sábado, 30 de mayo de 2015

Cielito de San Vicente

(Aire de cielito)               

                 I

Qué fresquita la mañana,

qué contento está el vacaje,
qué aroma de pan casero,
qué dulce y claro el paisaje,

Ay, tierra, qué colorida.
Ay, cielito, qué celeste.
Ay, aromo, qué perfume.
Ay, el vientito del este.

Cielito, cielo que sí,
cielito de San Vicente;
tierra de cielo en la tierra,
tiempo de amor inocente.

Cielito, cielo que sí,
cielito del sauce verde;
quien tiene un amor del bueno,
si lo cuida, no lo pierde.


                  II

Qué brasita en el fogón,
qué tibia noche serena,
qué zorzales tempraneros,
qué dichosa esta cadena.

Ay, el cielito donoso.
Ay, cielo del pago mío.
Ay, cielito de mi esposo.
Ay, cielo, que el cielo ansío.

Cielito, cielo que sí,
cielito de San Vicente;
tierra de cielo en la tierra,
tiempo de amor inocente.

Cielito, cielo que sí,
cielito del sauce verde;
quien tiene un amor del bueno
si lo cuida, no lo pierde.
Envío:

Me das el cielo y el sol,
y yo te doy luna y cielo;
me das tu cielo y mi gozo
y a tu cielo voy de vuelo.




De la espera amante

(Aire de triste)

La loma del trebolillo
respira el aire de mayo
y un alazán de soslayo
mira el campo, huele el viento
y se va tranqueando lento
con otro alazán y un bayo.

Frío el llano, madrugada,
niebla que el día demora,
una calandria que llora
entre el ramaje de un tala
y en su trino triste exhala
el amor que la enamora.

Junto al puntal del alero
la moza mira la huella
y espera ver si por ella
su corazón aparece;
pasa el día, ya atardece,
el cielo ya dio una estrella...

Se oye un relincho en el bajo
y una figura galante
bajo la luna brillante
parece que se ilumina
en los ojos de la china
y en su corazón amante.






viernes, 29 de mayo de 2015

Niña del viento

(Aire de huella)

             I

Cogollito de malva,
luz de la tarde,
florcita de romero,
brasita que arde.

Estrellita de plata,
noche de luna,
y el talle como mimbre
de mi laguna.

A la huella, a la huella,
niña del viento,
si me quiere le canto
mi juramento.

A la huella, a la huella,
mi consentida,
para amarla me queda
toda la vida.

Quién pudiera, churita,
robarle un beso
y culpable en sus brazos
quedarse preso.


              II

Alegría del campo,
mi flor de lino,
voy buscando su huella
por mi camino.

Mi destino me trajo
junto a su puerta;
mire, niña, que llego:
déjela abierta.

A la huella, a la huella,
niña del viento,
si me quiere le canto
mi juramento.

A la huella, a la huella,
mi consentida,
para amarla me queda
toda la vida.

Quién pudiera, churita,
robarle un beso
y culpable en sus brazos
quedarse preso.





Del bordoneo

(Aire de estilo)

Llora el cielo en arreboles
que son una maravilla
y el sol cayendo se astilla
como si fueran cien soles.
La tarde luce faroles
como guirnaldas de plata
y la noche le arrebata
la luz al día que muere,
mientras un canto que hiere
unas desdichas relata.

El bordoneo delata
la pena del bordoneo
que, en un triste galanteo,
anda nombrando a una ingrata.
La voz del cantor remata
las décimas del dolor
con apenas un rumor,
eco en la pampa desierta:
"...el alma parece muerta
cuando se ha ido un amor
..."




jueves, 28 de mayo de 2015

De la moza

(Aire de triunfo)

               I

La moza que me mira
no tiene dueño,
que digo
no tiene dueño.

Y en la miel de sus ojos
yo vivo y sueño,
que digo
no tiene dueño.

Zorzales en su risa
dicen amores,
que digo
dicen amores

Y por su voz me cantan
los ruiseñores,
que digo
dicen amores

Este es el triunfo, niña,
que le da abrigo,
para que venga conmigo.



               II

Ay, mocita, en su nombre
le estoy cantando,
que digo
le estoy cantando

Y al nombrarla en la noche
ya va clareando,
que digo
le estoy cantando.

