miércoles, 16 de marzo de 2016

Ni el desierto


No pudo acostumbrarse a la falta de aislamiento en que se vivía en el desierto.

El hallazgo pertenece a Julio Irazusta. Está en un artículo que firmó para el diario La Nación de Buenos Aires, en 1932.

Lawrence, el de Arabia, se llama y es una semblanza del Coronel T. E. Lawrence, famoso por ser -de un modo tan extravagante como sorprendente- el padre británico -y por mandato británico- de la rebelión árabe triunfante, en una acción relámpago y terriblemente eficaz que comenzó en 1916 y terminó en 1918.

En el marco de la Primera Guerra, los ingleses apuntaron contra los turcos -aliados de los alemanes- y el levantamiento de los árabes fue un modo de debilitarlos e impedirles su acceso (acceso de los turcos, claro, no de los ingleses) a la Palestina de entonces y a la península arábiga.

Lawrence fue el arma implacable de la que dispusieron los ingleses. Implacable y letal para los turcos. Un arma que sobrepasó en mucho lo que los propios ingleses podrían haber esperado. Pues Lawrence no parecía dar la estatura y la proverbial dispersión de los árabes (en particular la de las decenas de tribus del desierto) parecía indomeñable.

Fue una lectura de los últimos meses. Una biografía -casi hagiográfica, para qué ocultarlo- escrita por Lowell Thomas, periodista inglés (y agente, diría un servidor), que acompañó a Lawrence en buena parte de la campaña.

Irazusta apareció en estos días y por otras razones. El artículo está en Políticos y literatos del mundo anglosajón, un tomo de Dictio, de 1978, que recoge notas y ensayos del autor, como antología de escritos suyos.

Precisiones largas que hago nada más que para detenerme en esa frase:
No pudo acostumbrarse a la falta de aislamiento en que se vivía en el desierto.
Se refiere a la intensa comunicación y agitada y ceremoniosa vida social de los beduinos. La palabra beduino quiere decir, precisamente, habitante del desierto, inmensa e inmisericorde extensión donde, precisamente, no existe población fija.

Que Lawrence fuera un carácter retraído y solitario ya es todo un asunto para quien tiene que transformarse en el corazón de una rebelión de millones de hombres.

Que en el desierto no haya encontrado el aislamiento que prefería, ya es una paradoja descomunal.


¿Otra prueba algo irónica y casualmente hallada de que el silencio absoluto no existe bajo esta luna, en este valle, ni siquiera en el desierto?