miércoles, 23 de julio de 2014

Degüello de palomas




Hace unos diez años, en estas mismas páginas, recordé una guerra de versos y palabras entre los chicos de 1927 y el maestro Leopoldo Lugones. La guerra, que duró no poco, tuvo como trincheras las páginas del diario La Nación para el maestro y la revista Martín Fierro para los chicos.

El asunto es que hoy mismo anduve releyendo Los crepúsculos del jardín, un poemario lugoniano de 1905, es decir, en el mayor furor del modernismo lírico.

Celebro que los exámenes de otros me hayan obligado a pasar un buen rato...

Una delicia. Y más: muy útil para aprender -y enseñar- poesía. No sólo para aprender a gustar y ver, sino para aprender a componer. Es verdad también que muchas de las cosas notables se ven o no se ven y si no se ven es muy difícil explicarlas. No imposible: difícil. Porque al mismo tiempo que se logra hacerlas ver, pierden la gracia que tendrían de sólo verlas sin explicación demasiada o ninguna.

Tenían bastante razón los chicos del '27. Y se lo tomaron con humor, sin duda, y tal vez a Lugones no le haya hecho pizca de gracia.

Pero creo también que por hacerle cosquillas al maestro se perdieron algo del íntimo humor que se enhebra en aquellas búsquedas estéticas y líricas de los modernistas. Está en Darío, para quien pueda verlo. Y está en Lugones.

Dejo ahora dos de los varios ejemplos que hay en Los crepúsculos del jardín, que son ejemplos además de una destreza notable -nada que no sepan los que pueden saber...- para el manejo del idioma y para suscitar imágenes de cualquier cosa.

El éxtasis

Dormía la arboleda; las ventanas
llenábanse de luz como pupilas;
las sendas grises se tornaban lilas;
cuajábase la luz en densas granas.

La estrella que conoce por hermanas,
desde el cielo, tus lágrimas tranquilas,
brotó evocando al son de las esquilas,
el rústico Belén de las aldeanas.

Mientras en las espumas del torrente
deshojaba tu amor sus primaveras
de muselina, relevó el ambiente

la armoniosa amplitud de tus caderas,
y una vaca mujió sonoramente
allá por las sonámbulas praderas.


Holocausto

Llenábanse de noche las montañas,
y a la vera del bosque aparecía
la estridente carreta que volvía
de su viaje espectral por las campañas.

Compungíase el viento entre las cañas
y asumiendo la astral melancolía,
las horas prolongaban su agonía
paso a paso a través de tus pestañas.

La sombra pecadora a cuyo intenso
influjo, arde tu amor como el incienso
en apacible combustión de aromas,

miró desde los sauces lastimeros,
en mi alma un extravío de corderos
y en tu seno un degüello de palomas.