domingo, 31 de agosto de 2014

Esta tierra me espera


È così vivo settembre in questa terra di pianura,
i prati sono verdi
come nelle valli del sud a primavera.

Salvatore Quasimodo, Finita è la notte


Giacciono su fiumi colmi
dove son isole
specchi d'ombre e d'astri.

Salvatore Quasimodo, Nascita del canto


Esta tierra me espera, sus ríos, sus acentos.

Juntos,
rientes y nuevos,
ellos vienen por mí:

escuadrones de lanceros que enhebran primaveras,
y que cargan a muerte contra la noche de los años.

Esta tierra me espera y llora mi tardanza.

Es la amada de los guerreros ausentes.
Una madre de marineros que naufragan en mares tristes.

Tierra silenciosa,
novia feliz,
ojos de llanura, hondos y negros como la corteza de los fresnos;
olvida su nostalgia de caminantes
y sale a buscar mis huellas cada mañana.

Sin fruto. Sin dolor.

Esta tierra me espera
y sus ríos braman y espejan estrellas y lunas,
interminablemente,
acechando con su luz, esparciendo los olvidos.
Libran del mal.

Llega septiembre, año tras año.

Miro el viento,
oigo el rumor de las horas,
huelo el aire que se aplaca de silbidos y de voces,
y sé,
como saben su turno de volver las flores,
que, en algún lugar, alrededor,
tan lejos que gime a mi costado,
esta tierra me espera,
año tras año.



sábado, 30 de agosto de 2014

Coros vivos, poetas muertos



Vi Los coristas hace poco. Otra vez.

Y me acordé de La sociedad de los poetas muertos. Otra vez.

Dos instituciones opresivas. Un Fond de l'Étangue asilo y depósito de chicos descastados, en una posguerra francesa desangelada y pobre. Una Welton Academy, casa de señoritos y cuna de postdirigentes yanquis en una década del '50 optimista y disoluta. Decadentes ambos, aunque sólo parece que se nota en uno. El otro, parece pobre, nada más.

En ambos, también, directores y rectores estúpidos, caricaturas de lo recto hecho rígido. Escépticos o no, crueles lo mismo.

En ambos, entre todos hay uno distinto.

Para los descastados, un maestro de música que no busca demasiado para sí, pero que se inspira en el entusiasmo de sus niños-despojos y los transforma en un coro, en una armonía que los eleva, los civiliza, los hace mayores, mejores. Y les da una vertebra que terminará haciéndolos personas.

Para los señoritos, carpe diem. Una caricatura de libertad para una caricatura de rectitud. Y un maestro que es más apto para demoler que para levantar una casa interior. De hecho, en la demolición quedan un muerto y varios heridos. ¿Por él? No sé, y en parte sí. Porque el argumento dice que sin él no habría pasado.

La cuestión se me hizo interesante. Y un poco desoladora, no se crea.


Clément Mathieu. El maestro deslucido, pelado, desharrapado, como insulso. Sin glamour. Desaparece como apareció. Un hombre común, diría uno. ¿Usted sabe quién es Gérard Jugnot? ¿No? Me lo imaginaba.

John Keating. El Captain brillante, arrollador, fascinante, adecuadamente décontracté. ¿Usted sabe quién es Robin Williams? ¿Sí? Me lo imaginaba.


Qué puedo hacer.

Con cierta ansiedad partisana, no faltará quien diga -con una pizca de razón, nada más- que Europa no es Hollywood. Aun cuando la de Hollywood sea casi 20 años más vieja que la francesa.

No me alcanza. ¿Qué es hoy Europa?  En cierto sentido, puede hacer Los coristas, sí. ¿Y cuánto se parece Europa a Clément Mathieu? No. No me alcanza, por mucho que uno aprecie sus raíces y desprecie lo esencial del modo yanqui.

El asunto central en ambas películas diría que es el mismo, los personajes son como paralelos, los damnificados-beneficiados (en sus antípodas) son parecidos. Y las propuestas de Mathieu y de Keating son dos formas de contracultura, al fin de cuentas. Claro. Según qué sea cultura y que sea contra.

No sé qué diría usted, mi amigo, pero a mí se me hace que La Sociedad de los poetas muertos es a Los Coristas, lo que un libro sobre Flores de Bach o reiki es al Martín Fierro o a El Señor de los Anillos.









viernes, 29 de agosto de 2014

Romance del secreto


La noche durmió en la luna
sin decirme dónde estaba.
Ah, si lo hubiera sabido,
¿cómo no ir a rescatarla?
Ya le nacieron rocíos
y estrellas como mañanas;
y la visten en silencio
(para que duerma confiada)
millones de luces tibias
en sus rondas de guirnaldas.
Hay un tropel de perfumes
que sueña la noche clara,
mientras vigila sus sueños
una alondra que me canta.
Me canta una alondra niña
y en secreto silba y habla
de un secreto que me dice
que en secreto se lo guarda.
Y yo le digo en secreto
que un secreto bajo su ala
me dijo que era un secreto
que ella un secreto guardaba.
La noche respira suave
sobre la hierba y las ramas.
Florece la noche quieta
sobre la sierra callada
y en su inocencia dormida
la luna siembra palabras
secretas como un secreto,
calladas como distancias.



jueves, 28 de agosto de 2014

Ti sembra niente il sole


Tu dici: "non ho niente".
Ti sembra niente il sole...


