jueves, 12 de marzo de 2015

Morir de amor (III)


Mucho antes de conocer a Romeo y Julieta (y a Tristán e Iseult, de los que habré de decir algo otro día), conocí la historia de Hjalmar e Ingeborg.

Hace 50 años exactamente, un accidente callejero hizo que durante muchos meses no pudiera hacer otra cosa que leer. Niño era entonces y varios libros preciosos recibí en esos días y entre ellos uno de leyendas con muy sugestivas estampas y dibujos.

Había una historia fascinante de vikingos (leyenda escandinava, decía) y allí estaban Hjalmar, invencible héroe sueco, y su enamorada Ingeborg.

Las historias de Yngvi -rey vikingo de Upsala y padre de Ingeborg en las sagas- y las de su familia; la saga alrededor de Tyrfingr, la espada maldita que forjaron los enanos Dvalin y Durin (y que fue la que terminó con la vida de Hjialmar cuando se batió a duelo por su amada), así como otras historias y leyendas de esas tierras nórdicas, las conocí un poco después.

En la historia más antigua, Ingeborg muere al conocer la noticia de la muerte de su amado en combate singular con su oponente Angantyr, que es quien carga la espada maldita. Angantyr muere primero, pero Hjalmar fue herido de muerte y muerto es llevado hasta Ingeborg. Ella recibe sólo el anillo de su amado y, al recibirlo, muere. Descansan juntos, al fin, en un mismo túmulo.

De hecho, trasmutadas y reelaboradas, algunas de esas leyendas vi cuando llegué a Tolkien; y más después, leyéndolas a ellas mismas, no como fuentes de las obras del inglés, sino en Snorri Sturlusson y otros.

No hace mucho encontré un trabajo, precisamente, en el que intervino Christopher Tolkien, en 1956. Y es nada menos que una traducción de la Hervarar saga ok Heiðreks, donde Tolkien hijo escribe una Introducción filológica y erudita.

*   *   *

Visto a la distancia, y ahora que los recordé, me resulta curioso que nadie hable -ni mucho ni poco- de Hjalmar e Ingeborg.

Será la lejanía nórdica, será la dificultad para pronunciar nombres vikingos, será que otras figuras ganaron la cuerda del amor trágico y misterioso. No ha de ser el frío, por cierto, porque la historia es a la vez tan lírica como épica y, además de original y potente, es antigua y conserva el calor de una sólida leyenda trágica, cosas que el propio Tolkien supo ver y aprovechar mirando a los nórdicos, aunque de eso ahora no voy a decir nada.

Por algún tiempo, los románticos -ah..., infaltables- tomaron la cuestión de los amantes vikingos en varias formas, especialmente en música y pintura y algo poco en escultura.

Claro que, por lo mismo, tampoco me explico por qué se le escapó a Richard Wagner el asunto (y no sé si se le escapó o lo ignoró, aunque sé que hay daneses que compusieron ópera sobre ellos en los mismos años): la historia tiene todos los elementos que, en principio, podrían haberle interesado al alemán, incluyendo espadas maléficas, enanos, filtros o anillos simbólicos. Y algo del mundo feérico, se entiende.

Pero más allá de las exquisiteces literarias o musicales, sigue pareciéndome extraño que Hjalmar e Ingeborg no tengan un lugar más notable entre los amantes de leyenda.

Después de todo, también ellos amaron y murieron entre encantamientos, hechizos. Y venenos.