miércoles, 30 de julio de 2014

Reinos de mil años (II)

El cambio drástico que experimentó la masa peronista, no es atribuible del todo al peronismo mismo. No del todo, sólo en parte.

Ocurre que el peronismo es un fenómeno dinámico y ha sufrido las transformaciones que su genética le permite (¿le exige?), pero al mismo tiempo la masa peronista es también parte de un mundo no menos dinámico y bastante más poderoso en sus influjos que el propio peronismo.

El hombre común, peronista o no, se acomoda mal que bien al aire del tiempo en el que vive.

Algunas líneas maestras del tiempo histórico en los últimos 25 años han ido moldeando una especie de especie humana que ya es característica. En la Argentina, este proceso es, insisto, solamente en parte responsabilidad del peronismo en cualquiera de sus vertientes o caras.

Sin duda que los años del gobierno de Carlos Menem tiñieron a la Argentina con un barniz de sociedad globalizada, más bien de corte capitalista, en principio extraño al cigoto peronista. Pero otros genes peronistas sufrieron mutaciones en esos años, aunque menos espectacularmente. Por ejemplo, ciertas notas sociales (de socialismo de derecha, repito) que ponían el acento en la organización (sindical, política) y en la acción política misma como motor social. Con el menemismo, lo político mutó en gerencial y las ideas en líneas de productos cuya suerte debería decidir el dirigente, ahora atento al mercado de poder que las asimilara o rechazara, signando así con la inanidad de hecho a líneas enteras de consignas y directrices, muchas de las cuales estaban en la raíz del movimiento. Incluso aun cuando se las promoviera y aparentemente se las apoyara, no eran sino monedas de cambio circunstancial. De ese modo, se trivializó la amalgama doctrinaria y el gen peronista del oportunismo se desarrolló como una atrofia celular desproporcionada.

Lo peronista perdía carácter, al menos parte de su carácter social y cultural. La militancia peronista se hacía menos ruidosa y, pese al terremoto doctrinario y práctico de los '90 menemistas, se plegaba mal que bien al gobierno de su signo. Es claro: si hay algo que al peronismo le costará desmontar es la obediencia y la verticalidad, aunque a veces haya que conseguirlas a fuerza del sometimiento, la abyección o la humillación. Lo demás, para el indómito, es la intemperie. Algo de todo eso le llegaba a la masa peronista con el sabor agridulce de una traición con forma de remedio exótico, o con el dictamen indiscutido de que el peronismo sabe gobernar.

Así, en aquellos años, el peronista clásico y básico debió dormir (si quería dormir adentro y no al sereno...) no en el mismo cuarto sino en la misma cama con enemigos históricos a los cuales ya no podía combatir, porque ya no se combatía al capital. De allí a las relaciones carnales hay apenas un paso. Y eso podía convivir con una libertad cultural capaz de disolver las tripas mismas de la masa peronista, al menos en su versión típica.

Lo cierto es que, en los términos en los que estoy hablando, de ciertas cosas no sea vuelve impoluto.

Pero, por otra parte, nada tan grave que a la dinámica dirigencial peronista le impida reinventarse y avanzar en la dirección opuesta.



Otro asunto es la masa peronista. La técnica del alambre, intencional o forzada por la genética política del movimiento, funciona igualmente. Un alambre termina quebrándose si uno lo dobla en direcciones opuestas. Y una vez quebrado, ya es difícil unirlo otra vez. Debería soldarse para volver a unir las partes, pero para eso hace falta un calor tal que permita la amalgama de lo quebrado. Y en política no es fácil simular o fingir los calores fundentes.

De este modo, la masa peronista estuvo expuesta a la dinámica cultural del tiempo, tanto como a las direcciones opuestas que su dirigencia le impuso (sin contar, pero contando, las calidades humanas de esa dirigencia, cuestión para nada indiferente...)

¿Cuál de ambas circunstancias incide más en la masa peronista?

Si se mira con atención la vida del peronismo en los últimos 60 años, parece bastante claro que durante más de la mitad de ese período la masa peronista fue en apariencia homogénea. Más allá de Perón mismo y de la dirigencia que podría denominarse de la derecha peronista, ser peronista era algo definido y definible a partir de algunas consignas políticas, económicas, sociales y culturales más o menos inamovibles. Había tantos revulsivos contra el liberalismo cipayo como contra la izquierda, aunque los revulsivos fueran pintados a brocha gorda. Lo peronista ocupaba un espacio cultural y político distinguible, y no sólo en la Argentina. Las dirigencias que tuvieran otras ideas y otras prácticas quedaban al final afuera del trazado. Es más, la dirigencia peronista, durante más de 30 años a partir de 1955 -lo que incluye al propio y zigzagueante Juan Perón-, no logró extirpar cierto corazón peronista elemental que se había transformado sordamente en un modo de ser argentino no tanto en política sino más que nada cultural y socialmente.

Sin embargo, en los últimos 25 años eso se transformó drásticamente. A partir de entonces, minutos más o minutos menos, cobró importancia el contenido de la dirigencia peronista y tuvo más peso que el talante clásico y básico de la masa peronista. A medida que pasaron estos años, cada vez fue menos nítida la impronta peronista de esa masa; y así, desdibujada, menos relevante fue a medida que el tiempo pasó.

De ningún modo es posible olvidar que, precisamente en estos últimos 25 años, hubo en todo el mundo cataclismos sociales, culturales, políticos y económicos de una magnitud inusitada, de una velocidad creciente y de un alcance inaudito. Todo en el mundo en toda cosa sufrió -y sufre sin detenerse- una transformación tal que se vuelve casi inasimilable, aun para los que vivimos contemporáneamente a los cambios que se producen constantemente y que por lo tanto parecería que por su contemporaneidad son más fácilmente digeribles.

La masa peronista es parte de este planeta que burbujea de un modo frenético: el homo peronicus no vive -ni mucho menos- fuera del tiempo, el espacio y el aire de este tiempo y es, como cualquier hombre común, más bien la madera que se quema que el fuego que la consume.

Sin embargo, lo que no deja de ser curioso es que, en estos 25 años últimos, la Argentina fue gobernada casi exclusivamente por el peronismo. O, por lo menos, así parece.