Meraviglioso, Riccardo Pazzaglia


No podrás con el fuego, con el día,
con mis manos tajadas, con la hierba,
con el rumor de pasos en la noche,
con las murallas de las flores jóvenes.
No podrás con el viento entre los talas,
con mis ojos dormidos, con el canto,
con esta tierra, con el agua, el vino,
con mi montaña virgen, con el humo...
No podrás: no se puede. Inútilmente
andas quebrando estrellas, los jazmines,
y hasta las horas de los calendarios.
No podrás: no se puede. No se puede.
Maravillosamente, en las raíces
hay algo más que unas palabras huecas.



domingo, 24 de agosto de 2014

El año de lo oscuro

Desde la madrugada estábamos en medio del temporal.

Hubo rayos y relámpagos y truenos y ráfagas y mucha agua, casi toda la noche. Amaneciendo, el cielo estaba gris cerrado y el aire bastante frío. Por todas partes había hojas y ramas. Pero la tormenta hacía falta y se la esperaba.

A eso de las 10 de la mañana empezó a llover otra vez, más fría el agua, más viento. Media hora más tarde, y durante minutos, una lluvia de infinito granizo uniforme, esférico, de mediano a chico. Calles, veredas y jardines de pronto y por más de una hora (que fue lo que duró en tierra) quedaron blancos de granizo helado. Lindo, fiero. Mucho viento desde entonces y más ramas, hojas, brotes y barro por todas partes.

Quise saber cómo había pasado la tormenta mi madre y entonces la llamé. El tiempo y las plantas son nuestros temas principales, más urgentes y serios que Griesa, la inflación o las elecciones.

Hablamos de cosas. Varias y graciosas. Le pedí, por ejemplo, una receta de tallarines amasados, secreto de familia. Retaceó un poco bastante y terminó concediendo. Claro que cuando cuenta algo nunca es la cosa misma y sólo ella. Vienen incisos y relatos paralelos, historias de familia, cosas de gentes de aquí y de allí, recuerdos. Nunca pude hacer que contara el solo hecho de una vez.

Esta vez fue igual a siempre. Pero así me enteré de dos cosas terribles.

Hablábamos de tormentas.
- Hojas de olivo y una vela..., eso hacía tu abuela.

- ¿Olivo? ¿Allá, en el campo? ¿De dónde lo sacaba?

- Olivo, hombre... De dónde lo iba a sacar. Por supuesto que había que ir al pueblo todos los años y traerse las ramitas del Domingo de Ramos. De ahí salía el olivo. Tenía que estar bendito, claro.

- ¿Y la vela?

- Es que cuando aparecía una tormenta así, de golpe, mamá prendía una vela y rezaba, mientras quemaba en la llama de la vela las hojas de olivo. Y nos hacía rezar a nosotras, a mis hermanas y a mí.

- ¿Qué rezaban?

- Y..., en general era el Padre Nuestro, Avemarías...

- ¿Y? ¿Resultaba?

- Mirá lo que te digo: muchas veces sí, vieras vos... Quemaba las hojitas y la tormenta paraba. Andá a saber... Y otras, no, claro  (risas de ella). Pero era una cosa seria porque estaban los campos sembrados muchas veces y los brotes ya afuera de la tierra..., para esta época, por ejemplo...: el trigo ya levantó apenitas, pero levantó... ¿te imaginás si le llega a caer una piedra como ésta? Se pierde todo...

- Mirá vos...

- Pero nada como l'anno dell'oscuro, así decía mi abuela, la mamá de mi padre...

(Era Mariana, terrible sureña, dicen, de origen siciliano, pero afincada en Calabria. Terrible, mi bisabuela. Mujer dura y brava. Casada con Saverio, hombre buenísimo, dicen; con fama de santito, dice siempre mi madre...)

- Ah..., epa..., ¿qué es eso de l'anno dell'oscuro?

- Así decía ella, que casi siempre se negaba a hablar en castellano. Parece que fue ahí por 1920 y tantos, no sé bien, yo no había nacido, pero poco antes; mis hermanos mayores se acordaban. Y fue un año en que hubo tres días enteros en los que el día y la noche fueron negros, tres días oscuros. Oscuro todo, día y noche. L'anno dell'oscuro, así decía ella. Qué sería, no sé, pero así decía: l'anno dell'oscuro...




sábado, 23 de agosto de 2014

Mi Eugenia



Ah, si la sangre, que te brota, fuera
como un rayo sin voz de luz erguida,
qué no daría yo si, florecida,
me cantara tu luz la primavera.

(Ah, si la vida entera fuera vida,
y aunque la muerte me rodeara fiera,
qué no daría yo en esa espera
de cada hora siempre bienvenida...)


Por esa luz de paz, que hay en tus hojas,
tengo en los ojos viejos esperanza,
hasta ser uno con tu sangre verde.

Ah, esa alegría de tus hojas rojas,
que al tiempo ingrato desafía y muerde,
es casi todo lo que hay. Y alcanza.



viernes, 22 de agosto de 2014

Y escribir tu silencio sobre el agua



Sólo florece el agua que está queda
Miguel de Unamuno


No sé si es sombra en el cristal, si es sólo
calor que empaña un brillo; nadie sabe
si es de vuelo este pájaro o de llanto;
nadie le oprime con su mano, nunca
le he sentido latir, y está cayendo
como sombra de lluvia, dentro y dulce,
del bosque de la sangre, hasta dejarla
casi acuñada y vegetal, tranquila.
No sé, siempre es así, tu voz me llega
como el aire de Marzo en un espejo,
como el paso que mueve una cortina
detrás de la mirada; ya me siento
oscuro y casi andado; no sé cómo
voy a llegar, buscándote, hasta el centro
de nuestro corazón, y allí decirte,
madre, que yo he de hacer en tanto viva,
que no te quedes huérfana de hijo,
que no te quedes sola allá en tu cielo,
que no te falte yo como me faltas.