Ay, la niña morena
que me enamora,
que digo
que me enamora.

En mi alma la quiero
reina y señora,
que digo
que me enamora.

Este es su triunfo, prenda,
venga conmigo
para que le dé mi abrigo.





miércoles, 27 de mayo de 2015

Del fuego

(Aire de milonga)

Hay un fuego que no canta
ni el mejor de los cantores,
aunque silben ruiseñores
cuando trina su garganta.
Es una chispa que espanta,
una brasa que al nacer
todo enciende en su poder,
todo lo abrasa en su fuego
y deja el canto en un ruego
que nunca deja de arder.

Hay un fogón donde brillan
corajes que se quemaron,
y cobardes que atacaron
donde valientes se humillan.
Allí los robles se astillan
y encienden como papel,
porque es fuego el fuego aquel
que encendido no se apaga
y deja ardiendo una llaga
hasta en el hombre sin hiel.

Hay un fulgor que se inflama
donde se quema el sufrir,
rojo carbón que al herir
deja al corazón en llama.
Y por más que el hombre clama
herido de ese dolor,
nada tiene por mejor
que vivir en esa hoguera:
que el gozo de arder espera
el que se incendia de amor.






martes, 26 de mayo de 2015

Copla morena


De toditas las flores,
la más bonita
es tu risa, morena,
de quitapena.

De todos los amores,
tu voz serena:
porque es la más bonita
que penas quita.

De todos los dulzores,
mi palomita:
con tu risa morena,
tu almita buena.

Te doy esta coplita
de mi colmena,
la cantan soñadores
y ruiseñores.






lunes, 25 de mayo de 2015

Tu nombre


Hay quien sabe tu nombre.

Me lo dijo el aire que andaba meciéndose en las casuarinas
pronunciando tu nombre,
apenas rayó el filo de luz de la mañana fría.

Iba el aire silbando tus acentos en medio de la niebla.

Me dijo que hay quien sabe tu nombre.

Que, en el cielo,
lo dicen unos ángeles que parecen otoño
y tienen unos ojos llameantes como el trigo en diciembre.

Iguales a tus ojos.

Me dijo que lo murmuran con alegría los arroyos y los labradores.

Y me dijo que,
porque en el cielo lo dicen galaxias de arcángeles y querubines,

cuando el oeste viene pariendo tormentas
que alegran mi ventana al poniente,

entonces se oye entre los truenos su dulzura.

Porque tu nombre ríe entre las tormentas y los querubines.

Y que nadie, me dijo el aire con pudor de niña,
se atreve a pronunciarlo
si no es entre lirios, o entre flores azules,

o con la reverencia feliz,
la frente apenas inclinada.



*   *   *


Ahora,
frente al silencio de este llano que luce como un mar de dolores,
y que no es más que la fragancia de tu ausencia,

ahora que toda esta claridad te nombra
mientras un ave parda y cobre canta en las fronteras de su nido,
y está tan quieto todo,
claramente oigo el zumbido lejos de abejas en su viaje de miel...


El aire ha dicho la verdad.





sábado, 23 de mayo de 2015

Torcacita de mayo


Niña torcaza mía,
mañanita de mayo,
tu nombre llena el aire
cuando te llamo,
mientras voy por la sierra
solo y copleando.

De retama y romero
se me hace el canto
y lo dejo en tu puerta,
enamorado,
niña mañana mía,
torcacita de mayo.






jueves, 21 de mayo de 2015

Amor en guerra


Voy en guerra de amor bajo tu luna,
que es arroyo de miel como candela
en la noche de mayo; centinela
de una herida feliz que es mi fortuna.
Una herida de amor como ninguna
que asedia con amor la ciudadela
del corazón, que acecha en duermevela
y vela armado con tu luz que aluna.
Ya libro mi combate: el limonero
a tu rayo se aroma, cruje, estalla
en esquirlas de oro; el aire huele
a corazón en guerra y estrellero;
y pues mi gozo arriesgo en la batalla,
gime la salvia y el jazmín se duele.




martes, 19 de mayo de 2015

De la novia fragante


Para M. L. A., con amor


Caricia de cedrón huele en tu pelo
y te besa la piel la yerbabuena,
como a una novia aroma la verbena
entrelazada en el jazmín del velo.
En un aire de menta en pleno vuelo,
tu mirada, que truena de morena,
blanca de puro ardor, como azucena,
se enjuga en el perfume del pañuelo.
Entre azahares bramantes se ha dormido
tu alegría esponsal, tu dicha clara
y un incienso de amor vela tu sueño.
Colmenas de una miel celeste y rara
a tu cielo de flores han venido,
como en el dulce abrazo de tu dueño.


