viernes, 13 de marzo de 2015

Es hora de irse


La frase es común. Es una de esas frases que pueden aparecer al final de una visita, por ejemplo.

Salvo que la vida nos vaya en esa frase.

La vida hacia atrás, que importa tanto al irse, claro. La vida hacia adelante, también. En cualquier caso, una vida que uno sabe cuánto importa cuando es hora de irse.

El contexto, el motivo, la intención, la circunstancia. ¡Cómo hacen que una simple frase común tenga una fuerza distinta, un sabor terrible!

*   *   *

Hace un tiempo, me ocupé de buscar paisajes y ambientes de mis raíces, todas itálicas: Parma y Piamonte, Abruzos y Basilicata. Por gusto, por amor, por nostalgia de lo tan propio nunca visto y que no sé si llegaré a ver.

Conozco sus historias de ellos con mayor o menor detalle. Creo saber lo suficiente de los motivos y de las circunstancias de cada una de mis raíces, los motivos por los que ya no estuvieron allá y con eso haber hecho que un servidor fuera sembrado aquí, finalmente.

Y fue así que al mirar aquellas tierras y cielos apareció la frase: es hora de irse.

La habrán pensado ellos y tal vez la dijeron o se las dijeron. A cada uno. Cada uno.

Es hora de irse.

Dejar todo e irse. Ya es hora.

No sabrían qué sería del final del camino.

Pensarían volver. Querrían.

No suena igual irse si uno piensa en volver. No es lo mismo decirlo si uno quiere volver. No resuena igual si sabe que no volverá. O que no quiere volver, como fue el caso de uno de ellos.

Lo cierto es que, lo quisieran o no, jamás volvieron.

Ninguno de ellos. Jamás.

No sabían, no podían imaginar entonces, qué significaba ni es hora, ni irse.

Y tal vez llegaron a saberlo al final. Tal vez.

*   *   *

Irse así es un modo muy especial de irse. Haber llegado la hora de irse, así, en esos casos, se me hace que es una dimensión muy especial del tiempo, tanto como del espacio. No significa lo mismo la distancia cuando uno dice es hora de irse al colegio, a lo de mis abuelos, es hora de irse de vacaciones, es hora de irse a dar la vuelta al mundo. Y no se dice igual es hora de cosechar, es hora de comer, es hora de dormir que es hora de irse, cuando irse es eso, es así, es esa distancia. Cuando es hora significa un tiempo así.

Recordé poemas de terribles saudades de Rosalía de Castro y tantas canciones napolitanas de los que ven alejarse la costa porque llegó la hora de irse.

*   *   *

Mirando aquellas tierras, recorriendo con el corazón más que nada aquellos valles y ríos, unos pocos llanos, torrentes y bosques y lagos, viñedos y trigales, muchas sierras y colinas y montes, sentí de pronto una punzante sensación de hermandad con mi sangre, con ellos.

Vi lo que habían visto cuando dijeron, cuando oyeron: es hora de irse.

Pero no sólo saber lo que habían sentido.

Sino también saber.

¿Cuándo sería que dijera yo mismo es hora de irse? ¿Lo diré? ¿Tendré que decirlo? ¿Por qué diría es hora de irse? ¿Cómo lo diría? ¿De dónde estaría yéndome? ¿Hacia dónde? ¿Pensaría volver? ¿Podría? ¿Querría?

Emigrar puede ser una acción para la sociología o la política. Y un emigrante puede ser un dato político o sociológico. Pero un emigrante que emigra, que tiene que, que se dispone finalmente a irse, que se va, no es un dato. Es otra cosa.

Es hora de irse, entonces, se vuelve un dictamen, un propósito, una salida en un camino sin salida, un puerto en un mar desconocido, un puerto de partida y un puerto de llegada en un mar igualmente ignoto.


Claro que.

A veces, es hora de irse, así dicho, con todo y su impronta espacial, con toda su carga de distancia, no significa trasladarse.

A veces, es hora de irse puede ser una comanda temporal.

Irse de una hora, de un tiempo, de un eón.

Y no parece que las cosas cambien demasiado si ha de irse uno de un tiempo o de un lugar.

*   *   *

Al fin, mientras miraba otra vez aquellos lares de mi sangre, vi que es hora de irse tiene aún otro sentido, tan real como los demás. Y más.

En los últimos tiempos, sobre todo, he tenido que ver irse a algunos a los que les llegó la hora de irse. Y aun en estos días voy viendo también a algunos otros a los que una voz les va diciendo, prístina y neta: es hora de irse.

Y ahí sí que la hora de irse ya no es tiempo ni espacio. Ni nada.

Ya no.

No aquí al menos. No bajo estos cielos, no en esta tierra.