Ayer vendrá

La tarde va a morir; en los caminos
se ciega triste o se detiene un aire
bajo y sin luz; entre las ramas altas,
mortal, casi vibrante,
queda el último sol; la tierra huele,
empieza a oler; las aves
van rompiendo un espejo con su vuelo;
la sombra es el silencio de la tarde.
Te he sentido llorar: no sé a quién lloras.
Hay un humo distante,
un tren, que acaso vuelve, mientras dices:
Soy tu propio dolor, déjame amarte.


La última luz

Eres de cielo hacia la tarde, tienes
ya dorada la luz en las pupilas,
como un poco de nieve atardeciendo
que sabe que atardece.
                                    Y yo querría
cegar del corazón, cegar de verte
cayendo hacia ti misma
como la tarde cae, como la noche
ciega la luz del bosque en que camina
de copa en copa cada vez más alta,
hasta la rama isleña, sonreída
por el último sol,
                          ¡y sé que avanzas
porque avanza la noche! y que iluminas
tres hojas solas en el bosque,
                                             y pienso
que la sombra te hará clara y distinta,
que todo el sol del mundo en ti descansa,
en ti, la retrasada, la encendida
rama del corazón en la que aún tiembla
la luz sin sol donde se cumple el día.


La luz interrumpida
Homenaje a Juan Ramón

Nunca pero contigo, aunque la vida sea
la luz de esa mañana que nunca viviremos,
un tren que no esperabas y ha llegado, una hora
que empieza siendo alondra y acaba siendo espejo.

Cuántas veces he visto un columpio en tus ojos
mirando y sin mirar un ayer venidero,
viviendo y sin vivir algo que nunca llega
y a fuerza de esperarlo se va haciendo más nuestro.

Miradas con recuerdos por hacer que aún se doran
¿en qué sol amarillo o en qué tarde de invierno?
soles que ya estuvieron ardiendo en otra boca
y luego al enfriarse se convierten en besos.

Manos que poco a poco se han ido haciendo sombras
y alucinadamente te acarician durmiendo,
cenizas ¿de qué luto?, despertar ¿en qué vida?,
y esta mínima y lenta procesión de los huesos,

y este temblor de azúcar bajo la lengua cuando
te toco y no sé cómo despiertas y te veo
y tu cuerpo es un río que pasa ante mis ojos
y el amor vuelve a darnos su desmemoriamiento,

y esto quizás no vuelva a suceder, quizás
no vuelva a despertarme con los ojos abiertos,
ni sepa en qué momento de luz interrumpida
la nieve vendrá a verme cuando estemos naciendo

juntos y para siempre, ¿en qué mañana? ¿cuándo
seré sólo una lluvia de ceniza en tu cuerpo
y aún querré estar contigo y vivir una vida,
de después o de nunca, para seguir cayendo?


Y escribir tu silencio sobre el agua, Ayer vendrá, La última luz y La luz interrumpida son cuatro poemas de Luis Rosales, el poeta granadino que murió en Madrid en 1992, a los 81 años.

Cuatro muestras distintas de una misma calidad.


Le admiro su fineza.


_______________________________

Encontré por allí esta fotografía de 1935.


Según parece, fue una comida en homenaje a Vicente Aleixandre, en el restaurante Biarritz de Madrid, el 4 de mayo de ese año. Festejaban la aparición de "La destrucción o el amor".

De izquierda a derecha y de pie: Miguel Hernández, Leopoldo Panero, Luis Rosales, Antonio Espona, Luis Felipe Vivancos, J.F. Montesinos, Arturo Serrano Plaja, Pablo Neruda y Juan Panero. Sentados: Pedro Salinas, María Zambrano, Enrique Díez-Canedo, Concha Albornoz, Vicente Aleixandre, Delia del Carril y José Bergamín. Sentado en el suelo: Gerardo Diego.




jueves, 21 de agosto de 2014

Como el tiempo


Pasé a tu lado, silenciosamente,
como si fuera el tiempo
que pasa y que no ves.

Anduve con sigilo;
con el paso mudo del aire y la mañana;
imperceptible como los ruidos de la calle,
como una flor en un jardín de primavera,
como un ladrido en la siesta de verano,
como un ave nocturna que canta sólo una vez en la noche.

Omnipresente,
invisible y lejos,
como un firmamento que nos fulgura en vano.

Anduve entre los días y las cosas;
los días y las cosas que el ojo no detecta,
que el oído no sabe,
que el tacto ignora,
que el gusto desconoce,
como los aromas conocidos que olvidamos.

Pasé a tu lado, silenciosamente,
como si fuera el tiempo
que pasa y que no ves.

Y ahora estoy en la tierra y el agua,
apenas instrumento,
apenas un camino,
apenas en el medio, como la distancia o la tarde.

Silenciosamente,
como el tiempo.


martes, 19 de agosto de 2014

Sauces


Viene un tiempo de sauces que agosto me despierta,
calladamente agosto, el señor de los vientos...
Los sauces silenciosos ya silban y sisean
una salmodia suave que cantan y celebro.

Sauces de brotes verdes que la mañana entera
mece en su luz de agosto ante mis ojos ciegos.
Vientos de luz de agosto, que en noches sin estrellas
encienden en los sauces un corazón sin tiempo.

Viene un tiempo de sauces que en la tarde me deja
una nostalgia antigua, como el agua y el fuego,
y que llevo en los ojos y que en el alma acecha.