___________________________________

Mayo, 22, 2015




domingo, 17 de mayo de 2015

Late el aire

(Aire de cifra)

Más silencioso y aireado,
más tibio que el aire ahora,
el viento que me enamora
silba un son enamorado.
Ruge y el aire callado
en su silencio rugiendo,
anda llevando y trayendo
cien tropeles de azahares
que en heridas y pesares
dejan el cielo latiendo.

Y el cielo sin voz diciendo
la luz que la tierra aquieta,
con su mirada secreta
todo en su luz va pariendo.
El aire clama volviendo
en viento al laurel amante
y en sus ramas, navegante,
clava el canto un ave sola
que con el aire se inmola,
feliz, al aire fragante.





miércoles, 6 de mayo de 2015

Señora de los ocasos




Creo que las cosas aparecen cuando tienen que aparecer. Tal vez exactamente en el momento en que se las necesita.

Siempre dichas en un lenguaje misterioso y simbólico, hay cosas que están ante nuestros ojos durante años.

Invisibles ellas, ciegos nosotros.

Y así fue esta vez, otra vez.

*   *   *

Almorzaba con mi madre, solos los dos, como habitualmente pasa cada semana.

La comida es espléndida, como siempre, sencilla, sabrosa, con la abundancia justa.

A los años, me viene apareciendo cada vez más nítido que los veros manjares no son los que están en la mesa, sino otros; y son los que realmente voy a extrañar cuando ya no los tenga en el plato insaciable de mis oídos.

Son sus cuentos, sus relatos, las historias de su vida, de sus viajes, de las vidas de otros.

Y así fue esta vez. Otra vez.

*   *   *

Veo la imagen que está en la cabecera de su cama desde que era mozo. Siempre allí, aunque haya cambiado de casa y de cuarto al menos tres veces.

Una imagen bella, una tabla dorada con muy buena técnica que hizo y le regaló un amigo de mi padre hace casi cincuenta años.

Es evidentemente un fragmento de una obra mayor. Típicamente itálica, medieval, de los siglos altos. Finísima estampa de Madre e Hijo.

Tal vez la familiaridad engendró el menosprecio, diría Chesterton. Me bastaba la belleza. La impresión serena, quieta y digna que me causaba esa presencia habitual. Un gesto de ternura materna, una devoción filial. Bien dichas ambas cosas.

Pero hoy fue distinto.

Hablábamos de gentes y de viajes.

Allí recordó unos paseos por Florencia, primero, y por Asís más tarde.

- Ahí es donde está esa imagen, me dijo señalando a la consabida cabecera.

Tuvo que despejar sus recuerdos hasta que, afinando un lápiz imaginario, trazó incluso un mapa en el aire, y después sobre el cubrecama, memorando sus andanzas por Florencia y Asís.

- ¿Ves que la Virgen señala al costado y el Niño le indica dos con su mano? Ella está señalando a san Francisco y Él le dice que si elige, elige a los dos, no a uno solo... cuando la vi allá, ya la conocía: era esta misma, aunque, claro que es más linda aquella...

*   *   *

Miré la tabla infinidad de veces en estas decenas de años pasados. Jamás había visto el detalle de los gestos con detalle y me sorprendió y me alegró.

*   *   *

Volvía a casa en el tramonto, en el temprano ocaso conurbano de este otoño informe, denso, pesado, gris, ácido.

Y me acordé, mientras iba pensando en nada, como se piensa cuando hay que sortear miríadas de autos por las callejas en trámite aburrido y lento. Conocía la imagen completa. La había visto. Y tampoco me había llamado suficientemente la atención, se ve, porque no recordada que me hubiera causado entonces alguna emoción más que la de la belleza y elegancia de esas pinturas italianas medievales.

