domingo, 11 de octubre de 2015

El Libro de las Acuarelas /12



Felicidad y el viaje


Tan temprano y esos chiquillos corriendo por el andén. Al menos llevan abrigo. Han tenido que despertarlos para el transbordo y ahora, pobres...

Como yo, claro, qué tontería..., ¡pero es tan temprano para tan chicos!

No conozco esta ciudad. Y apenas la he visto llegando. Esas casas bajas y esas calles retorcidas, como ciudad de montaña, en pleno llano. Los humos, los silencios del amanecer, apenas algunos de salida, ya afuera, a sus trabajos tal vez.

Los alrededores del ferrocarril tienen ese aire indeciso. No saben si son el atrás de algo, el comienzo del después, más allá, más lejos de las vías.

Ah, parece que la madre (¿será la madre? ¿una tía?) ya los quiere sentados y compuestos. Ya tienen bastante. Les está convidando unas galletas, parece.

Limpio, el andén. Y desde que llegué estaba impecable ya.

Los transbordos. Se siente uno el extranjero por antonomasia. No es del tren, no es de la estación, menos del pueblo.

Los viajes son casi ningún tiempo. Ningún lugar. Y si va uno así, mirando, yendo, más parece que todo fuera en otra parte, en otro tiempo. Mientras todos allá afuera viven una vida, aquí uno, observador, fisgón trashumante, fuera de esas vidas, de esos lugares, sin tiempo.

Hay alguna felicidad rara en los transbordos. La ansiedad de perder la combinación, la espera módica a plazo fijo. Y la impagable colección de bocetos. Bocetos de caras, gestos.  Los bocetos rápidos de voces y frases, tonos, jergas. Miradas, vestimentas.

Hay felicidad en los viajes, así. Viajar. Ir.

Los niños no pueden sujetarse mucho rato, las galletas apenas los distraen. Y ya van de nuevo...

Ahí se ve que viene nuestro tren. ¿Nuestro? ¿Nosotros? ¿De quiénes? ¿Quiénes somos? ¿Qué es esta cofradía transbordante de inquilinos de andenes, de los que van, de los de transbordos en transbordos?

A estas horas, seguro que en el vagón comedor servirán algo caliente, tal vez té y unos bizcochos. Mejor. Hace frío.