Y los días son sauces y sauces son los sueños;
y van brotando en sauces estas manos que entierran
primaveras de sauces en surcos de silencios.



viernes, 15 de agosto de 2014

Reinos de mil años (V)

En un tiempo más, lo más probable es que el turno del kirchnerismo llegará a su fin. ¿En cuánto tiempo más? Los que cuentan los días dicen hoy que son algunos días menos que 500.

No importa, en realidad, porque no es el fin del kirchnerato lo que me importa. Ni siquiera me importa ahora lo que vendrá (y no que no importe...) una vez que este turno termine. Salvo por una cuestión.

El peronismo, como ya he dicho, vive de una oposición sin la cual no podría haber tenido, en cierta medida, la suerte que corrió en los últimos 70 años. Buena parte de su mística está en esa oposición. La generó el propio peronismo, ya lo dije, pero no es el único responsable de esa dialéctica de opuestos contradictorios. El antiperonismo es tan responsable como el peronismo.

Cierta vez oí decir -a modo de símil o de analogía para asuntos como el mal o el odio- que si se embalsa un río, el nivel del agua sube, y que así, con un dique, lo que podría haber corrido con un caudal determinado se vuelve una masa de agua mucho mayor y potencialmente más dañina en cuanto más poderosa se vuelve. El perdón, por ejemplo, en términos morales, tiene el efecto de dejar correr el mal, de soltarlo, y no en el sentido de dejarlo ser (cosa imposible), sino de evitar que se embalse y crezca su potencial efecto destructivo.

Ahora bien, el peronismo lleva de algún modo en sus genes esa cualidad: vive de algún modo de una oposición que embalsa, una voluntad de oposición que es un dique. Y eso se potencia con sus oponentes que tienen simétrica cualidad (a veces, de tanto en tanto y en ciertos y determinados casos que no son la mayoría, promovida por la propia cualidad dialéctica del peronismo...)

Esto no quiere decir que el peronismo se alimente de esa cualidad dialéctica. Quiere decir que lo hace, no que lo hace para vivir, sino que vive haciéndolo. Y lo hace por una razón general y otra específica.

La general es que, en cuanto ideología y concepción, tiende al absoluto, a ocupar todo el espacio y a explicar el sentido de todas las cosas según su concepción, que, como toda concepción ideológica resulta agonal, no sólo en asuntos políticos (en filosofía, en teología y hasta en poesía, pintura o mecánica...)

La específica, la que le es propia al peronismo en cuanto peronismo, es que sólo concibe verdadera su visión de lo contingente y sólo concibe como correcta su operación sobre ello. Pero hay algo más: no basta con bendecirse a sí mismo, sino que maldice lo que no es sí mismo. No lo que no es verdadero o bueno, o recto, o justo: maldice lo que no es sí mismo.




Pero, por otra parte, no solamente se engrosa por sus propias prácticas y concepciones. Mientras la oposición al peronismo -venga de donde viniere- lo considere el mal mismo, sin más, mucho más lo embalsa, lo fortalece, le da mayor envergadura, alimenta la dinámica de su natural dialéctica. La misma oposición considerada en términos opuestos simétricos al peronismo, como el absoluto opuesto sin tercero, es ella misma también el dique del río peronista: ella hace también que se convierta en lago.

Más allá de lo que se hubo querido decir con "ni vencedores ni vencidos", esa posición -no ante el peronismo solamente, sino como visión de la vida política en la Argentina- tenía la cualidad de disolver el dique y que las aguas peronistas pudieran correr otra suerte, sin embalsarse y amenazar con inundar el valle político de la Argentina y a todo lo que en él hubiera.

El caso es que, en cuanto peronista primero -y mucho antes de que se lo considere kirchnerista (si es que eso realmente existe de alguna manera)-, el kirchnerismo es dialéctico y vive, goza, se reproduce, se yergue, en esa  dialéctica de oposición absoluta y excluyente. En tanto peronista primero, insisto, y no en cuanto kirchnerismo, que eso viene después. Creo que hay una confusión primera en considerar al kirchnerismo con esa cualidad en tanto que de izquierda, revolucionario, neopopulista, bolivariano, o lo que se quiera. Todo ello, más la personalidad de sus líderes (eso importa mucho) le habrá aumentado su furia dialéctica. Pero ya la tenía.

El kirchnerismo es genéticamente dialéctico y reproduce la mecánica de oposición ideológica que trae de sus orígenes peronistas.

El kirchnerismo ha seguido caminos exóticos que no dejaron por eso de traslucir el adn peronista. No fueron menos exóticos los caminos del menemismo y, aunque con menos transparencia y mayores sinuosidades de presunta amabilidad y amigabilidad, también mostró su origen. La diferencia entre uno y otro es la cuota -y la modalidad- de dialéctica que aplicaron para fortalecerse, además de la dirección en la que pusieron sus pasos para gobernar y aunque esto último podría parecer definitorio, creo que no lo es: el propio Perón pudo hacer dos cosas opuestas, tanto mientras gobernó como mientras no gobernó.

Hay otra cuestión que tiene su importancia: la venalidad que puede atribuirse a uno y otro no es muy distinta. Y ambos consideraron que la riqueza les daba poder (y que era necesario más poder para obtener más riqueza que les diera más poder..., porque el mito peronista del poder constante, absoluto, total, es parte de su concepción y está en la raíz de su modalidad dialéctica.)