En la casa me esperaban asuntos menos gloriosos y con mucho pedestres.

Pero llegó el momento de poder buscar la imagen. El gesto de la mano de la Virgen, el de la mano del Niño, sus miradas, eran de un diálogo gestual imperdible.

El fragmento prometía misterios y símbolos. Y creo que los tiene esta obra que, en el siglo XIV, significaba una cosa y que hoy tal vez signifique aquello y algo más. Algo para estos días.

*   *   *

Tiene varios nombres esa obra célebre y muy celebrada, pero diría que el que más le cuadra es el de Madonna dei tramonti: Señora de los ocasos. Un sobrenombre, en realidad, pero que hoy por hoy se llena de interesantes significados y derivaciones, que por aquellos siglos no pudieron haberse vislumbrado, creería un servidor.

La razón del sobrenombre es sencilla y luminosa. El fresco que pintó en el primer cuarto del 1300 Pietro Lorenzetti, digno hijo de la escuela de Siena, tiene enfrente un vetanal que deja pasar la luz del sol cuando se pone, en el tramonto de Asís, en el ocaso. Y así es como, con la luz del ocaso, se ilumina el fresco que está en la capilla dedicada a san Juan Bautista. Y de allí su nombre.


La presentación oficial franciscana del asunto dice sucintamente algo así:
El ciclo lorenzettiano halla su sereno y sonriente epílogo en el conocidísimo cuadro de la Virgen que ensalza a Francisco. Invita gentilmente al Niño Jesús a bendecir a nuestro Santo, señalado su cuerpo con las llagas de la Pasión, y anteponiéndolo, por este motivo, al Apóstol predilecto, Juan. [La Virgen de los Ocasos: así es llamada esta imagen porque durante las puestas de sol queda iluminada por los rayos del astro que se filtran a través de un ventanal que está enfrente. Es la obra maestra de Lorenzetti por la gracia y suavidad de la figura, por la eficacia expresiva, por lo luminoso y transparente del color. La Virgen, con el Niño en los brazos, tiene a su derecha a san Francisco y a su izquierda a san Juan Evangelista. El rostro de ella, lleno de ternura, se dirige hacia el Hijo con expresión bendecidora y a la vez interrogativa: la Madre parece responder volviendo hacia san Francisco el pulgar de la mano derecha. Es una sagrada conversación que ofrece ocasión para muchas interpretaciones (R. Cianchetta)]

Una clase de Anna Lanzetta, estudiosa del arte de ese tiempo en esas regiones, resume así el asunto, con opiniones personales acerca de las implicaciones técnicas y culturales de los gestos:
Nella Basilica inferiore della chiesa di S. Francesco di Assisi, nel transetto sinistro della Cappella della Maddalena, tra gli affreschi di Cimabue, Giotto e Simone Martini, si può ammirare l’affresco di Pietro Lorenzetti che rappresenta quattro personaggi di cui due impegnati in un dialogo. Al centro dell’affresco c’è una scena di vita quotidiana: la Madonna è intenta a parlare col Bambino e la gestualità indica il dialogo in atto. Il dialogo, apparentemente muto, ma esplicitato dai gesti, ci rende compartecipi. Un meraviglioso bambino, comodamente seduto in braccio alla mamma, richiama la sua attenzione con le dita della mano e chiede di parlare, atteggiando il viso alla domanda. La mamma, con piglio quasi severo, lo ascolta attenta. Le due figure a lato sono: San Giovanni apostolo e San Francesco e il bimbo chiede,  per non confondersi nella scelta: “dimmi mamma, a chi mi devo rivolgere per primo”? E la mamma gli risponde, indicando, con il pollice della mano destra, San Francesco, quasi a dire -siamo in casa sua-. Basta quel gesto e  l’arte  diventa improvvisamente vita. Il -gesto dialogato-, protagonista della pittura di Giotto, segna l’apertura dell’arte alla modernità espressiva. L’affresco rappresenta  dunque una scena di vita quotidiana,  che si può ammirare e leggere con precise connotazioni che assumono rilievo nell’espressività che, esulando da un contesto ieratico, diventa umanità. Al dialogo assistono, attenti e silenziosi, i due santi. Dolcissimo il volto della Madonna; una mamma attenta alle domande del figlio, in una costruzione che , basata su pochi elementi espressivi, si connota nel gesto e nello sguardo. Quel gesto provoca  nel visitatore una forte emozione alla presenza di una Madonna che è essenzialmente mamma e segna un’evoluzione nel concetto di un’arte che,  diventa espressione di vita stessa.

