lunes, 6 de octubre de 2014

¿Por qué no te callas?



Entre otros, hay un monasterio en Monte Athos: Vatopediu o Bατoπαiδíoυ, como prefiera. Es el segundo en importancia de los 20 que hay en la que llaman la Montaña Sagrada.

El nombre griego es una palabra compuesta de arbusto y niño y viene de un episodio que se narra en las tradiciones del monasterio: allá por los fines del siglo IV, un hijo del emperador Teodosio el grande se cayó de un barco y fue rescatado por la Theotokos y llevado sano y salvo a la costa, donde se lo encontró durmiendo junto a un arbusto, no muy lejos del lugar donde estaría más tarde el monasterio. Con el tiempo, los monjes pintan un ícono que homenajea a la Virgen por ese rescate milagroso.

No sabría yo esto si una de mis hermanas no me hubiera traído de Rusia lo que ellos por allí llaman kartiny, esto es, una reproducción de un ícono. El que ilustra la cabeza de esta entrada es precisamente el que me regaló.

Me llamó la atención especialmente la mano de ambos, Madre e Hijo. No soy un experto en iconografía mariana, y menos en la oriental u ortodoxa, pero alguna poca cosa sé y esa pose no la había visto nunca.

La busqué y no tardé mucho en saber que era una de las siete imágenes milagrosas de la Virgen que hay en aquel monasterio que digo. A ésta se la conoce y se la venera como Panagia Paramythia, que es como decir Nuestra Señora de la Consolación o del Consuelo.

Pregunté de dónde venía aquella figura que, en efecto es una versión rusa (probablemente del siglo XVIII) de su original griego. Mi hermana no sabía.

Averiguando por mi cuenta supe entonces que el ícono original, aquel del homenaje al milagro del niño en el arbusto, no tenía cuando fue pintado la posición de las manos que le veía a esta imagen y que me había llamado la atención.


El asunto es que la tradición cuenta que a principios del siglo IX, una mañana, unos piratas acechaban a los monjes, agazapados en las costas y esperando para saquearlos, no bien abrieran las puertas después de rezar Maitines. El superior de los monjes, concluido el oficio, se queda rezando y ve y oye que el ícono se mueve y habla, más precisamente la Virgen, que le advierte, más o menos con palabras similares a éstas: "No abran las puertas hoy, vayan a las murallas y defiéndanse y echen a los piratas que los están esperando para saquearlos..."

El monje ve, entretanto, que el Niño mueve también su brazo y tapa la boca de su Madre, mientras le oye decir: "No los adviertas, Madre, que son un rebaño flojón y pecador. Que bajo la espada de los piratas padezcan un poco la penitencia que merecen..."

Pero el monje ve todavía un movimiento más. La Madre toma la mano del Niño y apartándola apenas (que es lo que se ve en el ícono) repite entonces su advertencia. Lo que salva a los monjes del saqueo, claro.

El milagro se conmemora el 21 de enero y cada viernes a la tarde, antes de la Divina Liturgia, cuando los monjes rezan sus cánones de agradecimiento y súplica ante el ícono, junto al cual hay una lámpara siempre encendida.

Según la tradición, el ícono conserva desde aquella ocasión los cambios en las figuras, y la Virgen y el Niño quedaron en las poses que hoy se ven, y que es lo que precisamente me había llamado la atención.

Pero.

Después de conocer el asunto que está detrás de la imagen muy admirada en el mundo ortodoxo, me llama la atención otra cosa más rara todavía.

No tanto la advertencia de la Virgen a los monjes. No tanto la advertencia severa del Niño a su Madre y el gesto de dura reprimenda a la Madre, tapándole la boca, y a los monjes librándolos a la pena del saqueo por su flojera y sus pecados. Mucho menos que el ícono se mueva y las figuras cambién de posición y gesto. O siquiera que hablen con el monje.

La actitud de la Virgen tras la amonestación del Niño es, creo, lo más sorprendente.

Y siendo los tiempos que son, la oportunidad de este kartiny sobre mi mesa me resulta grandemente extraña y significativa.