viernes, 26 de septiembre de 2014

Algo sobre octubre


Una de las cosas más impresionantes de este mundo bajo la luna es el tiempo. Y no estoy hablando del tiempo de los filósofos, menos del tiempo de los físicos, aunque sé que en una y otra vereda hay enormidades y honduras que también son de paladear y de asombrar.

Tampoco hablo del tiempo del mundo celeste, de lo que entra y sale del tiempo yendo y viniendo del Cielo a los hombres. Es más hondo, inconmensurablemente, sí. Y sin eso no se entiende nada. Sin la eternidad, quiero decir, no hay modo de entender ni el tiempo ni lo que vive en él.

Con todo y eso, está ese tiempo tan físico como interior, tan de todos como propio (imposible de otro modo), siempre en un cruce inevitable entre lo propio y lo de todos, y siempre difícil de desentrañar y de distinguir.


Los meses, los días, los años, las horas. No son seres espirituales (¿no?). Ni siquiera seres vivos.

No tienen intenciones, no tienen propósitos, ni recuerdos, ni olvidos. Ni amores ni alegrías, ni rencores, ni penas. Y al no tenerlos, no podrían darlos.

Son del tiempo. Son tiempo.

Y sin embargo.

Aquí estoy a la vista de las vísperas. Porque allí está octubre. Mi octubre, se entiende.

Con los años, octubre terminó guardando lo dulce y lo agrio en partes iguales. Y no hay modo de volver a él cada año sin la sensación extraña de que las hebras de una cosa y de la otra, así tramadas, también vuelven dulce lo agrio y agrio lo dulce. ¿Eso lo hará octubre?

¿Dónde se enhebran las hebras?

Están en el aire de octubre, se dice el corazón. Imposible, se argumenta a sí mismo. ¿Cómo no lo verían los demás hombres? Entonces sólo está en tu corazón, dice el corazón. Difícil un poco es eso, se replica, porque es octubre, y no otro tiempo, el que se ha guardado esas felicidades y esas congojas y aunque haya por allí de ambas cosas en esto y en aquello, el corazón mira las fechas y los días y hasta las horas. Y el mes, claro. Y las fechas y los días vienen a él con su equipaje.

El corazón mira lo que lleva él mismo, dice el corazón. No sólo, se contesta. Porque está lo que hay en octubre y está él en octubre. Y entonces ríe o se lamenta. Y ambas cosas. Y siempre las mismas cada vez, cada mismo día de cada tiempo igual.

Pero, ¿son siempre las mismas, siempre serán las mismas cosas cada vez? Quién sabe.

Tal vez, sé que eso ocurre, un día lo agrio y amargo descubra un dulzor antiguo que se nos hace nuevo y la inversa, también.

Tal vez llegue otro día, otro mes, otro octubre, y aquello que hablaba un idioma cambie los sonidos y los sentidos y resulte otro y descubramos que el idioma nuevo no era nuevo y que el idioma viejo no era ningún idioma.


Mientras eso no pase, pronto llega octubre.

Mi octubre, se entiende. El agridulce.