martes, 30 de mayo de 2017

Romance de la niña niña


Al carrillón de la noche
le están faltando campanas
para que lloren a duelo,
y el viento diga ¡desgracia!

Un grillo canta en la huerta,
inmóvil está la sala,
y un solo temblor de vela
alumbra apenas la casa.
De luto los naranjales
apagaron sus naranjas;
la yerbabuena, en silencio;
la menta, triste y callada;
y un grajo por no chillar
se duerme sobre una barda.

Sobre su lecho tendida
la niña duerme tan blanca
su sueño nuevo de nubes,
las manos sobre su falda.

La madre está de rodillas
contemplándola sin lágrimas:
fríos los ojos de mármol,
de piedra su pena ajada,
con un rosario en su mano
y en el pecho cien espadas.

En la penumbra del cuarto,
donde la luz no lo alcanza,
como una estaca doliente,
de pie y la cabeza baja,
traje negro, tiembla un hombre
desde los hombros al alma.

La luz del sol, dolorida,
hace la noche más larga.
Para que velen sin tiempo,
para que lloren sin tasa
los dos a su niña niña
con suspiros que la abrazan.

Llegó a la casa un otoño
cuando ya no la esperaban.
Fue su risa en las encinas,
y su canto en las mañanas;

fue primavera en invierno
fue tibieza en las heladas.

La fiebre llegó una tarde
cuando nadie la esperaba;
pasó una noche y un día;
después pasó una semana.
Y ya no se oyó su risa
ni su canto desde el alba.


Les deja la soledad
que los quema como escarcha;
y un dolor de voz adentro
que ni grita ni se calla.

La niña va al cementerio
en su carroza entintada
de muerte, mientras repica
la pena de las campanas.