuino y mitad Juan Moreira.

Ponga ademán y cara y gesto y voz de hombre épico y ándese por las de Villadiego.

Como si fuera un expedicionario. Como si fuera un mercenario de guerras innombrables. Como si fuera el héroe. Un héroe.

Podría servir, después de todo. Mire que un día, si lo ensaya mucho, si lo practica asaz, ya lo tendrá aprendido y hasta puede pasarle que lo vaya a necesitar de veras y le salga solo.

Podría ser. Y entonces es bueno que ya lo vaya ejercitando.

Sí.

Pero.

Mejor, deje...


Mejor, a la vuelta.