Ambas versiones han hecho cosas nefastas para el país. Y eso tiene un peso inmenso en la vida argentina . Pero, en realidad, considero que es antes que nada el modo de hacer lo que ha hecho más daño. Las medidas pueden revertirse. Es más, sin que se le caiga una sola escama, un mismo peronista puede hacer dos cosas opuestas sucesivamente y defender la variedad no ya por una razón de oportunidad o por una consideración prudencial, lo que hasta sería razonable, sino porque su voluntad de poder hacerlo lo justifica.

Podría resultar que alguno pensara, por lo dicho hasta aquí, que el peronismo, y su subproductos de cualquier tendencia, son un mal inarrugable, el mayor mal para la Argentina; y más: el único mal. De ningún modo. De ninguna manera. Para nada es así. Las gentes políticas en la Argentina son argentinas. Las gentes  peronistas y las gentes antiperonistas. Y hasta las ni pro ni anti. Los males y desaciertos políticos del país, son del país. Y aunque no todos los males que sufrimos son nuestros, sin nosotros no son posibles.

No. El peronismo no es el mal mayor ni el único mal.

Sin embargo, desde su aparición hace 70 años, signa la política en la Argentina de tal manera que es imposible hablar de política sin hablar de él como de un factor definitorio.


*   *   *


Como en 1955, en 2015 un nuevo turno peronista de unos 10 años llegará a su fin. Y llegará a su fin envuelto en la misma dialéctica con la que se fue del poder formal 60 años atrás: Patria (es decir nosotros, es decir ellos) o Antipatria (es decir cualquiera que no seamos nosotros, es decir que no sean ellos.)

Hay, sin embargo, algunas diferencias importantes entre un tiempo y otro.

Ya mencioné una que me parece axial: la masa peronista ha desaparecido y en su lugar, además de un pueblo desarticulado y bastardeado por los tiempos y el aire de estos tiempos, el papel de la masa peronista lo ha ocupado una masa distinta, sin color, sin forma, sin más apetito que el consumo en primer lugar (de cualquier cosa), sin futuro, sin destino, sin mayor dignidad, sin mayor aspiración que la mera supervivencia a como dé lugar, sin referencia moral estable (y sin referencia moral, mayormente, de ningún tipo), sin una idea de sociedad y de convivencia social más que la de la supervivencia a como dé lugar, llena de resentimientos, con acumuladas frustraciones que le han cargado sobre sus espaldas con la promesa de bienestar o de grandeza, una masa fútil, desesperada, que vive al día cada día. La otra diferencia importante a este respecto es que Néstor no es Perón y Cristina no es Eva.

Con todo, con más sobreactuación que realidad, con más voluntarismo que realismo, el kirchnerismo quiere decirle a los peronistas que al fin han recuperado al padre y a la madre, que ya no están huérfanos. Incluso que este padre y esta madre de hoy son con mucho una versión mejorada de la paternidad y la maternidad política sin la cual no sólo el peronismo sino la Argentina no sería viable.

Pero también ahora, como hace 60 años, la oposición política de cualquier signo está arrinconada en su propia inopia: es parte de la tierra arrasada, aunque con apetitos distintos, y de todas maneras fláccida y a la defensiva, y por sus propias taras congénitas sin encontrar el camino al poder (y a la riqueza que les dé poder..., y así siguiendo); y, como hace 60 años, sin saber exactamente qué hacer ni para qué. Pero si eso es producto de una tara política propia, también ocurre por la acción del kirchnerismo que, en cuanto peronista en primer lugar, postula la unicidad de su concepción, su necesidad absoluta, su acierto inmarcesible.

Sin embargo, hay que insistir, no es sólo que se vean necesarios sino que su modo de entender que son ineludibles o necesarios sólo admite por fuera de ellos a los esclavos o a los enemigos.

Pasó una vez y volverá a pasar. Y no parece haber ningún arquitecto político con la suficiente perspicacia o capacidad de gobierno como para evitar el embalse, como para impedir el dique que embalsará unas aguas que, no me canso de repetirlo, ya no son las mismas que se embalsaron en 1955. 




miércoles, 13 de agosto de 2014

Coplitas de mis amores


Son siete amores, son siete
los amores que tenía:
pensé: qué dicha promete.

Son seis amores, son seis
y el que se fue me decía:
inútil que me busquéis.

Son cinco amores, son cinco
en la cuenta que yo hacía:
pero en eso no me afinco.

Son cuatro amores, son cuatro
los que yo bien me sabía:
ya no está lo que idolatro.

Son tres amores, son tres
los amores que veía:
no me quedaron después.

Son dos amores, son dos
los amores que quería:
pero dijeron adiós.

Un solo amor, sólo uno
parece nomás había:
ya no me queda ninguno.

Veremos al fin del día.


martes, 12 de agosto de 2014

La obscuridad de Dios



Cuando el mundo estaba en la balanza, era de noche en Notting Hill
(era de noche en Notting Hill): y era más noble que el día.
A las ciudades donde brillan luces y donde los hogares resplandecen,
de los mares y de los desiertos llegó aquello que desconocíamos,
vino la obscuridad, vino la obscuridad, vino la obscuridad y el terror.

La vieja guardia de Dios vino en nuestra ayuda.
Porque la vieja guardia de Dios viene en nuestra ayuda, viene en nuestra ayuda,
y las estrellas cayeron antes de caer las banderas:
porque cuando los ejércitos nos rodeaban como una horda rugiente,
cuando se derrumbaba la ciudadela y la espada estaba rota,
la obscuridad cayó sobre ellos como el Dragón del Señor,
cuando la vieja guardia de Dios acudió en nuestra ayuda.