È “La Madonna dei Tramonti”, cosiddetta perchè affrescata da Lorenzetti di fronte a una finestra dalle quale, un raggio di sole, entrando nell’ora del tramonto, la illumina in tutta la sua bellezza. Un raggio di sole che sembra  illuminare un gesto che spalanca le porte alla modernità della pittura, almeno secondo il mio parere.


Sin duda que la obra de Pietro Lorenzetti es un homenaje a san Francisco, anteponiéndolo en la obra al discípulo amado. Homenaje directo o indirecto, según se lo vea.

En un texto de la enciclopedia global -que entiendo debería atribuirse a la especialista crítica Chiara Frugoni- se explican así los gestos del fresco:
Sotto la grande Crocifissione l'artista raffigurò i due santi Francesco e Giovanni Evangelista accanto alla Madonna col Bambino, affacciati a una finta balaustra e a mezza figura. A differenza del trittico della Madonna col Bambino tra i santi Giovanni Battista e Francesco nella vicina cappella Orsini, qui il pittore pose le figure nello spazio libero (in questo caso uno sfondo dorato), senza ricorrere ad archi e cornici di separazione.

Come in altre opere, le tre figure dialogano con gli sguardi e i gesti. Amato dal pittore e da suo fratello Ambrogio è il gesto di indicare col pollice, che in questo caso la Vergine a rivolge san Francesco dietro di lei, come a rispondere a una domanda del Bambino, che infatti alza la destra con un gesto di interrogazione. Francesco, con un gesto elegante, si porta la mano stigmatizzata al petto come ad accogliere quella muta chiamata. Giovanni, dall'altra parte, regge il proprio Vangelo e con la mano libera accenna un gesto d'assenso. I due santi laterali sembrano guardarsi intensamente, alludendo forse a una complicità nel riconoscere il valore delle stimmate equiparato a quello delle Scritture nella diffusione del messaggio evangelico. Un crocifisso si trova infatti proprio sotto Maria.

Perduta è l'altra mano di Francesco, che forse rivolgeva un cenno al committente devoto, rappresentato in un riquadro appena sotto.

I rapporti tra le due crocifissioni, grande e piccola, sono stati studiati e approfonditi: la grande scena appare come la rievocazione di un passato remoto, mentre il piccolo crocifisso riporta l'osservatore ai suoi tempi, rendendolo attuale grazie all'intermediazione di Francesco che ne rivisse il sacrificio, cercando poi di ridestarne il ricordo nei cuori dei fedeli con la sua predicazione.

Y todo el asunto es en cierto sentido una exageración. Aunque no está exenta de miga la cuestión, vista 700 años después, en estos tiempos nuestros.

*   *   *

Sin embargo.

Es curiosa también la historia que dice haber oído en Asís y que hoy me contó mi madre, porque de su relato surge un clima completamente distinto. Y me pregunto seriamente si esa confusión es una mera casualidad, o si hay alguna bonita y secreta clave en esa involuntaria confusión de una doña de casi noventa años que recuerda un viaje de hace 20 años por aquellas tierras de la Umbría.

Según decía, la Virgen le estaría preguntando al Niño cuál de los dos elegiría y el Niño le estaría contestando: los dos.

*   *   *

Y hasta aquí llego por hoy, porque el asunto me tiene pensando.



____________________________

Antes de finir esta entrada, hay que decir que, en la misma basílica inferior, hay otro fresco de Lorenzetti en el que una especie de tríptico, sembrado también con gestos significativos y miradas que hablan, representa a la Madonna, al Niño y a sus lados a san Francisco y a san Juan Bautista, con un significado parejo al de la obra anterior, y que aquí dejo en imagen y explicado en otro texto de Chiara Frugoni.

