miércoles, 22 de octubre de 2014

Buey, ángel, puerros y pañales




El quinto día del Heptamerón de Leopoldo Marechal está dedicado a La Poética y esta composición está dividida a su vez en dos partes Biografía del Poeta y Arte Poética.

De esta última parte, que Marechal dedicó a Rafael Squirru en 1964, están tomadas estas estrofas que dejo aquí.

2

La complexión monstruosa del poeta
se afirma en el contraste de su noble mirada:
con el ojo derecho mira en horizontal,
como el buey de paciencia cotidiana
o el hombre de peinado triste y obligatorio;
con el izquierdo mira en vertical,
según la ley del ángel,
hacia la flor abierta de todas las alturas.
Y es así, Rafael, como el aeda,
puesto en aquel dualismo del mirar,
traza la resultante de una y otra visión
y se queda en la oblicua peligrosa del monstruo.
¿Es un buey  en tangencia con el ángel
o un ángel que ha rozado la tangente del buey?
La humanidad, fluctuando en esa duda,
guarda un mutismo casi respetuoso.

3

No obstante, la Experiencia de golpeado esternón
esgrime su verdad en este axioma:
“Todo poeta es una zarza hostil
en el campo de puerros de la Sociología”.
Rafael, cuando el hombre municipal eructa
canciones licenciosas en su baile de un año,
el poeta, cubierto de ceniza,
le vuelve a recordar en sus estrofas
aquel sabor eterno que nos fue prometido.
Y cuando al fin el hombre rasga sus vestiduras
y se arropa en un llanto de ternero,
el aeda lo invita, sin pudor, a la danza
y le ofrece los vinos tintos de su locura.
Por eso los mortales, con buen juicio,
lo prefieren guardado en su ataúd
(tal un roto violín en su estuche de felpa),
o erecto en una estatua que insultan las palomas
cuatro veces al día.

4

Rafael, en el Arte Poética yo entiendo
trazar la biografía de mi alma.
Tempranamente allá en el Sur, ¡oh, días!
el  esplendor terrible de las formas
enamoró mis ojos y despertó en mi lengua
los urgentes afanes de la música.
Si yo aticé la llama de potros exaltados,
antes los admiré como frutas del Verbo.
Y allá en el Sur, cuando pesaban otros
la carne de las cosas,
yo las nombré temblando, y fueron mías.
Pero más tarde puse yo los ojos
en mi propia natura de cantor,
para escrutar su enigma y adivinar sus leyes:
¿Quién era yo, ese niño que alborotaba idiomas
en un silencio duro como la geología?
El Arte que ya escribo es la respuesta.

5

Frente al Verbo admirable
y en su línea, yo soy
un haz de lo posible musical.
Descubrir esta esencia junto a un caballo moro
se parece a encontrar una llave perdida.
La tomo y abro: si en el Verbo soy
una espiga de música posible,
debo guardar fidelidad al Verbo
y proferir en acto lo que calla en potencia.
Es un trabajo ad intra por el cual yo realizo
lo que le corresponde a mi substancia.
Y esa conformidad del portalira
con su naturaleza inalienable
debe ser anterior al canto mismo
y a toda pesadumbre de laureles.
Rafael, cierta noche, junto a un caballo moro,
vi yo a la Metafísica en pañales.

¿Y por qué está esto aquí?

Quién sabe.

Tal vez sean tiempos para aquellos que Marechal llama en su obra el Poeta, hagan versos o no.

Tal vez sean tiempos ahora más que antes en los que es más necesaria la mirada horizontal del Buey, pero también la vertical del Ángel y ambas en una oblicua peligrosa.

Y tal vez haya que mirar más que antes y por un tiempo todavía con la oblicua peligrosa del Monstruo, trazando la resultante de una y otra visión, como dice allí. Y eso porque nadie tiene derecho a ser sólo Buey si no es sólo Buey, como tampoco tiene derecho a ser sólo Ángel si no es sólo Ángel. Y tal vez ahora menos que nunca.

Tal vez el campo de puerros de la Sociología -de la Sociología de cualquier tipo, que las hay de todas clases en toda cosa- todavía tenga que soportar -y haya que hacerle soportar- la zarza hostil del poeta que traspase el cuero duro del Buey horizontal, para que no se apoltrone creyendo que la horizontal nunca acabará, y mantenga a la vez en la altura la presencia del Ángel, que le diga a los hombres que el destino es la altura y más allá de la altura. Y eso para que no se olvide que en la historia de los hombres, en este mundo bajo la luna, no somos ni una ni otra cosa, ni Buey ni Ángel, sola y excluyentemente.

Y tal vez sea necesario que haya todavía de esos Monstruos en la oblicua peligrosa, porque lo que hay adelante no es menos que los pañales de la Metafísica, pero son pañales de algo mucho mayor que la Metafísica.

Y porque la historia no estará en pañales siempre. Y el tiempo no será siempre.

Si nadie más quiere verlo ni quiere decirlo, tendrá que verlo y decirlo alguno que -de este lado del tiempo- en la oblicua peligrosa de la mirada del poeta, sepa que esta tierra del Buey y estos cielos del Ángel pasarán y otros Cielos y otras Tierras que no pasarán ya están en pañales más allá de este tiempo.

Y todo por fidelidad al Verbo.


Y tal vez para eso era finalmente para lo que se necesitaban los poetas.