sábado, 7 de noviembre de 2015

El Libro de las Acuarelas /15



Lindora


- Caramba, cada vez que la miro... Tiene el nombre muy a propósito, ¿no cree usted, don Marcial?

- Claro que sí, Crispín, claro que sí...

La mujer recién llegada iba por el salón desplazando a su paso miradas y susurros. Lindora era la flor del pago y lo sabía. Si no fuera así, su aparición en público se lo recordaba cada vez. Y, al margen de su belleza, estaba su temperamento vivo y emprendedor, sus arrestos casi masculinos. Como que la hacienda de sus padres era ya obra casi enteramente suya.

- Raro, don Marcial, que no haya casado todavía. Y no es moza. ¿Tendrá unos 30 y algos?

- Crispín, amigo, la edad de las mujeres ni se pregunta ni se adivina...

- Ya lo sé, ya lo sé... Pero, quiero decir que ya ha tenido unos cuantos pretendientes. Y allí, sin ir muy lejos, los hermanos Del Cuervo, Manuel y Asdrúbal. ¿Qué había de malo con ellos sino al contrario? ¿No la pretendían ambos? ¿No fue que hubo un duelo o casi por la mano de esta mujer? Siquiera se hubiera quedado con uno de los dos...

- Ah, Crispín, Crispín..., meneó la cabeza don Marcial. Con agilidad, un camarero ya viejo acercó una botella de ron y sirvió las copitas vacías.

- ¿No es un misterio, don Marcial?

- Según se mire, Crispín, según se mire...

- ...

- Es que mujeres como ella a veces tienen en sus virtudes, y en sus pecados que parecen virtudes, como si dijéramos la penitencia.

- ¿Entonces...?

- Allí donde las ves, Crispín, dijo don Marcial y se acomodó en el sillón de mimbre, mujeres así semejan una tromba de coraje, bello coraje, claro, bellísimo... Y su aire es el de una amazona, aunque tan femenina y elegante: bríos, decisión, encanto, porte, empaque... Claro que sí.

- Verdad que sí, pero, ¿qué hay de malo con eso?

- Precisamente, Crispín. Nada de malo. Apetecibles, atractivas, atrayentes, seductoras hasta cuando no se lo proponen, y a más de bravías y alegres...

- La tía Yolanda Brueña, que en paz me la descanse Diosito, así mismito era y sin embargo casó y tuvo cinco bonitos niños, primos míos todos...

- Pues si casó, Crispín, así no era. Era de otro modo, aunque fuera parecido por afuera. Lindora, si no se me toma a mal, no es lo que parece. Su tremendo coraje es temor. Y pánico temor, diría. Su independencia es inseguridad y hasta egoísmo. Sus emprendimientos son más bien la estopa que rellena un vacío que de modo alguno se atreve a llenar de otro modo. Y su belleza..., en fin. Su enorme belleza será un arma poderosa, pero al cabo es una carga. ¿No te parece que pudo haber estado enamorada, apasionadamente enamorada? Yo lo diría. Y diría que más bien de Asdrúbal. Y aún ahora, podría ser. Pero la aterrorizaba el desdén, siquiera inocente. O el olvido. Mujeres como ella no pueden soportar el rechazo, es un riesgo inmenso entre otras cosas para su vanidad, aunque su vanidad fuera, digámoslo así, justificada por sus dones...

- ¿Dice usted que Asdrúbal fue rechazado por ella para no arriesgarse ella a ser rechazada por él? Pues a ninguna mujer le gusta eso, don Marcial, a ninguna... Y sus despechos y celos... Vea, no conozco hembra que no se espante ante el rechazo y que no se vuelva loca de celos...

- Bien dicho, Crispín. Porque así es. Pero las mujeres que dices, aman a un hombre; y las que aman a un hombre no piensan en eso, sino recién cuando son rechazadas y su despecho es después, no antes. Y jamás tienen celos sino por el hombre que aman y las ama. Lindora tiene los celos antes de amar, y no puede evitar sentir el despecho y el desengaño antes de rechazada. Sólo pensar que podría ser rechazada la paraliza. Lindora está más cómoda con Lindora, Crispín. Y así no corre el riesgo de ser rechazada. Jamás hará algo que la arriesgue a un rechazo real. Y amar es riesgoso. Así que es para valientes y humildes. De allí, Crispín, que será muy difícil que esta bonita joven llegue a rendirse ante un hombre, demasiado riesgo, Crispín, y ella no es tan valiente como para afrontar ese riesgo, ni aun cuando un hombre bebiera vientos por ella.

- Mire usted, don Marcial...

Crispín observaba ahora a Lindora con la mirada fija y la mente jugándole espejismos. Ella estaba en un rincón del salón y tomaba aguas de sabor con otras mujeres. Reía y su encanto había enlazado a Crispín a la distancia, sin que ella lo quisiera... o tal vez, sí. Quién sabe. Por algún motivo extraño, las palabras de don Marcial habían despertado en él alguna expectativa extravagante.

- Ni se te ocurra, Crispín, ... ¡ni se te ocurra!, dijo el sabio y pícaro don Marcial y apuró su tercera copita de ron.