Divisi da arcatelle ogivali che simulano la forma di un polittico, con rappresentazioni di angeli simmetrici a riempire gli spicchi superiori, la Madonna col Bambino è dipinta a mezza figura su sfondo dorato tra i santi Giovanni Battista e Francesco. Il Battista, oltre che per la veste da eremita e la barba e la capigliatura lunga e incolta, si riconosce per il cartiglio che riporta un passo del Vangelo di Giovanni (ecce vox clamantis in deserto, parate viam Domini). San Francesco si riconosce invece per il saio e per le stimmate.

Entrambi i santi puntano l'indice verso il basso, probabilmente sottintendendo l'altare e il ruolo di Cristo come agnello sacrificale durante l'eucarestia. I due santi si scambiano una sguardo intenso e anche nel levare l'altra la mano verso l'interno compongono un effetto simmetrico che ne simboleggia la completa empatia. Entrambi dopotutto predicarono per tutta la vita la venuta di Cristo. Maria, che stringe il bambino in braccio, sembra rivolgere uno sguardo di muta approvazione a Francesco. Raffinatissimo è il panneggio della madre col figlio e la naturalezza con cui essa regge il bambino, che le pone una mano nella mano e gioca col suo velo. Preziosa e raffinata è la lavorazione dell'oro, nelle aureole, nello sfondo e nel bordo del manto di Maria, nonostante le difficoltà rappresentate dall'uso della tecnica nell'affresco.







domingo, 3 de mayo de 2015

La virgen del demonio



Hace unos días, Dom José Ignacio, de ojo fino, tuvo la gentileza de mandarme de regalo unas líneas sobre san Pedro de Verona o san Pedro mártir, protomártir de los frailes dominicos, asesinado en 1252, mientras era prior e inquisidor en la Lombardía y el norte itálico, predicando contra los cátaros en aquellos lugares.

El regalo traía otro regalo: uno de los frescos que adorna la capilla Portinari, en la basílica de san Eustorgio, esto es Milán.

El motivo de la pintura es uno de los cuatro milagros que pintó el sutilísimo Vincenzo Foppa hacia 1460 y tantos y que ilustran pasajes de la vida del santo dominico en cuyo homenaje fue construida la capilla en esa época. Dejo aquí un paseo ilustrado por la arquitectura e historia (y algunos datos más) de la obra que fue adosada en el siglo XV a la construcción primitiva, por encargo de quien era legado de los Médici en Milán, Pigello Portinari, para contener y honrar los restos de san Pedro mártir.

No conocía el asunto para nada y agradezco tanto que me lo haya hecho conocer el buen fraile.

Dos cosas llamativas.

En primer lugar, el hecho de que la capilla primitiva fuera construida inicialmente por el obispo san Eustorgio en el siglo IV para que allí reposaran reliquias de los Reyes Magos, que finalmente terminaron en Colonia, por obra de Federico Barbarroja que se las llevó en el siglo XII. Con el tiempo, la catedral de Colonia se construyó para guardar ella también esas reliquias, como ocurrió en tiempos de aquel Eustorgio, griego, santo obispo de Milán, quien recibió en Constantinopla, y de manos del emperador Constantino, las reliquias que digo y que es tradición que las encontrara santa Elena, la madre del emperador, y que fueron el regalo a Milán en ocasión de la consagración episcopal de san Eustorgio en el año 343. Recién el 6 de enero de 1904 pudieron recuperarse algunos huesos que accedió a devolver Colonia y que hoy están otra vez en Milán, en la capilla dedicada, en un arca.

Pero el segundo asunto es notable también y nos lleva al siglo XIII.

Unos herejes le tienden una trampa a san Pedro y lo llevan a una capilla en la que han invocado al demonio. De pronto, se aparece ante Pedro de Verona y los circunstantes una Madonna con el Niño en brazos, aunque, según se verá, debería escribir ambas cosas con minúscula.

Resulta que san Pedro intuye que la aparición es falsa porque alcanza a verle los cuernos a ambos y confronta con la Eucaristía a la figura de la madre con el hijo, desafiándola a arrodillarse ante Él, y rendirle culto bajo la forma eucarística, si es verdad que ella es la madre de Dios. Y es así que cae la máscara y aparece sin tapujos la cornamenta luciferina en la madre y el hijo .

