domingo, 3 de mayo de 2015

La virgen del demonio



Hace unos días, Dom José Ignacio, de ojo fino, tuvo la gentileza de mandarme de regalo unas líneas sobre san Pedro de Verona o san Pedro mártir, protomártir de los frailes dominicos, asesinado en 1252, mientras era prior e inquisidor en la Lombardía y el norte itálico, predicando contra los cátaros en aquellos lugares.

El regalo traía otro regalo: uno de los frescos que adorna la capilla Portinari, en la basílica de san Eustorgio, esto es Milán.

El motivo de la pintura es uno de los cuatro milagros que pintó el sutilísimo Vincenzo Foppa hacia 1460 y tantos y que ilustran pasajes de la vida del santo dominico en cuyo homenaje fue construida la capilla en esa época. Dejo aquí un paseo ilustrado por la arquitectura e historia (y algunos datos más) de la obra que fue adosada en el siglo XV a la construcción primitiva, por encargo de quien era legado de los Médici en Milán, Pigello Portinari, para contener y honrar los restos de san Pedro mártir.

No conocía el asunto para nada y agradezco tanto que me lo haya hecho conocer el buen fraile.

Dos cosas llamativas.

En primer lugar, el hecho de que la capilla primitiva fuera construida inicialmente por el obispo san Eustorgio en el siglo IV para que allí reposaran reliquias de los Reyes Magos, que finalmente terminaron en Colonia, por obra de Federico Barbarroja que se las llevó en el siglo XII. Con el tiempo, la catedral de Colonia se construyó para guardar ella también esas reliquias, como ocurrió en tiempos de aquel Eustorgio, griego, santo obispo de Milán, quien recibió en Constantinopla, y de manos del emperador Constantino, las reliquias que digo y que es tradición que las encontrara santa Elena, la madre del emperador, y que fueron el regalo a Milán en ocasión de la consagración episcopal de san Eustorgio en el año 343. Recién el 6 de enero de 1904 pudieron recuperarse algunos huesos que accedió a devolver Colonia y que hoy están otra vez en Milán, en la capilla dedicada, en un arca.

Pero el segundo asunto es notable también y nos lleva al siglo XIII.

Unos herejes le tienden una trampa a san Pedro y lo llevan a una capilla en la que han invocado al demonio. De pronto, se aparece ante Pedro de Verona y los circunstantes una Madonna con el Niño en brazos, aunque, según se verá, debería escribir ambas cosas con minúscula.

Resulta que san Pedro intuye que la aparición es falsa porque alcanza a verle los cuernos a ambos y confronta con la Eucaristía a la figura de la madre con el hijo, desafiándola a arrodillarse ante Él, y rendirle culto bajo la forma eucarística, si es verdad que ella es la madre de Dios. Y es así que cae la máscara y aparece sin tapujos la cornamenta luciferina en la madre y el hijo .

*   *   *

Curioso. Maravilloso y feliz para aquellas gentes en esos tiempos.

Distinto es el sabor del asunto para gentes de estos tiempos nuestros, y eso en opinión de un servidor, si se me permite.

Es maravillosa la historia de san Eustorgio y sus reliquias de los Reyes Magos, regalo imperial a un súbdito griego que va a confirmar a Constantinopla su nombramiento episcopal en Milán. Y es tanto o más maravilloso que un feligrés de las villas y los campos lombardos en el siglo IV tenga semejante asunto al alcance de sus manos. Y un gran obispo, por añadidura. ¿O la añadidura son las reliquias de los sabios reyes de Oriente por tener un gran obispo?

Ve, mi amigo: es cosa de tener para elegir qué cosa le parece más maravillosa o grande. Suerte del siglo IV...

Ahora bien, menté a un Federico Hohenstaufen. Pero dejemos ahora de lado al Barbarroja, que esto no parece cosa para alemanes, que por otra parte tienen un papel lateral en esta historia que ahora me ocupa (salvo por una cuestión simbólica oculta en el ida y vuelta de las reliquias, Bizancio en el medio..., pero eso para otro momento, si acaso...).

Sin embargo, si alguien insistiera en meterse en las varas de esa camisa, zambúllase en el siglo XII de aquel Federico y podrá hacerse un festín de nobles, duques, reyes, emperadores de oriente y occidente, papas, monjes y guerras y cismas. Mientras avanza entre tratados, traiciones, tomas de ciudades, excomuniones y dobles papas y cadáveres guerreros y guerras de ciudades y místicas admoniciones y el menú completo capaz de escandalizar al más guapo, se irá haciendo una idea algo más clara del zangoloteo histórico de la medievalidad y de la Europa y de la Iglesia, de Irlanda a Bizancio. Se lo garanto: no se va a aburrir, mi amigo, y para cuando termine, si termina: hágame caso: ¡esté alerta! Le puede pasar algo terrible y engañoso: puede llegar a pensar que los malos de nuestros días son tirifilos, bobos y payasos -temporales o eclesiales- al lado de semejantes tipos de hace 1.000 años y de las cosas que hacían y deshacían...

Pero no nos distraigamos.

Cuando haya visto hasta el hueso la cuestión de Eustorgio y las reliquias Magas, cuando haya destilado las uvas de las Investiduras en disputa y aquellos siglos alrededor del primer milenio cristiano en Europa, todavía le queda el otro asunto: el miracolo de la falsa madonna y san Pedro de Verona.

Porque el caso es que hay que ver que el siglo XIII todavía daba unos Pedro de Verona que podían hacer todo lo que de ellos se dice que hicieron y en los tiempos libres jugarle una pulseada a mano limpia al coludo, disfrazado nada menos que de Virgen santa y reduplicando el disfraz con el de Santo Niño, además y en brazos, pañales y todo.