Es el Himno de Notting Hill, por lo menos, y aquí en una traducción algo rápida, eso es lo que cantan todos los hombres de aquel barrio londinense, devenido su nacionalismo barrial en talante imperial. Está por allí, como perdido, en las últimas páginas de El Napoleón de Notting Hill.

Es tan majestuoso como verdadero. Y es épico y terrible.

Y, viendo lo que que ocurrió y lo que ocurrirá en la novela, también es hondamente irónico. Benévolamente irónico, claro.

Así lo quiso Chesterton cuando lo compuso.


lunes, 11 de agosto de 2014

Reinos de mil años (IV)





En la primera nota de esta serie, decía que, pasados los años, la situación política del país no ha variado demasiado, aunque eso solamente debe ser entendido en un cierto y determinado sentido, que espero pueda quedar dicho al final.

Entre 1955 y 1973 el peronismo fue, además de un fantasma y una pesadilla latente para los antiperonistas, un factor determinante para que pareciera -no sin fundamento en las cosas- que no había posibilidad política alguna sin él. Y eso en muy buena medida fue así porque en ese período todavía existía la masa peronista que ya mencioné, más que por la dirigencia peronista que basculaba al ritmo del péndulo de su líder.

La oposición entre peronistas y gorilas no fue un emergente de ese tiempo, ya se sabe. Venía de antes y había sido, con ese u otros nombres, establecida principalmente por Perón y muy especialmente por Eva Duarte. Pero en esos años se vio que crecía con la proscripción, además de verse nacer otros elementos determinantes de lo que ocurrió en los trillados '70.

El caso es que esa oposición entre pros y antis resultó un elemento fundamental para la aglutinación del peronismo y por cierto que fue un elemento fundamental para la cohesión de la masa peronista durante unos 30 años, casi desde 1945.

El Perón del regreso en los '70 no puso demasiado énfasis en esa dialéctica, aunque se vio obligado a trasladarla y así enfrentar a otro sector, generado por él mismo, por cierto. Así, la oposición casi excluyente fue intestina: la autodenominada ortodoxia peronista (básicamente sindical) frente a una juventud maravillosa que optó por heredar otros legados (no sólo lo peronista de Perón sin más). Cuando estos sectores a sinistra y ya sin disimulo por izquierda le disputaron definitivamente el poder a Perón, como se sabe, lo marvilloso devino imberbe y estúpido.

Pero un resultado de esa pelea de la familia peronista de los '70 fue que la oposición dialéctica entre pros y antis se trasladó a toda la sociedad, ahora reformulada. Otro corolario fue que la partición fratricida resultó un golpe funesto para la masa peronista, que se resintió severamente con la consumación de ese resquebrajamiento, y así lo ajado fue tornándose ancha grieta primero y un tajo insalvable al final.

La Argentina, mayormente, y fuera o no parte de la masa peronista, ante la disyuntiva que planteaba la guerra civil peronista siguió a Perón y no a los imberbes. Pero Perón murió sin dirimir el asunto a su favor y la Argentina heredó el conflicto.

Con Perón muerto, tal vez los maravillosos imberbes hayan saboreado como un bocado fácil a la figura de María Estela Martínez. Pero si sola y a su suerte era fácil, también era, aunque tuviera partido tomado por la ortodoxia, inane respecto de la cuestión. La ortodoxia la tenía por emblema, las manos y los fierros eran otra cosa.

También lo antiperonista miraba la escena, como quien mira hambriento el menú de un bodegón, y tenía planes para la sucesión de un Perón que finalmente se retiraba de este mundo dejando un movimiento partido y a los tiros. Lo antiperonista nunca había conseguido desarticular definitivamente a su enemigo irreconciliable, no por falta de poder (au contraire...) sino principalmente por falta de talento político. Al margen de ello, estaba la avidez, por cierto, motor infaltable y poderoso en una nación que no por casualidad había ido membrándose más que nada alrededor de un puerto de mercachifles y contrabandistas.

Todo eso no era todo. Estaba además la vertiente marxista, no del peronismo, sino del tiempo. Una secuela del final de la II Guerra y de su continuidad en la guerra fría entre los bloques que tronaban fuerte por entonces: un difuso Occidente y el este de la URSS (China, aunque activa, quedaba más lejos.)

Al antiperonismo le hubiera resultado conveniente -y sumamente apetitoso- aunar lo peronista genérico con la patria socialista que voceaban los imberbes (que parecían haber tomado, al pie de la letra, la letra de un líder que no era afecto al pie de la letra...) Pensaban los gorilas que bien podrían matarse dos pájaros de un tiro.

Pero cuando de tiros se trató, lo cierto es que había tres bandos distintos disparando contra uno (que tampoco era homogéneo...)

Por una parte, lo antiperonista puso en juego buena parte del poder de fuego que tenía en las FF AA. Por otra parte, la ortodoxia peronista combatía por supervivencia y por el legado de Perón, bajo la bandera de la lealtad. Y estaban los que, sin ser una cosa u otra, combatían sin más al revolucionario marxista (leninista, maoísta o cualquiera de las demás capillas à gauche y armadas.)

El otro lado era, en expresión genérica, la patria socialista o la revolución o la guerrilla o la subversión armada o el pueblo en armas. O lo que quieran. Pero ocurrió que esta facción resultaba antiperonista también, lo cual, por un vía más o menos indirecta, vino a corroer todavía un poco más a una masa peronista que, para cuando terminaron los tiros, ya se sentía victimaria de un modo u otro de las víctimas de los dos lados encarnizadamente oponentes. Pero, además, buena parte de esa masa peronista tuvo que ver cómo los mártires a consagrar estaban, si no todos, gran parte de ellos del lado izquierdo del escenario.

