sábado, 8 de noviembre de 2014

Dios y la polis




Hay que considerar también cuántos son los elementos sin los cuales la ciudad no podría existir, ya que las que llamamos partes de la ciudad, deben figurar entre ellos necesariamente. Hay que enumerar, entonces, las actividades propias de una ciudad, pues a partir de ellas quedará clara la cuestión. En primer lugar, debe haber el alimento; después, oficios (pues la vida necesita muchos instrumentos); en tercer lugar, armas (los miembros de una comunidad deben necesariamente tener armas, incluso en su casa, por causa de los que se rebelan, para proteger la autoridad y para defenderse de los que intentan atacar desde fuera); además, cierta abundancia de recursos, para tener con qué cubrir las necesidades propias y las de la guerra; en quinto lugar, pero el primero en importancia, el cuidado de lo divino, que llaman culto; en sexto lugar y el más necesario de todos, un órgano que juzgue sobre lo conveniente y justo entre unos y otros. Tales son pues los servicios que necesita, por así decir, toda ciudad (pues la ciudad no es una agrupación de personas cualquiera, sino, como decimos, autárquica para la vida). Y si ocurre que uno de estos elementos falta, es imposible que esta comunidad sea absolutamente autárquica. Es necesario, entonces, que la ciudad se constituya teniendo en cuenta estas funciones.

El fragmento está en el libro VII de la Política de Aristóteles (8, 1328b, versión de Gredos). Y apareció citado en un trabajo sobre otras cuestiones (trabajo notable por varias razones, hay que decirlo) que leía días pasados.

Parece bastante sencillo el asunto. O parecía. Porque, a la vez, parece claro que Aristóteles -y otros con él, hace milenios- sabían cosas que, andando el tiempo, los hombres hemos olvidado. O ignorado. O combatido, si vamos al caso.

Hay que ver.