A mano limpia dije y dije mal: con la Eucaristía en la mano como exorcismo.

Y no para ahí la cosa. A los años, viene un Vincenzo Foppa y pinta el asunto en una capilla, Virgen y Niño con cuernos y todo. Y va y lo expone a la devoción de quienquiera hincarse a rezarle al santo en su capilla.

Allí mismo, a pasos de donde hasta hacía poco estaban las reliquias Magas.


*   *   *


No me diga que no y piénselo bien: algo habrá pasado que nos ha sido quitado ese mundo de maravillas. Algo habremos hecho en mil años para que de todo eso no quede nada o casi nada. Y aun que lo que quedó nos sea nada.

Algo tiene que haber pasado en mil años para que todas esas historias que fueron y son historia no tengan lugar en nuestra historia y en nuestras historias. Algo nos han enseñado mal. Algo tiene que haberse perdido en el camino, olvidado, corrido displicentemente con la mano de adelante de nuestros ojos. Algo tiene que haber sido trasmutado de vida misma, de espíritu mismo y haberse vuelto puro codicilo y rúbrica, casi diría ley, en el peor sentido de la palabra. Y haberse vuelto sólo palabra hueca y pomposa, o rito vacío, o silogismo de fuego artificial o manual para causar efecto sin substancia.

Algo se ha hecho invisible a nuestros ojos para que veamos tan poco y tan corto.

Insisto: tenemos una ignorancia indolente de nuestra casa y de nuestra sangre, de nuestra familia histórica y de nuestras tradiciones. Y de la historia. Y de la Tradición. Y de lo que la vera Tradición dice que es la historia. Y así.

Y tal vez por eso mismo, tal vez por haber llegado a ser lo que somos -que no pasa en un día, aunque para Dios mil años sean un día...-, tal vez por esa misma degradación se nos han hecho incluso a nuestros ojos hasta más pequeños los buenos, más insignificantes, de tal modo que apenas con saber rezar un rosario o decir algunos latinazgos mal digeridos se pasa a la categoría de testigos de la Fe. Y tal vez haya sido que las proezas y maravillas nos han sido retiradas y quitadas porque nuestro recipiente apenas soporta contenidos livianos y lábiles: y como se recibe al modo del recipiente...

Y así, lo que es peor tal vez, ni siquiera vemos las maravillas que sí nos han sido dadas aun en nuestros tiempos grises y brumosos y ácidos. Porque algunas nos dejan, claro que sí. Que Dios es tozudo en sus empeños y no ceja.

Y nos queda el humo de Satán y los cuernos de Satán, eso sí. Y los variados disfraces de Satán: ¡que hasta ha mejorado el make up y ya disimula con arte cosmético los cuernos hasta ponerlos como de aureola! Y eso crece y más se ve.

Y es verdad que crece y es verdad que más se ve. Pero es tan verdad eso como que, siendo que más crece y más se ve, sólo se ve eso. Y muchas veces se ve mal y sacando las conclusiones equivocadas respecto de lo que eso es y por qué es así. Y por qué nos toca a nosotros verlo y saberlo. Y así siguiendo.


¿Qué nos haremos entonces con aquel primer Dicho de Luz y Amor, de san Juan de la Cruz?
Siempre el Señor descubrió sus tesoros de sabiduría y espíritu a los mortales; mas ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho los descubre.

Miro más el fresco de Vincenzo Foppa y la historia de san Pedro mártir y la profanación demoníaca de la virgen y el niño con sus cuernos y todo y veo a un feligrés del siglo XIII, a un hombre cualquiera que en aquellos días sepa -y viva- la historia de aquellos días y que años después vea el fresco, una doña cualquiera, un niño que se arrodille a rezarle a san Pedro de Verona. Y todo en una capilla hecha para guardar los huesos santos de los Magos.

Y que entienda todo eso sin que se lo anden explicando demasiado. Y que lo que le explican se lo expliquen bien. Y que lo que vive y ve, lo sufra y lo viva y lo goce. Y sepa por qué. Porque eso es una cultura y una civilización, después de todo.

Y vuelvo a pensar que nos han retirado las maravillas, aun la maravilla agridulce de una falsa virgen y un niño falso y con cuernos, corridos por un fraile con una hostia en la mano. Y nos han retirado el relicario que guarda los huesos Magos.

Y nos han dejado como a merced de unos males de miedo que van descubriendo más su cara. Y nos queda el llanto y la furia, la melancolía y el enojo, la tristeza y la sensación de una derrota que creemos que no merecemos y el sabor de una derrota que nos sabe injusta en una historia que creemos que está plantada en el tiempo para nuestra victoria y la victoria de lo nuestro. Victoria en la historia, claro.

Y para más pena y perplejidad sentimos, creemos, decimos que nos han dejado unas maravillas ocultas. Unos tesoros de sabiduría y espíritu que nos están ocultos, que nos parecen ocultos, si acaso existen y que ya nos parece que no están porque nos parece que ya no están aquellos que nos parecían tesoros de sabíduría y espíritu que antes estaban y que ahora no.

Pero resulta que dice san Juan de la Cruz que aquellos tesoros Suyos de sabiduría y espíritu que el Señor siempre descubrió a los mortales, ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho los descubre.


Mire usted, compadre, lo que son las cosas.


Qué puedo decirle.


Que san Pedro mártir y el santo obispo Eustorgio nos lo expliquen mejor, eso digo yo. Porque se ve que ellos sabían de esas cosas. Y nosotros se ve que no.