Los siete años del último gobierno militar del siglo XX en la Argentina habían dejado, curiosamente, una izquierda más fuerte (incluyendo a esa izquierda de Perón que tomó al pie de la letra lo que Perón no decía al pie de la letra...) A la vez, el mismo gobierno militar dejaba tras de sí la estela de un peronismo desarticulado, desorientado, aturdido.

¿Vivo todavía? Sí, vivo todavía pero huérfano por todas partes. Y buscando un padre y una madre.



domingo, 10 de agosto de 2014

Parecía


Parecía la luz y la mañana,
era como un silencio de mar
o ruiseñores.

Parecía la fe,
una alegría de la tarde;
era como el viento que barre la tormenta.

Parecía una sierra florida y espumosa de niebla
y era como el cielo;
y como la noche de un cielo de estrellas poderosas.

Parecía el gemido de dolor de los zorzales
y era como el río y la piedra
y como un bosque de árboles de hierro y de fuego.

Parecía un roble, un jazmín,
era como el trueno y la lluvia sobre el agua,
como un camino llano.

Parecía el pan y la esperanza que no muere,
la gloria del amanecer,
el perfume sin límite ni olvido.

Parecía verdad.

Parecía.




jueves, 7 de agosto de 2014

El último poema


El último poema de un poeta es siempre un hecho que tiene algo de conmovedor.

Y si es un poema al borde de la muerte segura, más lo es.

Pádraig Pearse estaba en la cárcel de Kilmainham, adonde había sido llevado después del Easter Rising de abril de 1916 de los patriotas irlandeses, en el Correo de Dublín.

Escribió estos versos un 2 de mayo de 1916. Al día siguiente fue fusilado por los ingleses.
The Wayfarer

The beauty of the world has made me sad.
This beauty that will pass.

Sometimes my heart has shaken with great joy
to see a leaping squirrel on a tree
or a red ladybird upon a stalk.

Or little rabbits, in a field at evening,
lit by a slanty sun.

Or some green hill, where shadows drifted by,
some quiet hill,
where mountainy man has sown, and soon will reap,
near to the gate of heaven.

Or little children with bare feet
upon the sands of some ebbed sea,
or playing in the streets
of little towns in Connacht.

Things young and happy.

And then my heart has told me -
these will pass,
will pass and change,
will die and be no more.

Things bright, and green.
Things young, and happy.

And I have gone upon my way, sorrowful.


El caminante

La belleza del mundo me ha entristecido.

Esta belleza que pasará.

A veces mi corazón se ha sacudido con gran alegría
al ver una ardilla saltar en un árbol, 
o una mariquita roja sobre un tallo. 

O pequeños conejos en un campo al atardecer,
iluminado por un sol oblicuo.

O alguna colina verde, donde las sombras se amontonan,
alguna colina tranquila,
donde un montañés ha sembrado, y pronto cosechará,
cerca de las puertas del Cielo.

O pequeños niños con los pies descalzos
sobre las arenas de alguna bajamar,
o jugando en las calles
de los pueblitos de Connacht.
 
Cosas jóvenes y felices.

Y entonces mi corazón me ha dicho:
Esas cosas pasarán,
pasarán y cambiarán,
morirán y ya no serán más.

Cosas brillantes, y verdes.
Cosas jóvenes, y felices.

Y he seguido mi camino, apenado.

(Aquí, la lectura del poema con un acento innegablemente irlandés)

*   *   *

A la corte marcial inglesa que lo juzgó y condenó a muerte, a él como a los demás líderes del Alzamiento, Pearse les dijo algo así:
Una noche, cuando tenía diez años, me arrodillé junto a mi cama y prometí a Dios que dedicaría mi vida al esfuerzo de liberar a mi país. He mantenido mi promesa. Por encima de todo, he trabajado por la libertad irlandesa, como niño y como hombre. He ayudado a organizar, armar, entrenar y disciplinar a mis paisanos con el único fin de que, llegado el momento, fueran capaces de luchar por la libertad de Irlanda. El tiempo, según creo, llegó, y luchamos. Estoy satisfecho con lo que hicimos, parece que hemos sido derrotados, no lo hemos sido. Evitar la lucha hubiera sido fracasar, luchar es vencer, hemos mantenido la fe en el pasado y hemos transmitido una tradición al futuro. Asumo que estoy hablando con ingleses que aman su libertad, y que afirman estar luchando por la libertad de Bélgica y Serbia. Creo que nosotros también amamos deseamos la libertad. Para nosotros es lo más deseable del mundo. Si ahora nos abatís, nos levantaremos de nuevo y volveremos a luchar. No podéis conquistar Irlanda; no podéis extinguir la pasión irlandesa por la libertad; si nuestros hechos no han sido suficientes para alcanzar la libertad, entonces nuestros hijos la alcanzarán haciéndolo mejor.



sábado, 2 de agosto de 2014

Antes


Eran los días verdes; las fragantes
sierras de yerbabuena y de rocío;
era la sombra fresca, el valle, el río,
el corazón feliz. Pero era antes.

Eran las flores tibias, las flamantes
sonrisas, y era el canto, el amorío,
la gloria de la voz, y el sembradío
todo espiga y color. Pero era antes.

Era el silencio del invierno frío,
el fuego lento en el solar vacío,
las caricias de manos susurrantes. 