*   *   *

Curioso. Maravilloso y feliz para aquellas gentes en esos tiempos.

Distinto es el sabor del asunto para gentes de estos tiempos nuestros, y eso en opinión de un servidor, si se me permite.

Es maravillosa la historia de san Eustorgio y sus reliquias de los Reyes Magos, regalo imperial a un súbdito griego que va a confirmar a Constantinopla su nombramiento episcopal en Milán. Y es tanto o más maravilloso que un feligrés de las villas y los campos lombardos en el siglo IV tenga semejante asunto al alcance de sus manos. Y un gran obispo, por añadidura. ¿O la añadidura son las reliquias de los sabios reyes de Oriente por tener un gran obispo?

Ve, mi amigo: es cosa de tener para elegir qué cosa le parece más maravillosa o grande. Suerte del siglo IV...

Ahora bien, menté a un Federico Hohenstaufen. Pero dejemos ahora de lado al Barbarroja, que esto no parece cosa para alemanes, que por otra parte tienen un papel lateral en esta historia que ahora me ocupa (salvo por una cuestión simbólica oculta en el ida y vuelta de las reliquias, Bizancio en el medio..., pero eso para otro momento, si acaso...).

Sin embargo, si alguien insistiera en meterse en las varas de esa camisa, zambúllase en el siglo XII de aquel Federico y podrá hacerse un festín de nobles, duques, reyes, emperadores de oriente y occidente, papas, monjes y guerras y cismas. Mientras avanza entre tratados, traiciones, tomas de ciudades, excomuniones y dobles papas y cadáveres guerreros y guerras de ciudades y místicas admoniciones y el menú completo capaz de escandalizar al más guapo, se irá haciendo una idea algo más clara del zangoloteo histórico de la medievalidad y de la Europa y de la Iglesia, de Irlanda a Bizancio. Se lo garanto: no se va a aburrir, mi amigo, y para cuando termine, si termina: hágame caso: ¡esté alerta! Le puede pasar algo terrible y engañoso: puede llegar a pensar que los malos de nuestros días son tirifilos, bobos y payasos -temporales o eclesiales- al lado de semejantes tipos de hace 1.000 años y de las cosas que hacían y deshacían...

Pero no nos distraigamos.

Cuando haya visto hasta el hueso la cuestión de Eustorgio y las reliquias Magas, cuando haya destilado las uvas de las Investiduras en disputa y aquellos siglos alrededor del primer milenio cristiano en Europa, todavía le queda el otro asunto: el miracolo de la falsa madonna y san Pedro de Verona.

Porque el caso es que hay que ver que el siglo XIII todavía daba unos Pedro de Verona que podían hacer todo lo que de ellos se dice que hicieron y en los tiempos libres jugarle una pulseada a mano limpia al coludo, disfrazado nada menos que de Virgen santa y reduplicando el disfraz con el de Santo Niño, además y en brazos, pañales y todo.

A mano limpia dije y dije mal: con la Eucaristía en la mano como exorcismo.

Y no para ahí la cosa. A los años, viene un Vincenzo Foppa y pinta el asunto en una capilla, Virgen y Niño con cuernos y todo. Y va y lo expone a la devoción de quienquiera hincarse a rezarle al santo en su capilla.

Allí mismo, a pasos de donde hasta hacía poco estaban las reliquias Magas.


*   *   *


No me diga que no y piénselo bien: algo habrá pasado que nos ha sido quitado ese mundo de maravillas. Algo habremos hecho en mil años para que de todo eso no quede nada o casi nada. Y aun que lo que quedó nos sea nada.

Algo tiene que haber pasado en mil años para que todas esas historias que fueron y son historia no tengan lugar en nuestra historia y en nuestras historias. Algo nos han enseñado mal. Algo tiene que haberse perdido en el camino, olvidado, corrido displicentemente con la mano de adelante de nuestros ojos. Algo tiene que haber sido trasmutado de vida misma, de espíritu mismo y haberse vuelto puro codicilo y rúbrica, casi diría ley, en el peor sentido de la palabra. Y haberse vuelto sólo palabra hueca y pomposa, o rito vacío, o silogismo de fuego artificial o manual para causar efecto sin substancia.

