jueves, 4 de diciembre de 2014

Infidelidad



Una historia de infidelidad traerá siempre consigo algún escándalo. Es inevitable. Por conmovedora que sea la historia, y no sólo para los amantes.

No hay modo de hablar del asunto sin que haya alguna o mucha indignación y es razonable que sea así. Algo de lo que está en juego lo justifica. Como es verdad que la curiosidad se acicatea con los secretos que acompañan a las infidelidades. Como es cierto que no se sacan ventajas las infidelidades de los varones y de las mujeres.

Hay infidelidades, es verdad, que significan más que otras. Pero no hay modo de escudarse en eso para que unas u otras se beneficien con la irrelevancia o con la importancia.

Hay infidelidades memorables, también es verdad. Y hay nombres de toda suerte en todo ámbito  implicados en el asunto milenario de la infidelidad.


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Una noticia de ayer que viene de Inglaterra nos habla de dos infidelidades. Una grave y otra no tanto. De la grave no se habla, de la no tan grave, sí.

Se dice que unos restos encontrados al excavar en un estacionamiento en el centro de Leicester y que se suponía podían ser los del shakespereanamente terrible Ricardo III (1452-1485), son efectivamente los suyos de él.

Con más de 10 heridas espantosas, dicen, Ricardo murió en la batalla de Bosworth, la que libró contra Enrique, y en la que la dinastía de las dos rosas perdió la corona a manos de los Tudor.

Dice al pasar la noticia que tras la muerte, Ricardo fue enterrado en Greyfriars, lugar cercano a la batalla, en el centro de Inglaterra.

Dice también que para determinar que Ricardo era Ricardo, científicos se sirvieron de adn de algunos descendientes y lo compararron con los restos del rey.

Y dice finalmente también, y así se titula el asunto, que el estudio genético parece mostrar, casi sin dudas, que en algún lado por aquellos años, una mujer real tuvo un hijo de alguien que no era su marido. Cosa que en este caso pone en entredicho nada menos que a 8 reyes de aquel tiempo y el problema podría extenderse al presente, detalle que parece que a los genetistas británicos no los inquieta demasiado, porque las paternidades presuntas de algunos de aquellos nobles tienen algún índice de falsedad ya comprobado.

Como fuere, el descubrimiento alcanza para titular con la posiblemente desastrosa infidelidad de alguna reina, descubierta por casualidad. Y de allí en más el escándalo consabido. Tan político como conyugal, digamos. No se sabe quién exactamente, pero alguna reina fue infiel, y con ello le dio a Inglaterra posiblemente reyes sin derecho al trono, o que reinaron sin derecho.


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El asunto de veras serio es Greyfriars. Por lo menos, para mí y en este caso. Porque ese nombre es aquí la cifra de otra infidelidad -la de veras grave- de la que nada se dice.

¿Por qué lo enterraron allí al rey Ricardo? Porque en ese preciso lugar había una abadía de franciscanos desde principios del siglo XIII. Frailes grises o pardos, en razón de su hábito franciscano característico. De eso da cuenta cualquier mapa de Leicester, porque la toponimia los recuerda no una vez, sino muchas.

¿Y por qué no está la abadía y hay allí ahora un estacionamiento? Por uno de los descendientes de aquel Enrique que ganó la batalla en la que murió Ricardo, que fue otro Enrique famoso, el octavo, y por sus leyes de 1538 sobre la expropiación y vacío de los monasterios, éste de los Greyfriars incluído, que tras vacío, fue demolido con cierta saña. 

Y entonces ya no una reina, sino toda o casi toda Inglaterra resultó infiel.

Y fue así que, en nuestros días, en el mismo momento en que los ingleses ponían a la luz los restos de Ricardo, quedaron a la luz dos infidelidades y no una.


Pero las noticias hablan solamente de una.