Era el tiempo sin horas, los instantes;
era el gozo sin tasa y sin hastío.
Y todo, todo en todo. Pero antes.


viernes, 1 de agosto de 2014

Reinos de mil años (III)

Así como digo que la Argentina ha perdido aquello que durante décadas fue la masa peronista, digo también que eso tiene tanto de bueno como de malo.

El peronismo ha sido tan perseguido como perseguidor. Lo primero le viene mayormente -no solamente- de que tiene enemigos irreconciliables, simétricos opuestos y por varios lados, gracias a sus múltiples caras. Lo segundo le viene de algo que está en su naturaleza -como en la de una ideología cualquiera-: reemplazar el mundo real por su visión del mundo, que siempre es excluyente. Algo casi inherente al mundo de la política tal como se ejerce, que por fuerza resulta agonal. Esa agonalidad le viene en buena medida del compromiso del creyente con sus creencias, de modo que cuando éstas son dañadas, él es dañado. Y así no sólo defiende sus ideas: se defiende a sí mismo, uno con sus ideas. Y para defenderse; lucha. Porque es una lucha por la supervivencia, amenazada siempre por quienes impugnan (y opugnan) lo que es su creencia y por lo tanto, su vida misma.

Sin que tenga mucho arte ni parte la búsqueda del bien común, y habitualmente en su lugar, está el afán político de poder perpetuo. Y es el caballo negro de la política, sin duda: tener poder y no tener poder son opuestos contradictorios. Claro que, para que eso sea fatal para el hombre político (insisto: el hombre político de veras desasido de la búsqueda del bien común social), hay que tener una visión del poder que hasta por error práctico desdeña las raíces y el aire. Lo que está oculto y sostiene, lo que se respira para vivir. Quiero decir, son pocos los hombres del mundo político que entienden que quien pone las palabras y las ideas, quien pone la dirección y la convicción, quien gobierna lo profundo que sostiene y el aire que se respira, conserva un poder más durable que quien ejecuta o quien se sienta en un sillón desde el cual se rige. Para entender eso, y poder hacerlo, se requiere de una cierta grandeza, que principia en el entendimiento. Es pedir un poco demasiado. La noción habitual del poder está asociada al presente, al tiempo que dura y se renueva a cada hora, cada día. Si se piensa en términos de mil años, se piensa en un presente sin cambio (algo propio de lo eterno), especialmente sin cambio en la mano que rige.



Ahora bien.

Lo bueno de la desaparición de la masa peronista es que su existencia navegaba entre dos promontorios espinados. Uno de ellos se erguía como una muralla que refractaba todo lo que no fuera peronista, porque el peronismo era de Perón y Perón (y Eva) es una excelencia irreemplazable, sin fisuras, ni merma, ni mancha, que solamente obra por el bien de la Patria y obra sólo él por el bien de la Patria, con un acierto inarrugable. El otro roquedal espinoso, y tan funesto como el anterior, es que la masa peronista se consideró siempre la encarnación misma del entero pueblo. Ciertamente no fue por su propia iniciativa, sino por obra de sus líderes. Pero la masa peronista consintió con gusto y con furor ese legado. La encarnación única del pueblo en la masa peronista, sin que otro pueblo pudiera ser ni lícito ni posible sino el peronista. "Mi único heredero es el pueblo", es una consigna terrible. Imita la nostalgia de Marco Aurelio por la República romana. Pero sólo la imita. Y aquella consigna postrera de Perón (más allá de que la expresión astuta laudara de ese modo las pretensiones de los herederos ávidos...) es terrible precisamente porque ya ha elidido el adjetivo peronista, por entenderlo innecesario por redundante.

Lo malo de la desaparición de la masa peronista es que con ella desapareció o se hizo inane, algo de la harina con la que esa masa estaba amasada. Y he dicho alguna vez que algunas ideas y algunas prácticas del peronismo no son de Perón. Y eso no quiere decir que esas ideas y prácticas no tuvieran hebras que fueran de buena madera cultural, política, social o económica. Sino al contrario. Con esa harina se había hecho una masa peronista de la que acabo de decir por qué era bueno que desapareciera. Pero no digo que toda la harina con la que se amasó fuera mala. Era malo el panadero, en todo caso. Habrá quien poniendo cara de inteligente diga en este punto que ya es suficientemente perverso que eso sea una masa y que eso mismo es parte del problema. Pues una masa es una cosa y un pueblo es otra. Y ya lo sé. Y como el inteligentón ha observado el punto, me ahorró la fatiga de tener que decirlo.

Pero estas líneas miran a la situación presente más que nada. Y de esa situación he dicho que se parece en algo a la que se vivió entre 1955 y 1973. Claro que Perón ya no está y la masa peronista, como postulo, se ha trasmutado (o diluído) de tal suerte que bien podría decirse que ha desaparecido.

Está la cuestión, axial, de lo que quedó en su lugar. Y es muy importante considerarlo, aunque algo ya dije al respecto. Pero habría que decir algo más.

Sin embargo, tal vez el mismo inteligentón de unas líneas arriba, y con toda razón, quiera inquirir en qué podría parecerse un tiempo y otro, si dos elementos fundamentales de uno de ellos, y dos elementos que lo signan esencial y gravemente, han desaparecido y, lo que es más, sin dejar aparentemente huella alguna.

Pero el asunto es, por otra parte, que el peronismo, como dije, parece seguir gobernando todavía y con aspiraciones no muy sutilmente disimuladas de gobernar mil años.

O, si contamos el tiempo en que se ha calzado la corona en los últimos 70 años, unos 963 años más, para tratar de ser más precisos.