Algo se ha hecho invisible a nuestros ojos para que veamos tan poco y tan corto.

Insisto: tenemos una ignorancia indolente de nuestra casa y de nuestra sangre, de nuestra familia histórica y de nuestras tradiciones. Y de la historia. Y de la Tradición. Y de lo que la vera Tradición dice que es la historia. Y así.

Y tal vez por eso mismo, tal vez por haber llegado a ser lo que somos -que no pasa en un día, aunque para Dios mil años sean un día...-, tal vez por esa misma degradación se nos han hecho incluso a nuestros ojos hasta más pequeños los buenos, más insignificantes, de tal modo que apenas con saber rezar un rosario o decir algunos latinazgos mal digeridos se pasa a la categoría de testigos de la Fe. Y tal vez haya sido que las proezas y maravillas nos han sido retiradas y quitadas porque nuestro recipiente apenas soporta contenidos livianos y lábiles: y como se recibe al modo del recipiente...

Y así, lo que es peor tal vez, ni siquiera vemos las maravillas que sí nos han sido dadas aun en nuestros tiempos grises y brumosos y ácidos. Porque algunas nos dejan, claro que sí. Que Dios es tozudo en sus empeños y no ceja.

Y nos queda el humo de Satán y los cuernos de Satán, eso sí. Y los variados disfraces de Satán: ¡que hasta ha mejorado el make up y ya disimula con arte cosmético los cuernos hasta ponerlos como de aureola! Y eso crece y más se ve.

Y es verdad que crece y es verdad que más se ve. Pero es tan verdad eso como que, siendo que más crece y más se ve, sólo se ve eso. Y muchas veces se ve mal y sacando las conclusiones equivocadas respecto de lo que eso es y por qué es así. Y por qué nos toca a nosotros verlo y saberlo. Y así siguiendo.


¿Qué nos haremos entonces con aquel primer Dicho de Luz y Amor, de san Juan de la Cruz?
Siempre el Señor descubrió sus tesoros de sabiduría y espíritu a los mortales; mas ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho los descubre.

Miro más el fresco de Vincenzo Foppa y la historia de san Pedro mártir y la profanación demoníaca de la virgen y el niño con sus cuernos y todo y veo a un feligrés del siglo XIII, a un hombre cualquiera que en aquellos días sepa -y viva- la historia de aquellos días y que años después vea el fresco, una doña cualquiera, un niño que se arrodille a rezarle a san Pedro de Verona. Y todo en una capilla hecha para guardar los huesos santos de los Magos.

Y que entienda todo eso sin que se lo anden explicando demasiado. Y que lo que le explican se lo expliquen bien. Y que lo que vive y ve, lo sufra y lo viva y lo goce. Y sepa por qué. Porque eso es una cultura y una civilización, después de todo.

Y vuelvo a pensar que nos han retirado las maravillas, aun la maravilla agridulce de una falsa virgen y un niño falso y con cuernos, corridos por un fraile con una hostia en la mano. Y nos han retirado el relicario que guarda los huesos Magos.

Y nos han dejado como a merced de unos males de miedo que van descubriendo más su cara. Y nos queda el llanto y la furia, la melancolía y el enojo, la tristeza y la sensación de una derrota que creemos que no merecemos y el sabor de una derrota que nos sabe injusta en una historia que creemos que está plantada en el tiempo para nuestra victoria y la victoria de lo nuestro. Victoria en la historia, claro.

Y para más pena y perplejidad sentimos, creemos, decimos que nos han dejado unas maravillas ocultas. Unos tesoros de sabiduría y espíritu que nos están ocultos, que nos parecen ocultos, si acaso existen y que ya nos parece que no están porque nos parece que ya no están aquellos que nos parecían tesoros de sabíduría y espíritu que antes estaban y que ahora no.

Pero resulta que dice san Juan de la Cruz que aquellos tesoros Suyos de sabiduría y espíritu que el Señor siempre descubrió a los mortales, ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho los descubre.


Mire usted, compadre, lo que son las cosas.


Qué puedo decirle.


Que san Pedro mártir y el santo obispo Eustorgio nos lo expliquen mejor, eso digo yo. Porque se ve que ellos sabían de esas cosas. Y nosotros se ve que no.