miércoles, 2 de abril de 2014

Segunda advertencia del otoño



No lo olvides. 

Marzo no existe.
Lo ignoran hasta los tibios alfanjes de fuego, 

esos que los niños blanden con misericordia,
en las mañanas, cuando juegan.


Una verdad que liban las abejas del tiempo
lo volvió ceniciento. Y como una pesadilla se deshace.


¿No te das cuenta?

Abril en su luz ha congregado el viento y la llovizna.

Abril de las torcazas, huele a amor en las tardes

y parirá ternuras que florecen,
sin descanso, como un huerto de manzanas.

Ya ves.

Conmigo te amonestan los gorriones,
con sus trajes de corteza, yendo del sol al barro,
al sol, de nuevo al barro...
Y a las nubes de sangre, al fin, en las tormentas.

Gorriones son. 

Admonitorios. Gorriones en silencios de postes y cornisas,
que ya no vagarán por las calles
ni querrán tramar nidos en cielos abandonados.

Ellos, conmigo, dicen:
Ya no te demores en el estruendo de las siembras,
ni esperes la cosecha de una simiente amarga.

Es un aviso más, que brota entre las hojas con aroma de rocío
y va dejando su estela sobre huellas de guijarros.


Una señal que ríe en mesetas de humo y polvo;
un memento tallado en maderas que crepitan
mientras, en el mundo,
recostados en su esperanza fría y triste, 
duermen todavía el desengaño y el invierno.